martes, 22 de marzo de 2011

¿Por qué la agresión multinacional a Libia?

***SNN

EL TELÉGRAFO
NANCY BRAVO DE RAMSEY

Sin haber de por medio una clara razón aceptable y lógica, las naciones más poderosas del orbe, con Estados Unidos y Gran Bretaña a la cabeza, han agredido a Libia.


Pero el resto del mundo comprende que esta coalición de la ignominia, integrada además por Francia, Alemania, España y Canadá -que recientemente ha pedido unos pocos días para intervenir atacando a la nación norafricana-, es que el verdadero motivo de este criminal comportamiento radica en el afán de todos ellos de apoderarse de las grandes reservas petroleras de la más fina calidad, así como de la gigantesca existencia de agua dulce en estado puro que existen en el subsuelo de Libia.


Los dos elementos más codiciados por todas las naciones, el agua y el petróleo, a las puertas de la extinción de las reservas del hidrocarburo para los países del Noroccidente, anunciada para un par de décadas, y de la cada vez más aguda escasez del líquido vital. ¡Gran delito el de Libia! Estar asentado sobre los más importantes tesoros para la sobrevivencia de los pueblos y sobre todo petróleo-adictos.


Animados por este extraño criterio, los complotados de la voracidad y de la infamia, sin importarles la opinión de las demás naciones e irrespetándolas con su doloso quemeimportismo, se reunieron en París bajo el cobijo de Nicolás Sarkozy. A estas siniestras citas en donde se decidieron detalles de una fatídica guerra, acudieron la norteamericana Hillary Clinton, el primer ministro británico David Cameron, así como la canciller alemana Ángela Merkel, el español Rodríguez Zapatero y el primer ministro canadiense.


“Es urgente que todos, (...), llamemos
al orden a estos países verdugos de la humanidad...”


Con la autorización concedida por un titubeante Ban Ki-Moon, secretario general de las Naciones Unidas -junto con la OTAN y la OEA, uno de los instrumentos multinacionales de los más poderosos del mundo para cometer sus fechorías-, instigados por el “pacífico” Barack Obama, presidente de los Estados Unidos e irónicamente Premio Nobel de la Paz, decidieron iniciar la guerra en contra de Libia, que tiene una de las más altas expectativas de vida y uno de los mayores estándares del África.


Estados Unidos y Gran Bretaña fueron los primeros en atacar territorio libio, pasadas las 15:00 del 19 del presente marzo en esa nación. En esta tarea de la infamia la poderosa nación del Norte e Inglaterra, su hermana mayor, utilizaron 110 misiles de crucero Tomahawk, provocando la muerte de 48 personas y la destrucción de edificios civiles y militares. Luego, al amanecer del domingo 20, la población libia residente en las ciudades costeras de Trípoli, Misrata, Zuara y Bengasi vivió un despertar dantesco bajo una lluvia de misiles provenientes de naves aéreas de banderas pertenecientes a los países integrantes de la coalición armada en una nefasta misión que no tiene excusa.


La guerra internacional contra Libia ha empezado a causa de la codicia de los países más poderosos, que intentan instaurar allí un gobierno títere que les permita apoderarse de los tesoros petrolíferos y acuíferos de la nación árabe. ¿Quién detiene tanta ignominia? Y mientras los voceros del Ejército de Estados Unidos afirman que algunos países árabes los están apoyando en esta confrontación armada artificialmente, China condenó los ataques multinacionales a Libia, y la Unión Africana (UA) llamó a un “cese inmediato de todas las hostilidades” en ese país.


Todo esto, que sin duda convertirá al Mediterráneo, Europa, Estados Unidos y el Norte de África en territorios de guerra, permite prever tiempos de horror para la humanidad, y un final casi impredecible. ¿Acaso no sabemos cómo acabaron las confrontaciones armadas de Vietnam y de Corea? La nación de Obama entonces no quedó bien parada. ¿Y acaso no sabemos que una guerra de tales dimensiones y muy posiblemente utilizando armas nucleares, añadiría mayores problemas al ya lesionado equilibrio ecológico que resultaría del todo maltrecho, sino también a la misma existencia de nuestro castigado planeta?


Quienes vivimos en los países que conforman el tercer mundo, que no interesamos a las naciones poderosas, pues tan solo se acuerdan de nosotros para medrar de nuestras riquezas, también tenemos derecho de hacernos escuchar. Porque el planeta es de todos quienes lo habitamos. Se hace necesario entonces que los pueblos de Sudamérica, Asia y África eleven su voz y hagan conocer su decisión de paz. Sin demora. Es urgente que todos, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, llamemos al orden a estos países verdugos de la humanidad, recordándoles las responsabilidades que todas las civilizaciones tienen: el respeto a la vida de los pueblos y a la decisión de su destino sin intervención foránea. …¿Pero comprenderán algo de esto quienes se creen dueños del mundo?

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