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EL TELÉGRAFO | Jorge Núñez Sánchez
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La esclavitud fue la otra cara del colonialismo europeo. Casi extinguidos los indios del Caribe por los malos tratos de los conquistadores, estos buscaron mano de obra esclava en África para sus plantaciones tropicales americanas. Desde entonces, decenas de millones de africanos fueron secuestrados y esclavizados por los traficantes europeos, para alimentar ese vil negocio de carne humana.
Esos seres humanos eran raptados en sus pueblos de origen por bandas criminales venidas de Europa u organizadas en la misma África, y luego trasladados en los inmundos barcos negreros, sin consideración a su origen, nivel cultural o identidad personal. Para que entraran en mayor número en las bodegas, se los acostaba encadenados en el piso y uno junto a otro, como cucharas. Como se resistían a probar comida, se los alimentaba por la fuerza, usando embudos.
Muchos morían en el viaje y otros preferían lanzarse al agua antes que vivir en esclavitud. Ya en el puerto de destino, eran tasados y vendidos como animales domésticos, esto es, por su juventud, fortaleza o vivacidad, aunque entre ellos había sabios y hombres de cultura.
Para el colonialista, el negro era simplemente un esclavo, una especie de bestia con forma humana “creada por Dios para servir a sus amos blancos”, según decían los esclavistas. Pero para sí mismo era un ser humano victimizado por la violencia de sus opresores, un ser con sentimientos, lengua, dioses y sueños propios, que ansiaba constantemente la libertad. No es de extrañar, pues, que en la historia del colonialismo europeo en América se hallen como elementos estructurales de las diversas sociedades tanto la esclavitud cuanto la resistencia esclava, expresada en protestas, robos y delitos de sangre contra los amos y capataces, así como en fugas, levantamientos o formación de palenques y quilombos de negros prófugos.
“Para el colonialista, el negro era solo
un esclavo, una especie de bestia con forma humana...”
También son testimonios de esa resistencia las formas de represión institucionalizadas por el sistema colonial contra la resistencia esclava, expresadas en leyes y mandatos legales, que detallaban y categorizaban tanto los posibles delitos de los esclavos cuanto las penas y castigos que debían merecer por ellos. En la culminación de ese proceso de institucionalización de la represión, se dictaron los famosos “Códigos Negros”, que buscaban normar todos los aspectos de la esclavitud en América Latina.
De ellos, el más opresivo fue quizá el Code Noir, promulgado en 1685 para las colonias francesas del Caribe, que daba al esclavo la categoría de un bien mueble sin ningún derecho personal, establecía durísimas penas para los esclavos fugitivos y daba al amo un ilimitado derecho de castigo; inclusive negaba a los esclavos el derecho al culto religioso, aunque obligaba a los amos a bautizarlos. En cuanto al ámbito español, el Código Negro carolino de 1784 era también bastante riguroso: disponía duros castigos contra los negros rebeldes o cimarrones, prohibía a los esclavos tener un peculio superior a la cuarta parte de su propio valor, así como efectuar legados a sus familiares; también impedía que los esclavos comprasen su libertad, sosteniendo que el dinero reunido por estos era generalmente fruto de robos o de prostitución.
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