Por eso no teme maquillar a quienes se han dormido en ella. Pero no siempre se sintió así al comenzar a trabajar en la funeraria Alain Alache, en la avenida Quito y Rosendo Áviles.
Al principio hubo sobresaltos como el que tuvo con uno de sus primeros trabajos. Mientras le rasuraba la cara a un hombre sintió que este hizo una mordida. “Yo brinqué, pero no podía demostrarlo, el familiar estaba allí, me preguntó: ‘qué pasó’ Yo le respondí que me había hincado, para disimular el susto”.
Mintió porque los familiares suelen pensar que para los maquilladores estas situaciones son consideradas “normales” y aunque a Katiria ahora eso ya no la asusta, acepta que lo que sí le aterra es perder a sus seres queridos más cercanos.
Ese temor se apodera de ella cuando le toca revisar los certificados que explican por qué falleció una persona. Cuando es por diabetes o insuficiencia renal no puede evitar ceder a las lágrimas, tiene sentimientos encontrados, pues su madre padece esta enfermedad.
Pero esos momentos no le quitan la satisfacción que encuentra en su trabajo. Le gusta que su maquillaje esté impecable, que los familiares se sientan de alguna manera reconfortados.
Una de sus experiencias más gratas fue cuando maquilló a la esposa de un hombre de unos cincuenta años. Al inicio él no aceptó la propuesta del arreglo porque insistía una y otra vez en que a su difunta esposa no le gustaba maquillarse y que no debían tocarla. Sus cuñadas lo convencieron y él aceptó el servicio.
Katiria le aplicó un maquillaje sencillo para disimular el color pálido de su piel. Se veía bastante natural. Cuando el esposo la vio se recostó encima de ella y la abrazó. Katiria recuerda que incluso quería darle un beso, pero las cuñadas se lo impidieron.
En ese momento él se volteó hacia ella y le apretó sus manos en señal de agradecimiento. “Mi mayor satisfacción es saber que hasta en su última morada ella se va bien guapa”, dijo él.
La ciencia y los muertos
Leonel Mera al igual que Katiria tiene una relación bastante cercana con la muerte. Él no se atreve a decir que le gusta trabajar con muertos, aunque entiende que eso puede sonar algo morboso.Siempre tuvo mucha curiosidad sobre cómo se los arreglaba, el que se incrementó cuando murió su abuela. Se preguntaba: ¿serán los familiares? ¿quién hará eso? La respuesta llegó cuando comenzó a trabajar hace cuatro años en Parque de La Paz. Primero laboró en administración y luego en el área de tanatopraxia.
Cuando llegó veía pasar los féretros y la curiosidad persistía en él hasta que tuvo la oportunidad de aprender sobre tanatopraxia en un curso que tomó en su trabajo.
Pero ¿qué es la tanatopraxia? Mera lo explica de una manera muy sencilla. Consiste en la preservación y estética de los cadáveres.
Primero el cuerpo es llevado a una sala de tanatopraxia, donde hay una mesa metálica o de cerámica con su desfogue de líquidos, se lava el cuerpo, se limpia toda rasmilladura, úlceras o llagas que tenga el cuerpo y se hacen ejercicios post mortem.
Hacerlo es muy importante, dice Leonel, pues debido a la rigidez post mortem las articulaciones se contraen y si no se hacen los ejercicios después no se va a poder mover el cuerpo. Una vez terminados se lo ubica en el cofre.
Antes de poner el formol es necesario aplicar crema hidratante en todo el cuerpo para que en el momento de aplicarlo no se reseque, pues el formol también contrae los músculos.
Después de formolizar el cuerpo vía femoral o intravenosa; se trabaja en la estética, prestando más atención en en la cara, cabello y uñas.
Algunas personas prefieren entregar una foto del fallecido o la cédula, lo que facilita un poco su trabajo. El maquillaje es similar al que utiliza una persona viva. Solo que en el caso de los hombres también se aplica lápiz labial porque los labios suelen quedar pálidos.
Se aplica base líquida, polvo compacto, juego de sombras (en mujeres) y lápiz de labio. También trabajan con la rosa cromática para dar una presentación normal al rostro, que en ocasiones puede tener un color verdoso, dependiendo de la enfermedad que causó su muerte.
Estos procedimientos, que pueden tardar entre 45 minutos y hasta 3 horas, se aplican al menos sesenta veces en un mes por lo que reconoce que su trabajo es rentable.
Katiria por cada sesión de maquillaje puede ganar 40 dólares aunque si se trata de un particular se cobra hasta $ 80. En una semana atiende un promedio de 10-18 personas.
Trabajo ambulatorio
No siempre el familiar traslada al fallecido a la oficina de Katiria, es entonces cuando le tocamovilizarse a ella y hacer lo más rápido posible el maquillaje.“Los familiares no quieren esperar mientras se los prepara, lo que quieren es llevárselo de inmediato para velarlo. Allí es cuando mi trabajo se vuelve ambulatorio”, dice.
Tanto ella como Leonel conocen la morgue de Policía y de Tránsito. También han hecho su trabajo en hospitales, aunque no en todos es permitido maquillar, expresan.
A Katiria le ha tocado viajar en una ambulancia mientras maquillaba un cadáver. No fue fácil. Rememora que el vehículo era estrecho y el féretro era uno de los más anchos.
El trabajo fue bastante difícil pues la tapa de la caja estaba abierta solo hasta la mitad y los familiares estaban junto al fallecido. Uno quería el maquillaje de una forma mientras otro le daba indicaciones contrarias.
Los momentos más incómodos
Si bien Katiria y Leonel siempre tratan de encontrar una explicación lógica a cualquier situación extraña que se presente en su trabajo, no siempre tienen éxito.Leonel recuerda que cuando recién empezó a arreglar cadáveres le tocó ir a la morgue de Policía. Jamás había visto cómo se hacía una autopsia, como se abrían los cadáveres. El momento lo tomó desprevenido y se quedó absortó. Eso cambió después de recibir un curso teórico-práctico de tanatopraxia, donde le tocó nuevamente ver este procedimiento.
Esa no fue el único momento extraño que vivió. Cuando aún era “el nuevo” en su trabajo fue a Solca para trasladar un cadáver. Cuando entró al ascensor la mano del fallecido comenzó a brincar una y otra vez y llegó a pensar que tal vez no estaba muerto.
Inmediatamente trató de hallar una explicación para lo que sucedía y lo primero que hizo fue revisarle los signos vitales y corroborar que sí estaba muerto mientras sus compañeros se reían del novato.
Katiria en cambio debió enfrentar la oscuridad a solas con varios cadáveres. En una morgue del hospital del IESS tenía que maquillar tres cuerpos rápidamente pues dos se iban de viaje. Cuando comenzó a hacer su trabajo se apagaron las luces. Su compañero huyó despavorido y la dejó sola.
Ella trató de mantener la calma y empezó a hacer su trabajo, pero era difícil porque no veía. Salió a buscar a su compañero para que la alumbrara con una linterna. A los pocos minutos regresó la luz. “Me tocó tener temple y no sentir miedo”, recuerda.
¿No les asusta la muerte?
Katiria y Leonel, de 31 y 30 años, tienen tres años arreglando cadáveres. A ninguno le asusta la muerte porque la ven a diario, pero no siempre fue así.Katiria no podía acercarse a un féretro ni ver un cadáver, si lo hacía no podía dormir en toda la noche. Las cosas ahora son diferentes porque sabe que están en un “sueño profundo”.
Leonel creía que los podía ver.
Cuando era más joven fue rockero, aunque no creía en lo “satánico” pero reconoce que le gustaba lo oscuro. Antes de trabajar con los muertos tenía la impresión de que veía fantasmas, espíritus, cosas paranormales.
Tanto creía en poder ver a los muertos que acudía al cementerio General y hacia fotos juntos a sus amigos, imaginaba que en estas aparecían rostros. Una vez que comenzó a trabajar en una funeraria todo eso desapareció. “Nunca más vi nada, estoy en el cementerio a toda hora, en la madrugada y nunca he visto nada”.
En una época fue fanático de las películas de terror; pero ya no lo asustan. o que sí teme es a los vivos. “No es que nada me asusta, me asustan los vivos, los sicarios que casi asesinan a mi hermana en una confusión”.
Hay que irse “bien guapo”
Maquillar a un fallecido puede tomarle unos quince minutos a Katiria. A Leonel 45 minutos incluyendo el trabajo de preparar el cuerpo y luego pasar a la estética.Los dos tienen un equipo de trabajo que abarca entre cuatro y seis personas, los que se encargan de diversas funciones como llevar la caja, coordinar los arreglos del servicio funerario con los familiares, entre otras actividades.
Lo primero que piensa Katiria cuando está frente a un cadáver es ‘¿cómo le gustaría verse?’ Si es alguien de su edad o la de su mamá ‘¿cómo me gustaría verme o a mi mamá?’ Preguntarle a los familiares lo que quieren es lo primordial, si quieren un maquillaje natural o más encendido.
Leonel quiere que se vean lo mejor posible y así disminuir el trauma del familiar. Está convencido de que mientras mejor se vea el cuerpo se da una sensación de descanso, eso ayuda al familiar, pues lo hace sentir que se fue en paz.
“La imagen tanto en vida o muerte vende. Yo pienso que después de la vida uno tiene que irse bien, con la cabeza en alto”, reflexiona Leonel.
Lo que sí se ha cuestionado es ¿cómo moriré? ¿me arreglarán bien? ¿será verdad o mentira todas las creencias sobre la muerte? ¿al final se unirá mi vida actual con la anterior?
Esas respuestas aún no las tiene. De lo que sí está seguro es que la imagen es importante aún después de la muerte.
Norma Cepeda, de 64 años, lo comprende. Su padre de 89 años murió hace cuatro meses. Al principio no quería aceptarlo, pero se apoyó en Dios.
Cuando lo vio recién fallecido en la casa de su hermano tenía un color pálido y su rostro se había apagado. Se fue a su casa en la ciudadela la FAE a cambiarse para el funeral y al regresar lo encontró diferente.
“Me parecía mentira, está dormido, él está tal y como es, yo lo veía que respiraba, pero el vidrio no se empañaba. Le decía a mi ñaño: mi papi está respirando.
‘No mamita son ideas tuyas’
Pero míralo si está tan rosadito, está tan lindo.
‘No ñañita, lo han maquillado’
Pero yo no he visto a nadie maquillarlo
Era verdad lo que decía el hermano de Norma. A su padre lo maquilló Katiria. Había escuchado antes de ellos pero nunca antes lo había visto. “Tú te imaginas que tu padre, tu madre están durmiendo”.
Después de esa experiencia, Norma, que es bien decidida, desde ya ha dado indicaciones de lo que quiere para su funeral, ya se lo ha dicho a su hija. Ella es realista y sabe que a todos “nos va a tocar”.
Es difícil aceptarla, superar el dolor, pero uno siempre tendrá los recuerdos.
Por eso quiere que la maquillen tal y como ella se considera: una persona feliz. “Quiero que me pongan una sonrisa como la de todos los días”.
Fuente: EL UNIVERSO*
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