¿Cuánto influye la publicidad, el auspicio y los “estímulos” de ciertas empresas en las líneas editoriales y comentarios aparentemente cultos?
EDITORIAL
¿A quién perjudica o beneficia reducir el consumo de alcohol?
Sospechosamente hay editoriales, comentarios y hasta posturas “firmes y contundentes” de que las fiestas de Quito (y de paso dirán las de Navidad y Año Nuevo) no han sido del todo “alegres y emotivas”.
Hasta han llegado a decir que con ellas se ha perdido algo de la identidad hispana de la capital de los ecuatorianos. Y lo dicen de tal forma que parecería que sin toros ya no somos para nada ecuatorianos y mucho menos -para quienes habitan en Quito- “quiteños de pura cepa”.
En el fondo, de acuerdo con cifras todavía por confirmar, la reducción del consumo de alcohol “perjudicó” a las empresas licoreras. En la práctica, la disminución de las ventas explica, por diversas vías, que ciertas opiniones no siempre son las más frontales y abiertas para expresar lo de fondo, por qué no les parecieron buenas las festividades.
¿Con las mismas razones dirán que las de Navidad y Año Nuevo fueron flojas? ¿Cuánto influye la publicidad, el auspicio y los “estímulos” de ciertas empresas en las líneas editoriales y comentarios aparentemente cultos? Si estuviese legalizado el consumo, ¿harían lo mismo si se limitara el expendio de drogas? ¿No tendrían ahí el discurso, a veces bochornoso, de que el tráfico ilícito se ha incrementado sin considerar los golpes a esa industria perversa que compromete vidas y gastos en armas?
Se trata de un discurso unívoco, homogéneo, con claros fines políticos, agazapados de intereses económicos, de empresas que por mucho tiempo se enriquecieron alcoholizando las fiestas, generando con ello actos de violencia, bajo el manto del festejo más “hispano”.
El beneficio real, práctico y concreto es que las celebraciones se han desarrollado con otro modo de vivir la fiesta y sin la necesidad de recoger borrachos por las calles o sacarlos de la cárcel.
Fuente: EL TELÈGRAFO*
Hasta han llegado a decir que con ellas se ha perdido algo de la identidad hispana de la capital de los ecuatorianos. Y lo dicen de tal forma que parecería que sin toros ya no somos para nada ecuatorianos y mucho menos -para quienes habitan en Quito- “quiteños de pura cepa”.
En el fondo, de acuerdo con cifras todavía por confirmar, la reducción del consumo de alcohol “perjudicó” a las empresas licoreras. En la práctica, la disminución de las ventas explica, por diversas vías, que ciertas opiniones no siempre son las más frontales y abiertas para expresar lo de fondo, por qué no les parecieron buenas las festividades.
¿Con las mismas razones dirán que las de Navidad y Año Nuevo fueron flojas? ¿Cuánto influye la publicidad, el auspicio y los “estímulos” de ciertas empresas en las líneas editoriales y comentarios aparentemente cultos? Si estuviese legalizado el consumo, ¿harían lo mismo si se limitara el expendio de drogas? ¿No tendrían ahí el discurso, a veces bochornoso, de que el tráfico ilícito se ha incrementado sin considerar los golpes a esa industria perversa que compromete vidas y gastos en armas?
Se trata de un discurso unívoco, homogéneo, con claros fines políticos, agazapados de intereses económicos, de empresas que por mucho tiempo se enriquecieron alcoholizando las fiestas, generando con ello actos de violencia, bajo el manto del festejo más “hispano”.
El beneficio real, práctico y concreto es que las celebraciones se han desarrollado con otro modo de vivir la fiesta y sin la necesidad de recoger borrachos por las calles o sacarlos de la cárcel.
Fuente: EL TELÈGRAFO*
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