jueves, 25 de octubre de 2012

El miedo a ganar las elecciones

***SNN
 
 
 
 
 
 
El principal miedo de la oposición –disímil, desnaturalizada, fragmentada y sin embargo peligrosa- es ganar las elecciones.
 
 
 
POR: Santiago Rivadeneira Aguirre
 
 
Y ese miedo deberá perfeccionarse en la medida que avanza el proceso electoral porque todos, en mayor o menor medida, tienen al frente la demanda popular, la rendición de cuentas, las exigencias de cambios más profundos y, lo que es más contundente, el fantasma de un golpe del estado.
 
 
Atrapados en estas artificiales disyuntivas ideológicas, solo les queda una salida: que Correa vuelva a ganar las elecciones, porque siempre será más cómodo reivindicar el rol de francotiradores, de cuestionadores a ultranza y hasta de contumaces provocadores. Es lo que se conoce como “el goce cínico de la autodestrucción”.


Hasta puede echarse mano del disimulo, para lucir ante la opinión ciudadana como “demócratas” o desinteresados defensores del pueblo. Ese doble enmascaramiento trae beneficios políticos inmediatos, por ejemplo, intentar ganar una curul en la Asamblea Nacional. ¿Qué hacer en el intertanto?
 
 
Aquí opera la teatralización de la política, el juego de máscaras, el (in)cumplimiento de roles, la predisposición a la aventura culinaria (como la planteó Brecht) y el desquiciamiento del lenguaje.
 
 
Hay una puesta en escena que se malea conforme transcurren las circunstancias, que arroja al vacío toda comprensión de los hechos y desvaloriza la palabra.


Eso permite, además, compactar acuerdos o confabulaciones que puedan operar por encima o debajo de la mesa, bajo el membrete de “negociaciones” o acuerdos políticos. Todo está escudado por la teatralización y el acomodo.


La oposición vive a plenitud el signo inconfesable de la decadencia, que ahora se impone como fundamento de una praxis que busca ocultar los delirios supremos de su dogmatismo.
 
 
Por eso ahora ofrece, como salida dialéctica, una “reacción ilusoria”: ocultar el miedo a ganar las elecciones, con la premura del disfraz y la máscara listas para la algarabía electorera.
 
 
La política, para los desavenidos, deviene en simple mercancía que atraviesa la lógica de una “(mala) conciencia” que impulsa el regreso al pasado, sin verificaciones o rendición de cuentas.
 
 
El pasado compulsivo determina la obsesión infantil por negarlo todo. En la negación está la oclusión del presente, que solo cuenta para consumar el despojo de todo lo actuado y todo lo practicado.
 
 
Lo obsoleto o la obsolescencia ideológica, es ese gastado y permanente intento nostálgico de siempre “volver a lo básico”.
 
 
 
 
Fuente: EL DIARIO*
 
 
 

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