jueves, 14 de octubre de 2010

LAS LECCIONES DE CHILE

***SNN
Ricardo Tello Carrión
ricardo.tello@ucuenca.edu.ec
El  Universo
Las dos grandes tragedias que ha soportado Chile en este año –el terremoto del 27 de febrero anterior y el derrumbe que atrapó a 33 personas en la mina San José, al norte del país– dejan, al menos en lo personal, una enorme lección de cómo hacer patria con una visión de ciudadanía.


Hoy mismo la mayoría de los 33 mineros que pasaron los últimos 70 días a más de 600 metros bajo tierra, estará abrazando a sus familiares tras una exitosa campaña de salvamento y rescate que convocó a la mismísima NASA bajo un símbolo que representa la unidad del País de la Estrella Solitaria: su bandera.


Orgulloso símbolo de lo que son: cada minero rescatado mostraba en su pecho un emblema nacional. Es como si una suerte de orgullo contagioso aflorara a los chilenos cuando están bajo ese símbolo que los representa ante el mundo, que los une ante la tragedia.


El mismo emblema que ocho meses atrás el artesano Bruno Sandoval exhibía a un reportero gráfico de la prensa internacional en su natal Pelluhue, zona sur de Maule, luego de rescatarla bajo los escombros que dejó el peor desastre natural que haya soportado Sudamérica. Un terremoto que incluso desplazó el eje de la Tierra, pero que convocó a 17 millones de chilenos a mirar de frente al desastre. Y pensar, inmediatamente, en la reconstrucción.


La bandera blanco, rojo y azul fue el distintivo de la intervención, pero el simbolismo va mucho más allá: cala en el amor por la patria. No en irracionales acciones que atenten contra ella.


La reciente acción conjunta de salvamento en Chile –los planes de reconstrucción que llevan adelante en un inusitado cambio de agenda nacional apenas posesionado el presidente Sebastián Piñera– muestra ante el mundo su capacidad de reacción. Un país unido; ciudadanos que empujan hacia el mismo lado del desarrollo.


Chile es, sin lugar a dudas, una especie de ventana al Primer Mundo, abierta en medio de un caótico subcontinente donde taras del pasado, como la inestabilidad política, se asoman sin ninguna indiscreción. Su sistema económico, por ejemplo, ha sido calificado como el más estable y desarrollado, lo que indiscutiblemente garantiza al ciudadano común parámetros claros para el verdadero “buen vivir”.


Chile es el país que más tratados de libre comercio tiene suscritos en el mundo (Nafta, Unión Europea, EFTA, Corea del Sur, China). Sus indicadores sociales están al nivel de los países más desarrollados. El compromiso del chileno es primero con su país y su familia, y eso se evidencia en los servicios públicos: eficientes, puntuales, pulcros.


Claro, hay que admitirlo, su pasado político es para olvidarlo. Pero lo superaron con creces.


Me ha resultado inevitable reflexionar sobre estos dos capítulos recientes en la historia chilena, para compararlos con la dura coyuntura ecuatoriana, cuando aún sentimos las consecuencias de una injustificable revuelta policial que casi termina por desestabilizar la democracia.


Pienso que en nosotros, los ciudadanos, también está la responsabilidad de algún día enfrentar los avatares cobijados bajo una bandera que no represente solo a un movimiento político, sino a la unidad de los ecuatorianos. Y no solo en campañas de clasificación a un Mundial de fútbol.


Chile ha puesto el ejemplo. Solo hay que seguirlo.

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