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Felipe Bravo Rodríguez, turista chileno que se extravió en la isla Santa Cruz, en Galápagos, junto a su madre Maria Blanca Rodriguez. Foto: Enrique Pesantes / El Comercio
Aún con la piel tostada por el intenso sol que soportó mientras estuvo extraviado en la isla Santa Cruz, en Galápagos, el chileno Felipe Bravo Rodríguez agradeció a Ecuador por todos los esfuerzos para su rescate. Habló a los medios esta tarde en Guayaquil.
En una oficina del Consulado de Chile, en Guayaquil, Bravo recordó parte de la historia que vivió durante cinco días en el sendero de la parte alta de la isla, donde se perdió. “Era un camina de tan solo tres horas. Cuando pasaron tres horas y media comencé a sospechar. Al final se volvió un camino sin salida”.
El joven de 31 años había planificado desde enero su viaje a Ecuador. Los 10 primeros días de su itinerario estaban reservados para las Galápagos. Pero el lunes 11 de junio, después de un baño en una playa de Santa Cruz, tomó el sendero en donde se extravió.
Se alimentó con pequeños animales que encontró, extrajo líquido de un cactus para hidratarse, identificó sitios de refugio para poder sobrevivir. “El sitio donde yo me encontraba era muy difícil de llegar. Había caminado demasiado y no había encontrado la salida”. Por eso, después de 48 horas de dar vueltas había perdido la esperanza de ser hallado.
Aunque las autoridades de la Dirección del Parque Nacional Galápagos recalcan en varios boletines “que el sendero que tomó corresponde al paso de animales y cazadores”, para el joven hace falta una mejor señalización de las áreas de visita en el archipiélago.
La madre de Felipe, María Blanca Rodríguez, agradeció a Dios por guiar a los rescatistas en el operativo. Ella llegó al país tras una llamada de un amigo de si hijo el miércoles 13 de junio, a las 02.00. “Mi corazón está comprometido con todo Ecuador”, dijo emocionada.
El cónsul de Chile, José Miguel González, colaboró con Felipe y su madre. Aseguró que estuvieron pendientes de cada minuto desde que se notificó la desaparición de su compatriota. “Hoy el Ecuador y Chile estamos celebrado la vida, la vida de Felipe”.
Turista chileno aplicó sus estrategias durante los cinco días perdido en Islas Galápagos
Ecuador era el último país que le faltaba por conocer de América Latina. Había recorrido todo, desde México hasta la Patagonia.
Como buen economista -labora para el Gobierno de Chile en el área de pensiones-, Felipe Bravo Rodríguez había planificado cada detalle de este último viaje.
Desde enero buscó en Internet las rutas turísticas, los mapas de las ciudades que visitaría, la transportación, la comida, el clima… Todo estaba en su itinerario.
Llegó de Santiago a Guayaquil en un vuelo de Lan Chile y apenas estuvo en la ciudad quiso volar a Galápagos. Como muchos, percibió el ambiente de inseguridad.
Conocer el archipiélago era su sueño. Pero hoy prefiere tenerlo solo como eso, un sueño que no quiere que se repita. Por cinco días estuvo extraviado en la parte alta de la isla Santa Cruz. El lunes 11 de junio había planificado un recorrido en grupo con sus amigos, pero a última hora se canceló.
Había que aprovechar cada minuto y decidió hacer una excursión individual. Tomó su mochila negra, una bermuda, su Ipod, una botella con agua, un abrigo y una ‘polera’ (camiseta).
Comenzó en la playa y a las 12:00 tomó un sendero. El camino era de tan solo tres horas, pero cuando después de cinco horas comenzó a desesperarse.
“Desde el minuto uno me di cuenta que me había perdido. Intenté regresar sobre mis pisadas, pero habían desaparecido… el terreno en las islas es inhóspito”.
A ratos arena, a ratos roca volcánica, a ratos tierra movediza… Sentía que la vegetación lo acorralaba. Agotado, a las 18:00 dejó de dar vueltas y buscó refugio. Subió a un árbol y ahí pasó la noche, casi sin dormir. Era el inicio de cinco días de sobrevivencia.
En medio de un terreno desértico y rocoso organizó su sistema de vida. Se quedó junto a cactus, su fuente de líquido. Se cobijó del sol bajo un árbol y en las noches se recostaba sobre las rocas que conservaban el calor del día.
Alimentarse no era su prioridad, pero no dudó en cazar algunos insectos y lagartijas. Por el contrario, hidratarse era vital y extrajo líquido de las hojas del cactus con un bolígrafo que usó como sorbete.
Conservar la calma era una de sus estrategias, algo difícil pues a su alrededor todo era confuso. Por momentos pensaba que estaba cerca del mar y confundía el chillido de algún pájaro con el grito de una persona. “Pensaba que estaba soñando o que me estaba volviendo loco. No creí que me estaban buscando”.
El miércoles, el eco de un helicóptero le dio fuerzas. Pasó dos veces sobre Felipe, quien agotó sus fuerzas para llamar la atención, pero no lo logró. “En ese momento perdí las esperanzas. Habían pasado 48 horas para la búsqueda y eran cruciales”.
Siguió con su rutina hasta que el sábado, casi a las 08:00, escuchó a lo lejos su nombre. Ese día, muy por la mañana, tres guardaparques del Parque Nacional Galápagos, un policía y un bombero salieron para continuar la búsqueda.
Un día antes habían seguido las huellas de Felipe, ramas quebradas, su Ipod… pero pronto perdieron el rastro. El guardaparque Milton Calva se distanció un poco del equipo de rescate y tras varias horas vio a Felipe a unos 20 metros de distancia.
Del otro lado Felipe escuchó que gritaban su nombre. Era un sonido distinto a todos los que había grabado en su mente.
Un poco débil y quebrantado por las lágrimas, el joven chileno respondió al llamado. “No puedo describir lo que sentí en ese momento”, dice Felipe.
Luego de las observaciones médicas, pues tenía un poco de fiebre y deshidratación, el joven turista llegó nuevamente a Guayaquil. Con un poco más de tranquilidad, junto a su madre María Blanca Rodríguez, recorrió el jueves parte del Malecón 2 000.
Aún no sabe cuando regresará a Chile. Por ahora su temor es la prensa de su país, donde su historia es muy comentada. “Allá persiguen por todo lado, hasta con paparazzi”, dice un tanto nervioso.
En su mochila negra aún guarda los mapas de las otras partes de Ecuador que no pudo conocer. Hoy debía estar en Otavalo rumbo a Quito. “Guardar energías me ayudó a sobrevivir… tal vez vuelva para terminar la ruta”.
Fuente: EL COMERCIO*
En una oficina del Consulado de Chile, en Guayaquil, Bravo recordó parte de la historia que vivió durante cinco días en el sendero de la parte alta de la isla, donde se perdió. “Era un camina de tan solo tres horas. Cuando pasaron tres horas y media comencé a sospechar. Al final se volvió un camino sin salida”.
El joven de 31 años había planificado desde enero su viaje a Ecuador. Los 10 primeros días de su itinerario estaban reservados para las Galápagos. Pero el lunes 11 de junio, después de un baño en una playa de Santa Cruz, tomó el sendero en donde se extravió.
Se alimentó con pequeños animales que encontró, extrajo líquido de un cactus para hidratarse, identificó sitios de refugio para poder sobrevivir. “El sitio donde yo me encontraba era muy difícil de llegar. Había caminado demasiado y no había encontrado la salida”. Por eso, después de 48 horas de dar vueltas había perdido la esperanza de ser hallado.
Aunque las autoridades de la Dirección del Parque Nacional Galápagos recalcan en varios boletines “que el sendero que tomó corresponde al paso de animales y cazadores”, para el joven hace falta una mejor señalización de las áreas de visita en el archipiélago.
La madre de Felipe, María Blanca Rodríguez, agradeció a Dios por guiar a los rescatistas en el operativo. Ella llegó al país tras una llamada de un amigo de si hijo el miércoles 13 de junio, a las 02.00. “Mi corazón está comprometido con todo Ecuador”, dijo emocionada.
El cónsul de Chile, José Miguel González, colaboró con Felipe y su madre. Aseguró que estuvieron pendientes de cada minuto desde que se notificó la desaparición de su compatriota. “Hoy el Ecuador y Chile estamos celebrado la vida, la vida de Felipe”.
Turista chileno aplicó sus estrategias durante los cinco días perdido en Islas Galápagos
Ecuador era el último país que le faltaba por conocer de América Latina. Había recorrido todo, desde México hasta la Patagonia.
Como buen economista -labora para el Gobierno de Chile en el área de pensiones-, Felipe Bravo Rodríguez había planificado cada detalle de este último viaje.
Desde enero buscó en Internet las rutas turísticas, los mapas de las ciudades que visitaría, la transportación, la comida, el clima… Todo estaba en su itinerario.
Llegó de Santiago a Guayaquil en un vuelo de Lan Chile y apenas estuvo en la ciudad quiso volar a Galápagos. Como muchos, percibió el ambiente de inseguridad.
Conocer el archipiélago era su sueño. Pero hoy prefiere tenerlo solo como eso, un sueño que no quiere que se repita. Por cinco días estuvo extraviado en la parte alta de la isla Santa Cruz. El lunes 11 de junio había planificado un recorrido en grupo con sus amigos, pero a última hora se canceló.
Había que aprovechar cada minuto y decidió hacer una excursión individual. Tomó su mochila negra, una bermuda, su Ipod, una botella con agua, un abrigo y una ‘polera’ (camiseta).
Comenzó en la playa y a las 12:00 tomó un sendero. El camino era de tan solo tres horas, pero cuando después de cinco horas comenzó a desesperarse.
“Desde el minuto uno me di cuenta que me había perdido. Intenté regresar sobre mis pisadas, pero habían desaparecido… el terreno en las islas es inhóspito”.
A ratos arena, a ratos roca volcánica, a ratos tierra movediza… Sentía que la vegetación lo acorralaba. Agotado, a las 18:00 dejó de dar vueltas y buscó refugio. Subió a un árbol y ahí pasó la noche, casi sin dormir. Era el inicio de cinco días de sobrevivencia.
En medio de un terreno desértico y rocoso organizó su sistema de vida. Se quedó junto a cactus, su fuente de líquido. Se cobijó del sol bajo un árbol y en las noches se recostaba sobre las rocas que conservaban el calor del día.
Alimentarse no era su prioridad, pero no dudó en cazar algunos insectos y lagartijas. Por el contrario, hidratarse era vital y extrajo líquido de las hojas del cactus con un bolígrafo que usó como sorbete.
Conservar la calma era una de sus estrategias, algo difícil pues a su alrededor todo era confuso. Por momentos pensaba que estaba cerca del mar y confundía el chillido de algún pájaro con el grito de una persona. “Pensaba que estaba soñando o que me estaba volviendo loco. No creí que me estaban buscando”.
El miércoles, el eco de un helicóptero le dio fuerzas. Pasó dos veces sobre Felipe, quien agotó sus fuerzas para llamar la atención, pero no lo logró. “En ese momento perdí las esperanzas. Habían pasado 48 horas para la búsqueda y eran cruciales”.
Siguió con su rutina hasta que el sábado, casi a las 08:00, escuchó a lo lejos su nombre. Ese día, muy por la mañana, tres guardaparques del Parque Nacional Galápagos, un policía y un bombero salieron para continuar la búsqueda.
Un día antes habían seguido las huellas de Felipe, ramas quebradas, su Ipod… pero pronto perdieron el rastro. El guardaparque Milton Calva se distanció un poco del equipo de rescate y tras varias horas vio a Felipe a unos 20 metros de distancia.
Del otro lado Felipe escuchó que gritaban su nombre. Era un sonido distinto a todos los que había grabado en su mente.
Un poco débil y quebrantado por las lágrimas, el joven chileno respondió al llamado. “No puedo describir lo que sentí en ese momento”, dice Felipe.
Luego de las observaciones médicas, pues tenía un poco de fiebre y deshidratación, el joven turista llegó nuevamente a Guayaquil. Con un poco más de tranquilidad, junto a su madre María Blanca Rodríguez, recorrió el jueves parte del Malecón 2 000.
Aún no sabe cuando regresará a Chile. Por ahora su temor es la prensa de su país, donde su historia es muy comentada. “Allá persiguen por todo lado, hasta con paparazzi”, dice un tanto nervioso.
En su mochila negra aún guarda los mapas de las otras partes de Ecuador que no pudo conocer. Hoy debía estar en Otavalo rumbo a Quito. “Guardar energías me ayudó a sobrevivir… tal vez vuelva para terminar la ruta”.
Fuente: EL COMERCIO*
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