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Diario HOY
Por: Teodoro Bustamante - tbustamante@hoy.com.ec
Las noticias nos relatan el complejo operativo militar que elimina a un dirigente de las FARC. Se anota con cierto regocijo que quien ha sido eliminado fue una persona cruel, violenta, responsable de muchos dolores, de muertes y secuestros. Tal vez esto sea un elemento indispensable para entender ciertas características de las reacciones que su muerte ha producido.
En efecto, esta muerte ha causado expresiones de alegría, y las felicitaciones han circulado desde todas partes del mundo a quienes, usando un gran arsenal, han producido esta muerte. Esta sería una actitud comprensible si se tratara de los familiares de las víctimas de esta persona. Pero no se trata de ellos. Quienes así expresan su alegría por esta muerte son jefes de Estado, son representantes de organizaciones internacionales. Hay algo de desconcertante en todo ello.
Algunos creemos que estas personas que representan a Estados, a organizaciones, tienen la obligación de hablar más allá de sus propios sentimientos y de representar una racionalidad, la lógica del derecho y de principios que guían nuestra convivencia.
Entre los principios que añoramos, esta aquel por el cual la victoria de la Ley por sobre el delincuente consiste en que este sea sometido a procedimientos, a juicios, en los cuales el infractor goza de derechos. Justamente, de aquellos derechos que esta persona no reconoció a los demás: el respeto a su vida. La violencia con la cual algunos delincuentes se enfrentan a la sociedad lleva a que la acción de la autoridad, en algunas ocasiones, cause la muerte del perseguido. Pero esto no es el ideal; al contrario, es una derrota parcial del imperio del derecho.
Está claro que este es un mal menor frente a la posibilidad de que estas personas sigan agrediendo a otros seres humanos; sin embargo, hay algo que no me parece sano cuando líderes de tan diferentes latitudes se lanzan sin límite a celebrar una muerte.
Esto no es algo nuevo. En la historia de la humanidad, miles de pueblos han celebrado con júbilo la muerte de los enemigos, y es así como la exhibición de los despojos del derrotado ha sido práctica terriblemente familiar.
Pero hay algo en ello que a mí me deja descontento. Creía que eso era cosa del pasado, que la humanidad estaba comprometida en otra escala de valores, en la cual considerábamos que toda vida humana tenía algo de sagrado. La sensación que me queda es que, si bien la muerte de este guerrillero es un costo que lamentablemente ha sido necesario pagar para luchar contra la violencia, hay algo que en tanta celebración me causa claro desagrado. A ratos, me parece que la perversa lógica de la violencia y la guerrilla ha tenido un triunfo, y este es que ha entrado en las mentes de nuestros líderes. Estos comienzan a sentir que la muerte de seres humanos ha dejado de ser algo lamentable y que puede ser celebrada.
Si derrotamos a los violentos, pero nos ponemos a pensar como ellos irrespetando la dimensión sagrada de la vida humana, su forma de pensar nos está ganando.
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