***SNN
Juan Carlos Morales
jcmorales@telegrafo.com.ec
Un día, unas personas encontraron dos enormes tanques. El uno estaba cerrado. ¿Qué es lo que guardan?, dijo uno. Son cangrejos japoneses, dijo el otro, y aclaró: está cerrado porque todos quieren salir a trabajar. A un lado, estaba un tanque abierto. ¿Quiénes están ahí?, dijo nuevamente el curioso. Está lleno de cangrejos ecuatorianos, afirmó el otro. ¿Por qué está sin cuidado? No hay peligro, replicó, nunca se escapan, porque al cangrejo que está saliendo los otros le jalan las patas.
¿Esta es una trágica metáfora aplicable a los ecuatorianos? No, porque la envidia –por suerte- es universal, como la estupidez. De lo primero nos recuerda Napoleón Bonaparte cuando declara: “La envidia es una declaración de inferioridad”; de lo segundo, nada menos que Albert Einstein: “Existen dos cosas sin límites: el universo y la estupidez humana. Y de lo primero no estoy seguro”.
“¿Qué es un envidioso? Un ingrato
que detesta la luz que le alumbra y le calienta”
Hace poco me encontré con un envidioso que motivó este artículo. Eso de mirar la paja en ojo ajeno, que nos dicen los libros sabios, es un acierto. La otra máxima está en el perro del hortelano, que no come ni deja comer.
El estratega deportivo Francisco Maturana dejó una sentencia: “En Ecuador, el mejor deporte es dispararle al que está al frente”. Esto tiene un sentido: es preferible, literalmente, embarrar al prójimo que mirar sus propios errores. El “Bolillo” Gómez comentó: “En este país el mejor deporte es jugar al palo ensebado, al que está subiendo los otros le jalan las patas”.
Pero, como está dicho, la envidia no es un producto nacional. Por eso Arthur Schopenhauer nos dejó una sentencia: “La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren”.
Un proverbio árabe nos dice: “Castiga a los que tienen envidia haciéndoles bien”. El maestro Miguel de Unamuno advertía: “La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual”. Víctor Hugo escribió: “¿Qué es un envidioso? Un ingrato que detesta la luz que le alumbra y le calienta”.
“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”, escribió Francisco de Quevedo, para recordarnos que los envidiosos, por lo general, están relamiendo su propia ponzoña. De allí que no creo en la mentada frase: “te tengo una sana envidia”, por lo demás, sospecho que el desprecio mata al envidioso.
En la historia hay prototipos de envidiosos, el más destacado es Caín, sin embargo también esconde otra historia, que no involucra a Abel. El Dios de los hebreos prefiere más al cazador y pastor –que ofrece sacrificios de sangre, en este caso Abel- que al agricultor que es Caín (es una antigua y última venganza del nómada contra el sedentario, en este caso del relato bíblico que deja en entredicho a Caín).
Dante destinó un lugar especial del Infierno para los envidiosos. Acaso, un claro ejemplo de esto sea Judas Iscariote, quien entregó a su maestro por 30 dinares aunque, después, se ahorcó. Aunque este último está en el rango de los traidores.
¿Pero ante esto qué se puede hacer? Pienso en el Evangelio apócrifo que escribió Borges: “No odies a tu enemigo porque de cierta manera eres su esclavo, tu odio nunca será mejor que tu paz”.
Es el editorial más vacío y falto de argumentos que he leído en mi vida y con otro agravante: cebo es con c no con S. Todo es muy superficial, es relativo al ojo que mira.
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