Aún permanecen en nuestra memoria, y en nuestros ojos, aquellas imágenes, de
hace dos años, en las cuales los policías, con saña y extrema violencia,
agredían a los ciudadanos que acudieron a defender al Presidente. Los policías
atacaban a quienes debían proteger.
Los policías cargaban, sin compasión, contra indefensos hombres y mujeres, muchos de la tercera edad, que acudieron revestidos con la fe en su Presidente y amor por la democracia y el país.
Miles de ciudadanos que fueron presurosos hasta la Mariana de Jesús, cubiertos por un cartel o la bandera tricolor, e intentaban avanzar mientras eran violentamente repelidos por policías convertidos en salvajes agresores.
Aún permanecen en nuestra memoria aquellas imágenes, en las cuales el Presidente, apoyado en su muleta, era insultado y vejado. Y lo que es peor, aún no se ha borrado de nuestra memoria aquella imagen, en la cual un policía intentó despojarlo de la máscara antigás y luego se escabulle, cobardemente, para confundirse entre el resto de agresores.
Aún permanece en nosotros aquella imagen de un grupo de opositores, gritando e insultando, ingresan al edificio de medios públicos y, con la misma violencia de los policías, rompieron puertas para también intentar tomarse el canal público.
Y sigue viva, como si fuera ayer, aquella imagen, transmitida en vivo y en directo a todo el mundo, en la cual los cuerpos de élite rescatan al Presidente y uno de aquellos valientes soldados es abatido por un certero balazo.
Su cuerpo cae pesadamente y queda inmóvil; tendido en la calle, poblando de sombra, dolor e ira al país y la democracia. Imagen que es como una punzada permanente que nos llama a no olvidar. Que nos obliga, día a día, a defender la democracia y trabajar, sin tregua, por una patria nueva; equitativa, libre, justa y sin exclusiones.
Pero también permanece en nosotros, ya en la noche, aquella imagen cuando llega el Presidente a la Plaza Grande, al Palacio de Carondelet, y comparece, emocionado y agradecido, desde el balcón, ante miles de compatriotas que saludaban con vivas a la democracia y al Presidente.
Conmovedor. Por fin un Presidente que estaba dispuesto a dar su propia vida por la patria. Por fin un Presidente que cumplía su palabra y privilegiaba los intereses de la mayoría a los intereses personales.
Pero también están aquellas imágenes, y palabras, de aquellos que ejecutaron el plan de desestabilización e intentaron tomarse la Asamblea y llamar a las calles a jóvenes estudiantes para consolidar el golpe.
Y no. No pudieron. Más pudo la confianza en la gestión del Presidente y la necesidad de cuidar la democracia. Y ese es nuestro deber. El de todos. Construir una democracia inclusiva, para todos. Una democracia en la que también tenga cabida, obviamente, la oposición. Y ojalá una oposición inteligente y no golpista.
Fuente: EL TELÉGRAFO*
Los policías cargaban, sin compasión, contra indefensos hombres y mujeres, muchos de la tercera edad, que acudieron revestidos con la fe en su Presidente y amor por la democracia y el país.
Miles de ciudadanos que fueron presurosos hasta la Mariana de Jesús, cubiertos por un cartel o la bandera tricolor, e intentaban avanzar mientras eran violentamente repelidos por policías convertidos en salvajes agresores.
Aún permanecen en nuestra memoria aquellas imágenes, en las cuales el Presidente, apoyado en su muleta, era insultado y vejado. Y lo que es peor, aún no se ha borrado de nuestra memoria aquella imagen, en la cual un policía intentó despojarlo de la máscara antigás y luego se escabulle, cobardemente, para confundirse entre el resto de agresores.
Aún permanece en nosotros aquella imagen de un grupo de opositores, gritando e insultando, ingresan al edificio de medios públicos y, con la misma violencia de los policías, rompieron puertas para también intentar tomarse el canal público.
Y sigue viva, como si fuera ayer, aquella imagen, transmitida en vivo y en directo a todo el mundo, en la cual los cuerpos de élite rescatan al Presidente y uno de aquellos valientes soldados es abatido por un certero balazo.
Su cuerpo cae pesadamente y queda inmóvil; tendido en la calle, poblando de sombra, dolor e ira al país y la democracia. Imagen que es como una punzada permanente que nos llama a no olvidar. Que nos obliga, día a día, a defender la democracia y trabajar, sin tregua, por una patria nueva; equitativa, libre, justa y sin exclusiones.
Pero también permanece en nosotros, ya en la noche, aquella imagen cuando llega el Presidente a la Plaza Grande, al Palacio de Carondelet, y comparece, emocionado y agradecido, desde el balcón, ante miles de compatriotas que saludaban con vivas a la democracia y al Presidente.
Conmovedor. Por fin un Presidente que estaba dispuesto a dar su propia vida por la patria. Por fin un Presidente que cumplía su palabra y privilegiaba los intereses de la mayoría a los intereses personales.
Pero también están aquellas imágenes, y palabras, de aquellos que ejecutaron el plan de desestabilización e intentaron tomarse la Asamblea y llamar a las calles a jóvenes estudiantes para consolidar el golpe.
Y no. No pudieron. Más pudo la confianza en la gestión del Presidente y la necesidad de cuidar la democracia. Y ese es nuestro deber. El de todos. Construir una democracia inclusiva, para todos. Una democracia en la que también tenga cabida, obviamente, la oposición. Y ojalá una oposición inteligente y no golpista.
Fuente: EL TELÉGRAFO*
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