sábado, 23 de octubre de 2010

UNIVERSIDAD Y ÉTICA

***SNN
Nila Velázquez
nvelazquez@eluniverso.com
En un ejemplar, de la Revista Iberoamericana de Educación, he encontrado un artículo de Miguel Martínez Martín, director del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Barcelona con el título de ‘Formación para la ciudadanía y educación superior’. Tiene fecha del año 2006, pero su contenido es muy actual.


Se plantea que la función ética de la formación universitaria tiene tres dimensiones: la formación ética relativa al ejercicio de cada profesión, la formación ciudadana y cívica de los estudiantes y la formación humana, personal y social que contribuya a la excelencia ética de los futuros graduados, en tanto que personas.


Se afirma que las dos primeras se admiten como un indicador de calidad y como una necesidad, pero que a la tercera, salvo en pocas universidades, se la considera propia de otros niveles del sistema educativo y difícil de integrar en la función de la educación superior. Sin embargo, “ la formación de un buen profesional debe incluir su formación como ciudadano y como persona”.


Una universidad debería ser, más que un lugar de trasmisión teórica de valores personales, democráticos y cívicos, un sitio en que esos valores se incorporen a la vida.


No es fácil, porque como en toda educación ética el mejor método es el testimonio, la vivencia, y esto implicaría que la institución misma ofrezca a los estudiantes un contexto en el que la búsqueda de la verdad sea práctica diaria, más importante que la nota, que se la busque en el diálogo abierto, sin dogmatismos, sin fundamentalismos, con apertura y respeto al pensamiento del otro. Que la investigación se realice en un ambiente de colaboración. Que la inclusión no sea solo un discurso. Que sea un lugar en el que se aprende a ser responsable porque todos y cada uno de quienes hacen la institución lo son . Que la honestidad se practique en todas las relaciones institucionales y el respeto a las leyes y a los reglamentos se asuma como norma colectiva.


Todo esto requiere un cuerpo docente que sea capaz de reconocer al estudiante como sujeto de iguales derechos en cuanto que personas y que asuman con responsabilidad su rol y su conducta personal y docente como un modelado que los estudiantes aprendan a identificar como deseable.


La formación ética y la preparación para el ejercicio de la ciudadanía no es una materia en el currículo, debe ser una vivencia que requiere una política institucional, académica, docente y una formación especial del profesorado, pues se trata también de formar para el razonamiento moral, y esto se logra si en los estudiantes se fomenta el pensamiento crítico, la capacidad argumental, las competencias comunicativas, el conocimiento y aceptación inteligente de los derechos humanos y la relación del aprendizaje académico con la comunidad, y todo eso, en palabras del autor citado contribuirá a que “los estudiantes sean capaces de construir adecuada, personal y autónomamente sistemas de valores orientados a consolidar una sociedad basada en la dignidad de la persona, los estilos de vida y los valores propios de la democracia”.


Entre nosotros, quizás este sea un buen momento para dialogar sobre estos temas y hacer de nuestras universidades el centro del renacer moral.

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