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EXPRESO
Lucia Magi
Se ha encendido el motor de una nueva participación colectiva
Las curvas antes que el currículo
La mujer italiana es rehén de la imagen frívola que transmiten sus líderes y los medios. Cada vez más voces rompen el silencio ante el machismo.
Ante la frivolización de la imagen de la mujer, en los últimos tiempos en Italia, se ha logrado agitar el movimiento de gentes que dicen ¡Basta ya! Un vivero de colectivos y asociaciones femeninas se ha plantado y ha iniciado un rescate cotidiano, lejos de las cámaras, que sitúa de nuevo el debate sobre la identidad de género en el centro de la actualidad.
“Quizá en forma menor, pero también en otros países, la publicidad transforma a la mujer en producto. El problema es que en Italia la política misma es marketing. No existe otro modelo, ni exterior ni de valores”, considera Michela Marzano, profesora de Ética en la Universidad parisina René Descartes, autora de Sii bella e stai zitta (Sé guapa y cállate). “La estética se ha moralizado: construyes tu identidad, tu posición social, sobre tu físico, puedes triunfar solo si eres atractiva, si eres un cuerpo acallado, complaciente, que se amolda a presuntas fantasías masculinas”.
En este casting continuo no valen mucho la preparación, las habilidades, las horas de estudio, las becas, los saltos mortales para llegar a recoger a los niños, hacer la compra y entregar un informe en el trabajo. Las mujeres vienen elegidas y premiadas no conforme al mérito, sino a otros factores que poco tienen que ver con la profesionalidad, el empeño, la inteligencia, asegura indignada Giulia Bongiorno, abogada, madre, presidenta de la comisión de Justicia en el Congreso, en una carta al diario La Repubblica.
Es algo que subrayaba Sofia Ventura, analista de Fare Futuro (web-magazine cercana al derechista Gianfranco Fini) cuando en 2009 lanzó su j’accuse a la política y a su vicio de elegir a velinas (bailarinas) para cargos importantes: “El uso instrumental del cuerpo femenino denota un escaso respeto para los que se han ganado un espacio con sus capacidades y trabajo”, escribió.
Se ha impuesto un ideal homologado. Alguien se considera guapa si es igual a las otras, si es de plástico. La cirugía garantiza el acceso al éxito, glosa Tommaso Ariemme, profesor de Estética en Perugia y Lecce y autor del ensayo Contra la falsa belleza.
Sepultada bajo la mujer de plástico, que exhibe su boca hinchada como se esgrime el diploma de un máster o el certificado de conocimiento de un idioma extranjero, a la italiana de carne y hueso le cuesta marcar sus pautas. Le cuesta que la política atienda sus necesidades y le cuesta que en la cultura colectiva, se aprenda a tratarla con justicia.
En Italia, una de cada dos mujeres no trabaja fuera de casa y tiene menos hijos que en el resto de Europa (1,3 frente a 1,51 de media), porque hay que esperar años para que el empleo sea estable. Y, cuando llega el primer bebé, una de cada tres debe abandonar su puesto. No hay guarderías, así que mejor que siga trabajando el hombre, que gana más.
El Eurobarómetro de 2008 y otros indicadores dan más argumentos sobre la primacía en este país de estereotipos machistas. Los italianos, indica la encuesta europea, se sentirían menos cómodos con una primera ministra. Y, según el World Values Survey, el 80% de la población piensa que el hijo sufre si la madre trabaja mientras el pequeño no va al cole. Pero hay otro dato significativo. En Italia, puntera en el mundo por las luchas feministas de los setenta, los periódicos, los telediarios y los ciudadanos, siguen hablando de ‘móvil pasional’ en los crímenes de violencia machista.
Daniela Delboca, economista de la Universidad de Turín, dice que llevan 20 años sin políticas serias de conciliación e igualdad y la gente no acepta la efectiva emancipación, en el hogar y en el empleo.
Los datos retratan a la italiana en una situación laboral y familiar que parece un cuadro antiguo. La tasa de ocupación femenina es del 46% (según el Istat, el INE italiano), dice Paola Profeta, catedrática de la Universidad Bocconi. “Somos las últimas en Europa, solo Malta lo hace peor”. Esta cifra creció hasta los noventa, se estabilizó con el nuevo milenio, en los últimos dos años ha bajado: las mujeres no solo no entran en el mercado del trabajo, sino que salen de él. Sin embargo, están más preparadas que los varones, como precisa Profeta. De cada 100 jóvenes que acaban la carrera, 60 son chicas. Pero es algo que no se refleja en los puestos directivos.
Se ha encendido el motor de una nueva participación colectiva. Un transversal tropel de mujeres y, también de hombres, vuelve a poner sobre la mesa la identidad de género, se empeña en proporcionar una alternativa. En los últimos meses han nacido muchos grupos. Se reúnen en teatros prestados en la noche del cierre semanal, en librerías independientes que se llenan en pocos minutos. Son mujeres que compaginan casa, trabajo y niños, que lanzan sus peticiones en blogs y en Facebook.
Parecen conspiradoras, empeñadas en un proyecto de urdidores clandestinos. Pero son sencillamente ciudadanas que no se conforman.
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