miércoles, 11 de abril de 2012

Náufragos flotaron entre 40 y 50 horas antes de ser rescatados

***SNN




MANTA-JARAMIJÓ, Manabí | El panguero del barco Tuna 1, que naufragó el 3 de abril pasado, Edwin Marín (33 años), recuerda sin ocultar las lágrimas los desesperantes momentos en la oscuridad y a mitad del mar. Lo afecta sobremanera hablar de los que murieron.


Edwin Marín Quijije abraza a su esposa, Judy Vera, y a sus hijos, Julexi, de 8 años, e Iñaki, de 2. Se han reencontrado a los 25 días de su partida de casa, en Jaramijó, Manabí; se han abrazado a seis días del naufragio del barco Tuna 1, que faenaba al sur de las islas Galápagos.


En la casa de los padres de Edwin, donde él y su familia residen, hay algarabía la noche del lunes 9 de abril del 2012. Están la familia, los vecinos, los amigos, todos regocijados por la llegada del náufrago, uno de los catorce sobrevivientes del hundimiento de la embarcación de propiedad del grupo Paladines, de Manta. En el accidente, dos tripulantes fallecieron y tres siguen desaparecidos.


La alegría se interrumpe. Edwin, de 33 años, llora casi a gritos al recordar el momento más difícil de los dos días que permaneció a la deriva en una panga junto con dos compañeros.


“Cuando el barco ya se hundió, logré alcanzar la panga, que estaba llena de agua. El motor no se encendía y estaba a merced de las olas. Mis compañeros me gritaban que los auxiliara y no podía hacer nada, me iba alejando. Me acordé de mis hijos, pensé que no los volvería a ver. Me acordé de mi papá y mi primo, fallecidos, y a ellos les dije: Sálvenme. El clima era espantoso, había viento, oscuridad, olas inmensas...”, relata.


La desgracia llegó la medianoche del martes 3 de abril. La mayoría de los tripulantes descansaba en sus camarotes. En el puente, parte alta, estaba un tripulante de guardia, Ángel Anchundia Delgado; otro compañero había descendido a los camarotes a llamar a los dos que debían relevarlo.


Hacía mal tiempo y, sorpresivamente, una ola del norte impactó en la proa (parte delantera del barco). Edwin Marín dice que debió ser una ola de cuatro metros. Efrén Flores, maquinista que estaba en sus horas de descanso y veía una película, afirma que pudo haber sido de seis metros.


El golpe hizo que el barco se inclinara a babor (parte izquierda). El maquinista de turno y otro tripulante empezaron a gritar, a pedir que todos salieran del barco. El agua comenzó a entrar en el interior.


“Todo fue instantáneo. Todos empezamos a salir. Unos alcanzamos a coger salvavidas y otros no. Salimos en bóxer porque estábamos descansando. A mí me ayudó mi hijo Johnatan (20 años). El barco poco a poco se iba hundiendo”, narra Efrén Flores, del barrio Altamira, de Manta. Allí, una treintena de personas también se congrega la noche del lunes 9 para saludar el regreso de los Flores.


Efrén, su hijo y otros dos compañeros lograron agarrar un bote inflable. Luego se incorporaron dos y posteriormente tres más. Así, el grupo de los Flores quedó integrado por ellos, el sobrino de Efrén, Galo Macías, y Hólger Navarrete, Carlos Preciado, José Enrique Intriago, Carlos Zambrano Mero, Jorge Mero Medranda y Ronald Cedeño Solórzano.


El barco ya iba a desaparecer y Edwin Marín se iba alejando en la panga. Divisó a dos compañeros que nadaban en su dirección. No sabía cómo ayudarlos porque estaba a merced de las olas, pues el motor se llenó de agua y no había remos.


Con esfuerzo, los dos náufragos alcanzaron la panga donde estaba Marín. Él solo los conocía por los apodos de Venezuela y Chupete. Eran Miguel Barret García y Jorge Parrales Chóez. Entre los tres se dieron ánimo. Iban a la deriva y solo se ocupaban de “achicar” (sacar el agua de la canoa).


Ángel Anchundia, el tripulante de turno, se había lanzado al agua y no alcanzó ningún objeto para flotar. Se mantuvo nadando por algunas horas hasta que halló un plantado, una especie de boya que está asida a un arte de pesca y permanece fijo en un lugar. Lo mismo hicieron José Luis Vergara, Marcos Chinga Mero y Plinio Cedeño Chávez.


Los tres grupos vivieron entre 40 y 50 horas de agonía mientras flotaban. La mañana del miércoles, cuando la furia del mar pasó, unos a otros se daban ánimo. Ninguno divisaba nada. Los de la panga iban a merced de las olas. Los de la boya iban localizando tablas. Allí, Efrén Flores, de 44 años, era el jefe, pues ya tuvo un naufragio hace una década, pero entonces se quedó junto con sus compañeros en una panga y fueron rescatados a las doce horas.


Los del plantado debían resistir lo peor. Permanecían en el mar agarrados de la boya y se deshidrataban más rápido, se quedaban sin fuerzas a medida que pasaban las horas. Plinio Cedeño Chávez había muerto y debieron amarrarlo para que su cuerpo no desapareciera.


Ninguno de los catorce sobrevivientes sabía qué pasaba con Igor López Ríos, el segundo capitán del barco, con Simón Delgado Rodas y Víctor Castillo Lucas, a quien lo conocían con el apodo de La Mafia.


El jueves empezaban a tener problemas de salud, sobre todo los del plantado. Lejos de allí, a eso de las 14:00, el grupo de Efrén Flores divisó un barco pesquero. Se apoyaban unos a otros para levantarse y hacer señales. No los vieron. La nave se iba alejando y también las esperanzas de sobrevivir.


Es el momento más duro que dice haber vivido Efrén. “Pensaba en mi esposa (Évelin Marcillo) y en mis hijas (Évelin, de 15; Aura, de 8; y Jomaira, de 6). Iban a quedarse desamparadas. Lo peor era que iba a morir junto con mi hijo Johnatan y mi sobrino Galo. Pero no podía quebrarme y saqué fuerzas. Les dije: Muchachos, ya vendrá otro barco”, relata Flores.


Una hora más tarde, la tripulación del barco Fernandito localizaba y rescataba a Marín y sus compañeros de la panga. Y a eso de las 17:00, cuando los nueve de la boya estaban desesperanzados, los del Fernandito los divisaron y una hora después los salvaron.


Al llegar la noche, el barco se quedó en esa misma área. En el plantado, Vergara y Anchundia veían desfallecer a su compañero Chinga. A momentos deliraba, hasta que de pronto divisaron las luces de un barco. Era el Fernandito. Trataron de convencerlo a Chinga para ir nadando hacia la embarcación. Él se negó. Les dijo: Vayan ustedes, yo me quedo tranquilo porque un primo (fallecido) me dice que ya viene a llevarme.


Luego de horas de nadar, ambos llegaron al barco. Vergara se desmayó justo el momento que lo rescataron, a las dos de la madrugada del 6 de marzo. El lunes, al llegar al puerto de Manta, él aún sigue mal, es descendido en una camilla y luego llevado a la clínica del Sol.


El Fernandito avanza al plantado. Chinga ya no estaba. Su cuerpo aún no aparece. Solo se rescata el cuerpo de Plinio Cedeño y luego la búsqueda sigue por algunas horas, hasta que la mañana del viernes, flotando, localizan el cadáver de Igor López, quien se habría lanzado al mar, pero supuestamente se golpeó con una parte del barco. Tenía un hematoma en la frente. Hoy lo sepultan en Jardines de Esperanza, en Guayaquil.


La búsqueda de Chinga, de Simón Delgado Rodas y Víctor Castillo Lucas sigue. El dolor de sus familiares tiene como ingrediente la incertidumbre.


Textuales: Lo que vivió en el mar
Efrén Flores
Sobreviviente del naufragio
“Pedimos a la Virgen de Monserrate que nos salve; ofrecimos que si nos llevaba con vida, caminaríamos de Manta a Montecristi para agradecerle”.



Sobrevivientes ganaban según la pesca; no estaban afiliados


En los hogares de los catorce sobrevivientes del naufragio hay algarabía por su regreso. Efrén Flores y Edwin Marín dicen que no dejarán el mar, aunque piden mejores salarios y los beneficios de ley, como la afiliación al Seguro Social.


Los 19 tripulantes del Tuna 1, que el martes 3 de abril zozobró en el Pacífico dejando un saldo de dos muertos, tres desaparecidos y catorce sobrevivientes, ganaban de $ 4 a $ 20 por tonelada de pescado capturado.


Marín, quien oficiaba de panguero, recibía $ 5 por tonelada. El Tuna 1, de propiedad del grupo Paladines, de Manta, tenía una capacidad de hasta 300 toneladas, pero, según Marín, lo máximo por lo que se pagaba era 250 toneladas. En las mejores faenas, para las que tardaban hasta 40 días en alta mar, Marín obtenía $ 1.250.


El panguero dice que para el viaje él gastaba casi $ 200 en implementos personales de aseo, medicina y refrigerio.


Marín señala que no siempre la pesca es buena, que hay viajes que se regresa con menos de cien toneladas en un mes.


Por eso lamenta que la actividad no le garantice un ingreso fijo. Tampoco está afiliado al IESS, como relata la mayoría de los sobrevivientes, aunque la Constitución establece que un trabajador debe ser obligatoriamente afiliado por quien lo emplea.


En el caso de Marín, pese a que labora dos años en el Tuna 1 y lleva 16 años en la pesca, no tiene casa propia. Hace meses logró que le dieran una casa con el bono del Miduvi, en un terreno heredado de sus padres, pero está inconclusa.


El maquinista Efrén Flores, otro de los sobrevivientes, ganaba $ 17 por tonelada, $ 3 menos que el capitán del barco. Ni Flores, ni su hijo Johnatan, ni su sobrino Galo Macías están afiliados al IESS.


El Tuna 1 llevaba 19 tripulantes: dos capitanes, cuatro miradores, dos lancheros, un panguero, un ayudante, un cocinero, dos maquinistas, un winchero, un jefe de cubierta; el resto eran tripulantes. Todos ganaban por tonelada y no eran asegurados.


El pasado fin de semana, Fabricio Paladines, uno de los representantes de la empresa, manifestó que, por obligación, el barco estaba asegurado a una firma internacional y los ocupantes gozaban de un seguro de vida.




Fuente: EL UNIVERSO*

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