miércoles, 13 de octubre de 2010

Radiopatrullas: 4 lecturas

***SNN
Punto de vista
Los 28 minutos de grabación de la radiopatrulla de la Policía, hechos públicos la semana pasada, es el documento más aterrador de la historia reciente; está lleno de violencia y expresiones impublicables.
Roberto Aguilar

Es como escuchar la caja negra de un avión a punto de estrellarse. Los 28 minutos de grabación de la radiopatrulla de Policía que se hicieron públicos la semana pasada son el documento más aterrador de la historia reciente del país. El primero sobre el 30 de septiembre que presenta hechos sin edición y sin filtros, el primero que no es una versión de la realidad: así pasó. Por lo mismo, hay demasiadas cosas ahí como para quedarse con un puñado de frases aisladas, por impactantes que sean. Hay que oírlo todo y tomar nota, leerlo en su contexto, descubrir sus niveles de interpretación. Los mensajes y símbolos brutales de los que la grabación está cuajada no solo hablan del 30 de septiembre: hablan, y muy mal, del país.


Una primera lectura se concentra en lo que dicen las voces. Escuchamos los mensajes que intercambian los policías apostados en el lugar donde está atrapado el Presidente de la República. Se disponen a entrar a tiros contra las fuerzas especiales y el Ejército, así que sus palabras son una explosión de adrenalina, impulsos básicos y rabia.


Los policías se arengan insuflándose odio contra el enemigo “chuspango”. El lenguaje es fuerte, impublicable. Hay muchísima violencia con proclamas de lealtad y espíritu de cuerpo. Se tratan de compañeros, no hay jefes entre ellos. Solo en una ocasión se alude a lo que parece una orden: “llegan camiones del GEO. Hay la disposición de disparar”. Por lo demás, tanto como a los miembros del GIR, que los dejaron solos, los policías desprecian a sus superiores: “suboficiales perros, coroneles perros, generales perros”.


Varios proponen asesinar al Presidente; algunos se oponen. Hay quienes plantean sacarlo del hospital; otros, impedir que salga. La justicia deberá identificar las voces, establecer responsabilidades e indagar todas las hipótesis. ¿Fue un arrebato de temerarios con exceso de testosterona o la ejecución de un plan urdido con anterioridad? Las palabras contenidas en la grabación no permiten llegar a conclusiones pero un segundo nivel de interpretación puede arrojar algunas luces. En la lectura de lo que las voces no dicen, pero sobreentienden, se abre una ventana a la realidad inmediata de esos policías, a su circunstancia en ese instante concreto de sus vidas.


Se trata de un momento excepcional al que fueron llevados por la progresión de los hechos. De la grabación se desprende que los sublevados no ejecutan un complot urdido con anticipación: improvisan. Y están solos. Aunque estuvieran cumpliendo órdenes y planes, cosa que la grabación no muestra, es claro que esas órdenes y planes importan menos que su voluntad de acción. Las posibilidades que se abren ante sus ojos van desde el golpe de Estado hasta el magnicidio. Las decisiones las toman ellos, ahí, sobre la marcha. Es evidente que no se detienen a medir las consecuencias.


Un tercer nivel de interpretación deja de lado las palabras, dichas o no dichas, y se centra en los comportamientos. Tiene que ver también con la circunstancia de los sublevados, pero no la inmediata de ese momento concreto sino la de todos los días, aquella que los define como policías. Este nivel de lectura busca comprender la grabación más allá del 30 de septiembre.


La idea de que el enfrentamiento armado saca lo mejor y lo peor del ser humano ha sido narrada por combatientes y explorada por el cine y la literatura. Salvo que, en este caso, lo que llamamos “lo mejor” del ser humano está ausente del libreto. Más aún: “lo mejor” de estos policías, su comprobada valentía, su entrega, su espíritu de lucha y de sacrificio, su coraje, su lealtad con los compañeros de armas, su innegable sentido del honor, son precisamente sus rasgos más dementes y peligrosos. Es lo peor que tienen.


La radiopatrulla proyecta, con nitidez intolerable, una visión del mundo de la cual todo valor cívico está excluido de plano o ha sido sustituido por un puñado de consignas, de siglas y de trapos. Incapaces de plantearse cuestiones elementales como la convivencia social, el interés público, el beneficio común y hasta su propia relación con los ciudadanos del país, los policías de la grabación parecen extraterrestres que hubieran desembarcado con su lenguaje incomprensible. Solo se tienen unos a otros en medio de la sociedad ajena y están dispuestos a matar para imponerse. En ese espíritu de cuerpo reside su sentido del honor. El honor de la Policía. El honor de los marcianos.


Esa visión del mundo que excluye la noción de ciudadanía les fue enseñada. La grabación se convierte, por ello, en una radiografía de la institución policial a la altura del cerebro. No alcanza con la perogrullada de decir que se trata de “malos elementos”: es obvio que lo son. El punto está en que esos malos elementos encarnan un sistema de valores que desciende por la cadena de mando a través de toda la Policía. Un sistema de valores adquirido en un proceso de formación y entrenamiento. Lo suyo es una cultivada ignorancia, una estupidez impartida.


He ahí la institución a la cual la sociedad ecuatoriana ha encargado el monopolio de la violencia legítima. Por eso, el cuarto nivel de interpretación vuelve los ojos más allá de la Policía y descubre que, después de todo, los sublevados no son tan extraterrestres como parecen. Quizá la convivencia social, el interés público, el beneficio común y la noción de ciudadanía son tan deficitarios en el país como en la Policía.


¿No hay en la sociedad civil y política del Ecuador una similar incapacidad de plantearse la complejidad de lo público, desde su expresión más básica (el espacio público) hasta la más elaborada (la institucionalidad y las leyes)? El guardia de tránsito es el primero que se estaciona en la vereda pero ¿no lo hace todo el mundo? El espíritu de cuerpo como un valor superior al bien común que se observa en el policía sublevado, ¿no es idéntico al del político profesional que legisla en beneficio de intereses corporativos? El sentido patriótico del civil ecuatoriano, ese que nadie permite que se ponga en duda, ¿no está hecho de consignas, héroes, canciones y trapos más que de proyectos comunes y acuerdos básicos de convivencia?


Días después del 30 de septiembre, con la herida aún abierta y supurante, la más patriótica que cívica sociedad ecuatoriana contempló en directo por televisión a los colegiales guayaquileños, lo mejor de su juventud, adolescentes civiles de colegios civiles y públicos marchando como soldaditos en supuesto homenaje a la ciudad, relucientes de botones y charreteras, formando impecables escuadras obtenidas al cabo de extenuantes jornadas de práctica al compás de la música marcial, ensayos tan absolutamente disciplinados como inservibles. Y los miles que, tras el impacto de la sublevación policial asistían a la ceremonia, aplaudían felices e incapaces de plantearse la conexión entre una cosa y la otra.


Análisis
Francisco Huerta Montalvo


¿Hay una política internacional?
La respuesta es complicada. Luego de los hechos con lecturas múltiples que narra mi vecino Roberto Aguilar, lo único claro es la dificultad real que entraña la interpretación de cualquier suceso político en el Ecuador.
En política internacional es un buen hábito ser ponderado en los análisis; no son convenientes los planteamientos categóricos, sin embargo, aunque hasta la duda ofende en temas tan serios, al menos es permisible la duda sobre la existencia de esa vital política.
Hay acciones internacionales, sí, algunas muy llamativas, tal cual los vínculos asumidos con países que en una época resultaban exóticos, la solidaria posición mantenida con Haití, digna de todo encomio, más todavía dadas nuestras propias carencias, pero ni uno ni otro comportamiento bastan para configurar una manera de actuar que pueda denominarse política. Peor todavía cuando en relación al tema de la frontera marítima entre Perú y Chile, que no es posible desvincular de lo que suceda con la nuestra, al sur, hemos estado sometidos al ritmo del oleaje de las visitas presidenciales.
Más allá de los acontecimientos policiales, una visión de república bananera, que con poses de viveza criolla intenta disfrazar indefiniciones, no es tolerable en asuntos que pueden comprometer la paz del continente e incluso la soberanía marítima del Ecuador.
Contando como contamos, con diplomáticos de la valía de Luis Valencia Rodríguez, mal se hace en improvisar posturas y desparramar promesas sin calcular consecuencias ni evaluar contraprestaciones. Diseñar una real política internacional es un imperativo a satisfacer con prontitud. Sea, además, propicia la oportunidad para tomar postura en relación a la Convemar, tal cual ha hecho una mayoría de repúblicas.

Fuente: Diario EXPRESO

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