La parroquia La Pila, en Montecristi, es un poblado ubicado en medio de lomas llenas de vegetación de bosque seco tropical.


La Pila forma parte de la hoja de ruta de quienes visitan Manta y el museo mausoleo de Eloy Alfaro, al pie del cerro de Montecristi.


Si usted llega en auto, particular o en servicio público, desde la carretera puede observar el trabajo de docenas de artesanos que laboran en los 50 talleres familiares ubicados en el interior de sus viviendas, con paredes de ladrillo y techo de zinc.


imagenEl pasado 3 de septiembre, a las 14:00, Camilo Gómez, un comerciante guayaquileño, paró su auto en la zona de los quioscos.


Son los puestos de venta de artesanías en barro y cerámica que están ubicados al lado de la vía.


“Necesito una réplica de Venus, pero la Venus de la cultura Valdivia. Es para un trabajo de mis hijos”, explicaba Gómez a María Pachay, la propietaria del taller de cerámica Manteño.


Pachay, de 60 años, bromeaba con la turista. “Aquí tiene las Venus que desee, hay para todos los gustos. Las elaboro con santa paciencia. Dígame, ¿cuál le gusta?”, decía la artesana, mientras señalaba sus trabajos.


Gómez escogió tres modelos y pagó USD 5 por ellas. Rápidamente la vendedora envolvió las figuras en papel periódico y se las entregó a la clienta.


En La Pila, artesanos como Pachay -que usan el barro como materia prima- quedan pocos. Otro de ellos es Andrés López.


El hombre tiene su taller a 500 metros de la vía principal. En estos días, López trabaja en la elaboración de un guerrero de la cultura Jama-Coaque.


Al fondo de su vivienda se encuentra su sitio de trabajo. Es una habitación de 16 metros cuadrados. Allí, en una mesa de madera se observaban cuchillos y puntas de diversos tamaños con los que López da forma, en barro, a sus réplicas precolombinas.


“Esta figura se va a Quito, lo trabajo bajo pedido, aquí tiene un costo de USD 500, mide 1,65 metros, me tardaré una semana”, explicaba el artesano.


Mientras López trabajaba, dos turistas llegados de Quito se acercaron al lugar buscándolo. ¿Dónde vive don Andrés?, decía María Alarcón, una de las visitantes.


Tras localizarlo, la mujer le encargó la elaboración de una silla en forma de U. “Eso le cuesta por lo menos USD 1 000, se trabaja en piedra, eso es más fuerte”, le comentaba López.


‘Don Andrés’ confesó que cada vez menos personas se dedican a esta tradicional actividad.


El artesano sostuvo que la mayoría de artesanos dejaron de lado las réplicas de las figuras precolombinas y se dedicaron a confeccionar objetos decorativos en cerámica. “A ellos les va mejor”.


En las calles de La Pila, algunas adoquinadas y otras aún de tierra, son visibles la cantidad de moldes que utilizan los artesanos para la elaboración de las cerámicas.


Ángel Bailón es uno de artesanos que utiliza la cerámica moderna. “A los turistas nacionales les gustan los jarrones, frutas, animales y hasta una especie de juguetes decorativos que elaboramos. Nuestros precios son módicos y sobre todo se vende del productor al cliente”.


Además de comprar artesanías, está la opción de refrescarse con un baño en la piscina de aguas termales que existe en un complejo ubicado en el centro de la parroquia.


El agua es burbujeante, viene desde el subsuelo y ayuda para la limpieza de piel, dijo Alberto González, administrador del lugar.


Para complementar el paseo, 10 minutos en el sur está el valle de Sancán.


Allí, la venta de las tortillas de maíz es la oferta atractiva para aplacar el frío que se siente en esta temporada.


Hay 40 puestos al filo de la vía. Danny Pibaque es propietario de uno de los quioscos. Los turistas que bajan de Manta, Portoviejo, La Pila y desde el norte de la provincia, rumbo a Guayas, paran en su mayoría para servirse un café pasado con tortillas de maíz.


Ese delicioso combo cuesta apenas un dólar.




Fuente: EL COMERCIO*