viernes, 29 de octubre de 2010

Las guerras en Afganistán e Iraq han sido fiascos de grandes dimensiones

***SNN
Por: Bob Herbert

 
EE.UU. |- Cómo tratamos a nuestras tropas
Solamente podemos esperar que los esfuerzos de paz en Afganistán, en verdad preliminares, rindan fruto en poco tiempo. Pero, si lo que se busca es evidencia de que Estados Unidos está dejando que su reclamo sobre la grandeza, e incluso la decencia común, se le resbale entre los dedos, todo lo que hace falta es ver la forma en que tratamos a nuestras propias fuerzas armadas.


La idea de que Estados Unidos está en guerra y difícilmente alguno de sus ciudadanos esté prestando atención a la terrible y pesada carga que soportan sus hombres y mujeres uniformados va más allá de la consternación.


Podemos emocionarnos por Lady Gaga y los locos de la Reunión del Té. Estamos en el fútbol de fantasía, los cuartos de final del béisbol y nuestros tweets de narcicismo obsesivo. ¿Pero, soldados estadounidenses peleando y muriendo en una tierra extranjera? Eso es muy aburrido.


Yo restablecería de inmediato el servicio militar obligatorio. Entonces, no se tendrían estas guerras que duran toda una vida. Y no recibiríamos tragedias que abruman a la mente como la muerte del Sargento primero Lance Vogeler, de 29 años de edad, quien fue muerto hace cinco semanas mientras servía en el Ejército estadounidense, en su 12 recorrido de combate. Es correcto, el duodécimo; cuatro en Iraq y ocho en Afganistán.


Quizá doce recorridos sean algo inusual, pero es absolutamente normal que los efectivos hagan recorridos múltiples: tres, cuatro, cinco. No contamos con suficientes voluntarios para pelear estas interminables guerras. A los estadounidenses les encantan las calcomanías que pegan en las defensas de sus automóviles, y les gusta acudir a eventos deportivos y demostrar su patriotismo entonando el cántico “¡U-S-A! ¡U-S-A!” ¿Pero, ponerse efectivamente un uniforme y adentrarse en el peligro? No, gracias.


Vogeler estaba casado y era el padre de dos menores; su esposa esperaba su tercer hijo.


Es una noción extraña, pero cierto: con las guerras vienen responsabilidades. La demoledora de la guerra cobra su precio en muchísimas formas, y nosotros deberíamos estarle prestando atención a todos sus aspectos. En vez de hacerlo, enviamos a nuestros integrantes del servicio a la guerra y una vez que se marcharon, como ya no los vemos, no los tenemos presentes.


Si estuviéramos interesados, pudiéramos darnos cuenta de que números históricos de soldados se están quitando la vida. Cuando menos 125 cometieron suicidio hasta agosto de este año, horrible tasa que, si continúa, superará el máximo histórico de 162 registrado el año pasado.


Soldados tensionados, deprimidos y tristes están buscando ayuda para sus dificultades mentales a un paso que está abrumando la capacidad de profesionales disponibles. Y pueden apostar a que hay incluso más militares agobiados que no están buscando ayuda.


En las zonas de guerra, los estadounidenses medicamos a los efectivos con problemas y los enviamos de vuelta a la acción, llenándolos de antidepresivos, píldoras para dormir, medicamentos para combatir la ansiedad y dios sabe qué otros tipos de medicación.


Una de las cosas que hemos sabido desde hace ya largo tiempo atrás con respecto a la guerra es que las complicaciones siguen a las tropas cuando vuelven a casa. El Times publicó un artículo esta semana, escrito por Aaron Glantz, reportero de la organización noticiosa The Bay Citizen en San Francisco, que se centraba en el extraordinario repunte de bajas entre veteranos de Afganistán e Iraq. Estos jóvenes murieron, escribió Glantz, “no sólo a causa del suicidio, sino también de accidentes en vehículos, choques de motocicleta, sobredosis de drogas u otras causas después de haber sido liberados de sus responsabilidades militares”.


Un análisis de certificados oficiales de defunción demostró que, de 2005 a 2008, habían muerto más de 1.000 veteranos de California que eran menores de 35 años. Eso equivale a tres veces el número de integrantes del servicio castrense de California que perdió la vida en Afganistán e Iraq durante el mismo periodo.


Veteranos de las dos guerras tenían probabilidades dos y media veces mayores de cometer suicidio que personas de la misma edad sin antecedentes de servicio militar. “Tenían el doble de probabilidades”, dijo Glantz, “de morir en un accidente de tránsito, en tanto enfrentaban probabilidades 5,5 veces mayores de morir en un accidente de motocicleta”.


El tormento al que someten las guerras a la gente no es algo que pueda apagarse como con un mero extintor. Es una pesada carga con potencial letal, que exige atención y cuidado. Nadie se debería exponer a ella si existe cualquier alternativa posible.
Guerra en Iraq los niños los que mas sufren
Las guerras en Afganistán e Iraq han sido fiascos de grandes dimensiones. Sencillamente está mal seguir con ellas si no se considera con seriedad los horrores que están soportando nuestras tropas y sus familias.


La guerra en Afganistán, la más larga en nuestra historia, empezó el 7 de octubre de 2001. Actualmente está en su décimo año. Después de todo este tiempo y toda la sangre derramada y las vidas perdidas, aún no es claro qué estamos haciendo. No se ha localizado a Osama bin Laden. El ejército de Afganistán no puede sostenerse por sí solo. No se puede confiar en nuestro aliado en Pakistán, y nuestro hombre en Kabul es un tanto raro, en el mejor de los casos. Una sociedad buena y humana no seguiría enviando a sus jóvenes a ese caldero.


Shakespeare nos dice que “no temáis a la grandeza”. Por el momento, estamos actuando como si estuviéramos aterrados.


© 2010 The New York Times News Service.
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