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Carlos Castro empezó a apostar desde los 18 años pequeñas cantidades de dinero. Luego comenzó a visitar más los casinos, hasta que dejó de ir a trabajar.
Análisis
Álex Kalil Quevedo
Autor del libro “Por culpa del maldito casino”
Ludópata debe aceptar su adicción
La gente va a un casino por primera vez y no sabe en qué momento la adicción lo atrapa.
Hay unos que lo hacen como válvula de escape para aliviar sentimientos de impotencia, ansiedad, culpa o depresión. Sin embargo, los estudios determinan que quienes producen menos serotonina y dopamina en el cerebro son propensos a la adicción.
Por lo tanto, tienen una tendencia a caer en ese riesgo si encuentran las condiciones.
Para superar esta adicción, primero el individuo debe reconocer que tiene un problema y enfrentarlo, buscar ayuda profesional y confiar en su familia.
El ludópata, a diferencia del adicto a las drogas o al alcohol, está ciento por ciento consciente de lo que hace, es un profesional de la mentira y siempre busca la forma de conseguir dinero para apostar en las salas de juego. Carlos Castro dejó de trabajar para apostar. Su esposa le puso un ultimátum: dejaba el vicio o se iba.
Atraído por los placeres que encontraba en los juegos de azar, Carlos Castro se convirtió en un ludópata, una de esas personas que son adictas al juego.
Durante veintiocho años estuvo envuelto en el mundo de los casinos, apostando todo lo que llegaba a sus manos. Descuidó su trabajo, su mujer y sus hijos y ahora intenta recuperarse y dejar atrás ese capítulo de su vida.
Carlos empezó a frecuentar los casinos a los 18 años de edad, y como muchos comenzó apostando poco y ganando algo de dinero, lo que le motivó a entrar en el vicio del juego casi sin darse cuenta.
“He entrado a todo tipo de casinos, en todos te ofrecen algo de tomar, en muchos de ellos desayuno, almuerzo, comida, pasabocas, licor, entonces uno se puede imaginar cuantas ganancias obtienen estos lugares del bolsillo de los incautos”, menciona ahora Carlos.
Carlos empezó a frecuentar los casinos a los 18 años y, como muchos de los que caen en la tentación, apostaba muy poco.
Hace doce años –comenta este padre de familia- decidió probar suerte en el casino del Unicentro, uno de los que más frecuentaba, en el centro de Guayaquil.
Entonces, apostó unos 100 mil sucres y ganó, continuó jugando y ganando, pero su suerte cambió y antes de terminar la noche no tenía ni para el pasaje. “Miraba a todas partes, no sabía de dónde sacar dinero. Dejé la vergüenza a un lado y le pedí a un señor que me prestara, pero él tampoco tenía dinero. Me tocó caminar más de una hora para llegar a casa”, relata.
Pese a eso Carlos continuó jugando y apostando todos sus ahorros, incluso su vicio lo llevó al punto de faltar a su trabajo y ausentarse de su hogar sin ninguna explicación. Un día, cuando el reloj marcaba casi las siete de la noche, su esposa Gardenia Arreaga, al ver que no llegaba, lo fue a buscar al trabajo.
Para sorpresa de ella le dijeron que su marido no había ido a laborar.
La mujer preocupada lo buscó por hospitales y morgues, incluso le tocó hacer el reconocimiento de dos cadáveres. Toda la familia se unió en su búsqueda, la misma que terminó cuando Carlos llegó a su casa, a las cuatro de la madrugada, a pedir dinero para pagar el taxi.
Los juegos de azar empezaron a causar problemas familiares, asegura Gardenia. “Me ha tocado sacarlo de los casinos, lo he ido a buscar incluso hasta con sus hijos para que le dé vergüenza”, comenta la mujer, quien hace siete meses le dio a Carlos un ultimátum. “Realmente estaba cansada de esta situación, hemos soportado tantos años este problema, así que le dije: decide, o tu familia o tu vicio”, explica la madre de familia.
Desde ese entonces, Carlos trata de mantenerse alejado de los casinos y ahora se distrae con el juego de naipes entre amigos.
“Los casinos pueden servir como una fuente de diversión, pero por un momento. No hay que visitarlos con frecuencia porque uno termina en el vicio, se despreocupa de la familia, del trabajo y solo quiere estar allí”, reflexiona Carlos.
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