jueves, 6 de septiembre de 2012

El orgullo ecuatoriano

***SNN






Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

 

En abril pude saborear París. Me gustó la frescura de la primavera, la posibilidad de visitar museos, asistir a conciertos sin integrar engorrosas filas. Volví a Saint Denis donde hace pocos años había escuchado a mi amigo Rostropovich en un extraordinario concierto. La basílica famosa por su esplendor gótico, sus ventanales gemelos con rutilantes vidrieras, la luminosidad tan llamativa de su coro con inmensos rosetones alberga la tumba de treinta reyes desde Dagoberto hasta Luis XVIII, más de veinte reinas, entre ellas María Antonieta. Al salir me sorprende la cantidad de policías, carros patrulleros estacionados con luces giroscópicas. Alguien me llama por mi nombre, me topo con un grupo de ecuatorianos. La sorpresa mutua impone abrazos efusivos. Pregunto por el despliegue policiaco, se ejerce un control estricto para proteger turistas pues el barrio de Saint Denis es zona rojísima en la que casi nadie sale después del anochecer. Es el número uno en Francia por lo que se refiere a asaltos, robos, violaciones, pandilleo armado, delincuencia juvenil, racismo exasperado, ajetreo de estupefacientes, 135.000 delitos y crímenes cometidos el año pasado. Asombrado pregunto a Marco, ambateño, graduado de bachiller, albañil por necesidad, cómo se siente en tan peligroso sector, me contesta que no vive allí, solo vino de paseo con sus compañeros. Extraña su tierra, le hablo de tantas maravillas que ofrece la ciudad luz, me contesta que daría todo eso por la basílica de Baños, las tiendas donde estiran las melcochas, los dulces de miel, los trapiches, el jugo de caña, me dice con nostálgica sonrisa: “Nosotros allá somos pilas, sabemos cómo lidiar con la delincuencia. La vida continúa y la gente, igual, sale de día o de noche. Aquí nos meten toque de queda, nos piden papeles tan solo con vernos caras de latinos”. Deja pasar minutos, calladito, prende un cigarrillo, lanza con sonrisa burlona: “Ustedes no saben lo que tienen, extraño el membrillo, los algarrobos, los duraznos, las flores por doquiera. En los Campos Elíseos venden orquídeas que llegan de Ecuador, cuando digo que en nuestra tierra crecen por doquiera se ríen de mí. Aquí te venden dos por veinte euros (25 dólares)”. Miro a Marco, está a punto de llorar, brillan sus ojos, habla de Ambato como nadie jamás lo hizo para mí. Yo, francés de nacimiento pero vuelto a nacer en una ciudad costeña con vista al río Guayas, la que me acogió con tanta generosidad, puedo entender este apego a un país que dista mucho de ser perfecto, que tiene desempleo y se lo hago notar a mi interlocutor, contesta con algo de tristeza. “En su tierra Bernard, hay en la actualidad más de tres millones de desempleados”.

Pienso en centenares de miles de ecuatorianos en Estados Unidos o Europa. Se mueren con recordar un locro, un cebiche, un pasillo. “Todo lo que quise yo, tuve que dejarlo lejos, siempre tengo que escaparme y abandonar lo que quiero”. Retratos, espejos, cartas apolilladas, Abel Romeo Castillo mucho años atrás había plasmado el himno de los desterrados. Me embarga una inmensa gratitud por esta ciudad a la que debo tanto.





Fuente: EL UNIVERSO*




 

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