Desde el domingo 24 de junio, mi vida se quedó vacía. Tengo 26 años y un accidente de tránsito terminó con los dos regalos que Dios me dio: mis hijos Kevin y Nanta.
Todo pasó en segundos. A las 13:00 estábamos en la esquina de la av. Galo Plaza y Juan de Selis, en el norte. Íbamos a visitar a un amigo. Yo trabajo mucho, soy mecánico industrial, no tengo horarios fijos, por eso procuraba dedicarles todo mi tiempo libre.
Estábamos parados unos cinco minutos, esperábamos un taxi. Mi niño estaba subido en un cerramiento, la nena jugaba. Escuché que las llantas de un carro se arrastraban sobre el pavimento. El vehículo venía a toda velocidad, no me dio tiempo a reaccionar.
Ni siquiera pude cogerle a mi hijo que estaba a un metro. No pude hacer nada por él. Luego de que el jeep nos impactó me levanté y vi a mi niño entre la pared y el vehículo.
De la desesperación me agaché y quise cogerle de los pies, pero fue en vano: falleció al instante. La nena estaba tendida en un jardín y mi esposa estaba con las piernas debajo del vehículo. Yo también estaba herido, trataba de no perder el conocimiento, quería mantenerme con ellos.
Nos llevaron al Hospital Andrade Marín, donde estuve internado unas horas. Los médicos me dijeron que no tenía fracturas, aunque el hueso de la clavícula lo tengo salido. Me duele, me duele mucho. No puedo mover el brazo izquierdo ni cargar la mochila, en la que llevo solo dos carpetas.
Cuando salí con el alta, me esperaban unos amigos. Ellos me avisaron que mi niño había fallecido. Fue un golpe duro, a pesar de que ya lo sabía. Mi consuelo era mi nena, yo contaba con ella.
Luego del accidente le vi que respiraba, estaba consciente, estaba viva. Sabía que perdería sus piernitas, porque estaban molidas. Pensé que la iba a tener conmigo, no fue así. Enseguida me avisaron que ella también murió. Fue lo peor. En ese momento también me quitaron la vida.
Padre de dos niños fallecidos en Quito
Mi hijo Kevin iba a cumplir 7 años el 9 de julio. Mi hija Nanta cumplió 5 años, el 5 de junio.
Teníamos planificado hacer una fiesta para festejarles a ambos. Por ello, en el cumpleaños de la nena solo le compramos un pastel. Ahora, los dos están en el cielo, talvez nos cuidan desde allá.
Los planes y aspiraciones se quedaron truncados. Mi esposa Flor Uyunkar, de 25 años, está hospitalizada. Le amputaron su brazo derecho. Mi familia quedó destrozada.
Por ahora, solo me interesa que mi esposa se recupere, no le voy a dejar sola, me queda solo ella. No tengo a nadie más. No sé qué va a pasar de ahora en adelante.
A Flor la transfirieron al Hospital Andrade Marín. Ha sido difícil ocultarle la muerte de los niños.
Ella me pregunta permanentemente por ellos. Yo le digo que están hospitalizados, que se recuperan. Con su familia estamos en conversaciones para decidir quién y cómo se lo dirá.
Le pido que luche por su vida. Hay días en los cuales está estable, otros en los que se empeora. Aún tiene lesiones en las piernas, brazos y el pecho. Debo ser fuerte por ella. No sé de dónde saco fuerzas.
De repente mi vida se desenvuelve en hospitales. Estoy de un lado a otro, en trámites de defunción, de certificados médicos… es desesperante. Ni me alimento.
Prefiero quedarme en el hospital que regresar a la casa.
Cuando voy allá me da mucha tristeza. Al entrar veo los juguetes, fotos, ropa… son tantas cosas, tantos recuerdos. A veces quisiera salir de allí y nunca más regresar, pero es mi casa, es ahí donde vivía con mis hijos, ahí se quedaron muchas cosas de mis niños.
No sé qué hacer cuando llegue Flor. Ella decidirá si quiere conservar las cosas de mis niños. No sé cómo reaccionará, pero respetaré su decisión.
En las noches no puedo dormir, cierro los ojos y vienen los recuerdos del accidente. Escucho gritos y las llantas del carro. Necesitamos ayuda psicológica. Nos va a costar mucho sobreponernos de tan grande pérdida.
Hoy solo me quedan sus recuerdos. Kevin estaba en el segundo de básica, en la escuela Oswaldo Guayasamín. Nanta iba al prekínder Hermano Gregorio.
Les gustaba que los lleve al parque. A Kevin le gustaba el fútbol y jugar con la patineta. Quería ser presidente. La nena prefería salir con su coche. Eran mi vida.
Yo salía todos los días a las 07:30 y no tenía horario de regreso, por eso buscaba pasar con ellos, sacarles para que se distraigan, por eso salimos ese trágico domingo.
Vinimos a Quito hace cuatro años con sueños de prosperar. Vivíamos en Riobamba, de donde soy oriundo. Flor es de Morona Santiago. Nos conocimos hace ocho años en Ibarra y decidimos vivir en unión libre. Éramos una familia normal. Ahora con mi esposa debemos empezar de cero.
Por eso contra la señora que conducía el vehículo tengo un sentimiento inexplicable.
Sin hacerle nada me quitó una parte de mi vida, me robó la felicidad. Ahora busco justicia, no voy a desistir hasta que haya justicia.
Fuente: EL COMERCIO*
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