lunes, 9 de julio de 2012

Mientras El Telégrafo denuncia los manejos de la USAID, El Comercio trata de intimidar con información no contrastada (Análisis)

***SNN





(Andes).- El trabajo periodístico, publicado en las ediciones del domingo 8 y lunes 9 de este mes, analiza supuestas cifras proporcionadas por las agencias Ibope y Kantar Media, en cuanto a niveles de lectoría y venta de periódicos, complementados con fuentes no reveladas que le quitan credibilidad al esfuerzo de atacar por atacar.

No es la primera vez que lo hace: el jueves 1 de septiembre de 2011 publicó un suplemento titulado “Especial del Día del Grafico, Obreros de la Prensa Nacional”, en el que se permitió borrar de la historia del Periodismo Nacional 127 años de trabajo fecundo de Diario El Telégrafo, fundado el 16 de febrero de 1884.

Para cualquier aprendiz de historia nacional resulta inconcebible que, mientras los miembros de la familia Mantilla Ortega -gestores del diario capitalino- ni siquiera imaginaban un modelo de negocio que, en aquella época tenía más de utopía y altruismo que afán de acumular grandes cantidades de dinero para sacar y poner gobiernos, vetar ministros y darse el lujo de escoger cargos diplomáticos en el mejor estilo de las jefaturas políticas de cualquier cantón, como ocurría hasta hace poco tiempo con los propietarios de los medios privados de comunicación, Juan Murillo y Miro agrupó en la redacción del decano de la Prensa Nacional a los más altos valores del pensamiento ilustrado para darle profundidad a la ideología liberal.

Lo cierto es que los promotores del especial al que nos referimos, insertaron en la portada una cronología -en letra grande bicolor- sobre el diarismo ecuatoriano que, según sus complejos y oposición al Gobierno Nacional y a todo lo que emana de él, empezaba con el medio capitalino en 1906 y terminaba con la fundación de La Prensa Amazónica, de El Puyo, en 2006.

Por supuesto que no es ignorancia; es odio, mediocridad e incompetencia de la señora Guadalupe Mantilla, directora de ese matutino, contra todo lo que desentona con los Estados Unidos y los intereses corporativos del gremio de “periodiqueros”.

Disentir no significa desconocer la existencia del otro. Los 127 años de El Decano de la Prensa Nacional y de los episodios más conflictivos del país están microfilmados y sirven de consulta obligada a investigadores propios y extraños.

¿Y qué los induce a lanzar bombas de humo cuando El Telégrafo se está posicionando en la preferencia de los lectores del país con sus trabajos de investigación y una impresión impecable? La preocupación que tienen pues la torta publicitaria se ha reducido en la misma proporción que el número de lectores (cinco por cada ejemplar que compra una familia).

Este problema, comprensible por la reducción de millonarios ingresos que les permitió incursionar en actividades corporativas ajenas al sagrado oficio de hacer periodismo, ha sido desviado hacia lo que ellos creen es la orientación política del Presidente Constitucional de la República, cuya popularidad y triunfos masivos en las urnas crispan permanentemente los nervios de los sectores oligárquicos del país -de quienes han sido sus históricos voceros- y en su desesperación insisten en ligar la defensa de sus intereses a los de las libertades de expresión y de prensa.

Proteger su negocio es lícito, pero oponerse a ultranza a la regulación del negocio no es censura ni mordaza. Lo que pasa es que este significativo descenso les preocupa tanto que recurren a las artimañas que un sector democrático del país creía superadas. En su desesperación también culpan de sus desgracias a los medios públicos de comunicación.

El jueves 11 de agosto de 2011, una periodista con muchos años de experiencia en medios escritos, fue invitada por El Comercio a escribir una columna titulada “Matar medios privados”. Según ella, en una zona del norte de Quito se detuvo en un puesto de periódicos y revistas y miró “el PP, símbolo del ‘culto periodismo’ de la Presidencia. Digo de la Presidencia porque los tales ‘medios públicos’, ni del Estado son. Son juguete de los genios del Palacio”.

Eran, por el veneno destilado, impresiones personales cargadas de subjetividad pues también aseguraba no haberlo comprado jamás. Pero, además y sin pudor, afirmaba que “para que sea popular, escriben como les da la gana (es el estilo latinkingsero típico de este gobierno caracterizado por su ‘exquisita cultura’)”.

E imaginó que “Algún día… ese pueblo va a despertar y a reaccionar en contra de los genios del mal, como lo hizo el pueblo peruano en contra de Fujimori y Montesinos que llenaron los puestos de venta de revistas con su ‘prensa chicha’, igualita al PP”. Para rematar arremetió contra El Telégrafo, llamándolo “padrastro del PP”, con lo que fijaba su imagen agorera y mal pensada: “Con razón el Gobierno quiere desaparecer a los medios privados.

Es para que no haya competencia y obligar a la gente a leer los pepes y los telégrafos... Creo que quieren ‘matar’ a El Universo para que sus lectores se pasen a El Telégrafo. Si no, nadie lo lee”.

¿Hasta dónde, entonces, es legítimo que las ideas personales o la subjetividad afloren en la información? Sobre todo si la utilización de determinadas palabras, por muy factuales que sean, siempre estarán impregnadas de ideología.

¿Dónde termina, entonces, la interpretación y comienza la opinión personal? Cuando El Comercio y El Universo, para citar solamente dos que se promocionan como los de mayor circulación nacional registran descensos considerables.

El primero, con una lectoría de 236,436 personas (7.33% del total de la muestra) en 2006, bajó para 2010 a 171,774 lectores (4.92%). El Diario Guayaquileño tenía ese mismo año 400.463 lectores (12,42%) y en 2010 registró apenas 330.328 lectores (9,47%).

Con la participación en la inversión publicitaria ocurría algo parecido: El Comercio percibía $ 30’615,508.69 en 2007 y, tres años después, en 2010, bajó a $ 22’734,060.58. El Universo, de $ 32’612,557.47 que percibía en 2007, redujo sus ingresos por este concepto en 2010 a $ 23’887,676.20.

Las cifras de circulación de cada puesto de venta de periódicos y revistas en las principales provincias del país, para que los lectores tengan una idea de quienes son los que alteran la verdad, demuestran cuántos ejemplares venden en realidad, en ciudades principales y secundarias del país, estos íconos del periodismo y la libre empresa.

Invitamos a la ciudadanía para que pregunte en sus pueblos y ciudades si son o no los diarios de más circulación nacional.




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