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Jaime Galarza Zavala
Escritor, Premio Eugenio Espejo 2007
Este 28 de enero, al cumplirse 99 años del asesinato de Eloy Alfaro, El Más Grande Ecuatoriano de Todos los Tiempos, pocos actos conmemorativos dignos de mención se realizaron en el país. Esta desmemoria afecta especialmente a la joven generación, envuelta en la maraña del fútbol, las pasarelas, la pornografía, las drogas y la ignorancia enciclopédica divulgada por algunas de las poderosas líneas de Internet.
Los grandes medios privados, que tanto cacarean sobre la libertad de información, procuraron que la fecha pasara de agache, o la ignoraron del todo, como lo hizo como siempre El Comercio, que fue uno de los principales instigadores de la masacre en que perecieron el Viejo Luchador y varios de sus capitanes.
Salvo casos aislados, tampoco el magisterio reivindicó este capítulo fundamental de la historia nacional, pese a ser heredero privilegiado de la Revolución Alfarista que pobló de escuelas, colegios y normales el territorio nacional, dando acceso a niños y niñas de toda condición social, cobijados con el manto liberador del laicismo, luego de 300 años de oscurantismo clerical y colonialista, en que imperó el dogma, la superstición y el racismo.
Por supuesto, es obvio que la derecha (anti) ecuatoriana en sus distintas pelambres: conservadores clásicos, conservadores reencauchados,
“Hay que soplar las cenizas para que se
reavive la llama de la verdad, la llama de la dignidad...”
liberales canibalescos, democristianos, socialcristianos y más representantes de la fauna, procurarán esta vez, como todos los años, soslayar el histórico crimen, tapar la hoguera con un vidrio, lo que no podrán jamás lograrlo del todo. El fuego y el resplandor de esta hoguera son demasiado grandes para que alguien pueda esconderlos a los ojos del presente y del futuro.
Pero hay algo más que decir frente al caso: fue el propio General Alfaro quien allanó el camino de su arrastre hasta la pira de El Ejido; y lo fue por su bondad y generosidad ilimitadas.
Es que duro en el combate a los cavernícolas y en la guerra, al momento del armisticio y la paz rebosaba tolerancia y respeto a los vencidos en forma tal que llegaba al extremo de proclamar “perdón y olvido” hacia ellos.
De esto se benefició toda clase de traidores, desleales, oportunistas y conspiradores. Alfaro sabía, por ejemplo, que “Placita”, como lo llamaba a Leonidas Plaza Gutiérrez, era un felón de tomo y lomo, pero le dejaba hacer y dejaba pasar sus fechorías, al extremo que se convirtió en su víctima, pues Plaza fue el cerebro oculto del crimen del 28 de enero.
Lección esta del “perdón y olvido” que no debe practicarse jamás si ha de imperar la justicia y si no se quiere vivir chapoteando en la sangre de los pueblos acuchillados por sus verdugos.
Claro que hay quienes predicaron ayer y predican hoy esa política nefasta. Sostienen que no hay que remover cenizas del pasado, que hay que vivir de cara al futuro y no reviviendo a los muertos. No hay que oírlos. Hay que soplar las cenizas para que se reavive la llama de la verdad, la llama de la dignidad humana, el fuego de la libertad.
El Telégrafo
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