domingo, 5 de diciembre de 2010

La exclusión y la miseria tienen nombres y apellidos

***SNN

Foto: Francisco Ipanaque/ El Telegrafo

Una mirada crítica al proceso invasivo del área periférica de Guayaquil y a los causantes del estado de extrema pobreza de miles de ciudadanos.
Los grandes asentamientos de Guayaquil fueron alentados y mantenidos por la dirigencia política.


La Costa ecuatoriana tiene la virtud de haber sido bendecida por la naturaleza. Los conquistadores españoles, además de saquear el oro, se enriquecieron con el comercio de productos nativos. Las guerras de la independencia, antes que reivindicatorias de los derechos de los pueblos ancestrales, buscaron el traspaso del poder político y económico a los criollos, la descendencia señorial española nacida en tierras americanas. Y lo consiguieron el 9 de octubre de 1820.


En adelante, las élites del comercio y la agricultura incorporaron la exportación de cacao al mercado mundial. La prosperidad de la región atrajo a una importante corriente migratoria de la Sierra.


Posteriormente, la Revolución Liberal de 1895 y la construcción del ferrocarril, su obra emblemática, permitió la absorción de mano de obra en las plantaciones y el repoblamiento de ciudades principales y secundarias del trópico. El título de la novela “A la costa”, de Luis A. Martínez, no es sino el grito de los asistentes del ferrocarril alertando a las personas que la oportunidad que jamás tuvieron estaba al otro lado de la cordillera. Sin embargo, el tradicional caciquismo terrateniente de los liberales marcó al país que, luego de las grandes transformaciones en lo social, dejó intacta la estructura económica de la burguesía ya revestida del control del poder político, esta vez como plutocracia, y no dispuesta a dejarse arrebatar nada por sus rivales políticos.


Así avanzaba el país hasta que, luego de que José María Velasco Ibarra se declarara dictador en 1946, Carlos Guevara Moreno, su ministro de Gobierno, apoyó a un pequeño partido fundado en Guayaquil por Rafael Mendoza Avilés, denominado "Unión Popular Republicana" (U.P.R.), más conocido entre la ciudadanía como (Uperra).

Posteriormente, junto con Rafael Dillon Valdés acordaron en Lima crear un partido político de masas que, en 1948, con el apoyo de la revista "Comentarios del Momento", y a pesar del origen social de Rafael Coello Serrano, Leonardo Stagg Durkof, Leonidas Avilés Robinson y Amalio Puga Pastor, entre otros, atacaba sin piedad a los sectores de la rancia burguesía del país.


Bajo el liderazgo de “El Capitán”, como conocía el pueblo a Guevara Moreno, en 1949 se estructuró el flamante partido al grito de "Pueblo contra trincas", y con marchas nocturnas con antorchas.


Amparo Menéndez Carrión, en su libro “La conquista del voto” (Corporación Editora Nacional, Quito, 1986), reconstruyó las redes clientelares tejidas por este colectivo en el perímetro urbano del puerto.


Y mientras el régimen hacendario serrano se desintegraba, las plantaciones de la Costa, con el boom bananero, generaron más migración interna proveniente de la cordillera central. El crecimiento poblacional fue notable en ciudades como Quevedo, Santo Domingo de los Colorados y Machala. En este cambio de hábitat, la insatisfacción de necesidades básicas (alimentación, vivienda, educación y salud) fue utilizada por el discurso político como promesa y dádiva ante la pobreza y desempleo.


¿Todo esto ayudó a establecer cambios estructurales en los “extramuros” de las crecientes urbes? No, en las décadas del 60 y 70 dos leyes de reforma agraria trataron de desarticular el poder terrateniente sobre los indígenas. El efecto inmediato provocó la migración a las zonas de la zafra de caña de azúcar (Milagro y Yaguachi). En el 80, la migración indígena se trasladó a Guayaquil y se sumó a los invasores de los nacientes Guasmos, alentados por quien fuera alcalde de la ciudad en 1978, Guillermo Molina Defranc, que vendió los primeros terrenos a diez sucres el metro.


La posesión de zonas inundadas en el sur de la ciudad, y el hecho de que las élites incrustadas en la Junta de Beneficencia trataron de defender las tierras altas de la hacienda Atarazana y los cerros de Mapasingue y La Prosperina, en el noroeste, convirtieron a los suburbios del sur en los más caros de Latinoamérica por el alto costo del relleno.


El retorno a la democracia en 1979 movilizó a la partidocracia que veía a Guayaquil como el bastión para el triunfo electoral. Democracia Popular, alentada por el triunfo del binomio Roldós-Hurtado, trató de utilizar la estructura de Concentración de Fuerzas Populares, dirigida por Asaad Bucaram, en los barrios suburbanos. Igual procedimiento tuvieron Izquierda Democrática y el Partido Social Cristiano ya guayaquileñizado, bajo el liderazgo de León Febres-Cordero.


Lo que vino en adelante, en los 80, fue la catástrofe política y el deterioro de los servicios públicos con el paso de la familia Bucaram por el Municipio, hasta la llegada de León Febres-Cordero en 1992, período en el que se hizo evidente que la infraestructura, el medio ambiente, y el desmedro de la percepción de la identidad y el orgullo de los guayaquileños estaban en el peor momento.


Desde entonces, la regeneración urbana pasó a ser un proceso estratégico de integración de aspectos sociales, políticos, físicos-urbanos y económicos, para mejorar las condiciones de vida de un muy limitado sector de la ciudad, luego de haber pasado por cinco administraciones municipales entre 1984-1992, que no pudieron mejorar la dotación de alcantarillado, agua potable y recolección de basura.


Al asumir Febres-Cordero la Alcaldía en 1992, con el respaldo de una estructura partidaria de base diseminada por las nuevas zonas de invasión en el noroeste y lo que había quedado en el sur (Horizontes del Guerrero, Guerreros del Fortín, El Fortín, Fortín de la Flor, Paraíso de la Flor, Valle de la Flor, Tiwintza, Balerio Estacio, Sergio Toral, Nigeria y Trinitaria), elaboró el Plan de Desarrollo Urbano Cantonal, la construcción de pasos elevados, el relleno de barrios urbano-marginales y la construcción del Malecón 2000, proyecto concebido como símbolo de la transformación de la nueva administración municipal.

Es precisamente con el inicio de la construcción del Malecón 2000, durante el segundo período municipal de León Febres-Cordero, que comienza el proceso de regeneración urbana en la ciudad.


Después de ocho años de administrar Febres-Cordero, en mayo del 2000, Jaime Nebot Saadi fue elegido alcalde de Guayaquil y concluyó el Malecón 2000, para iniciar de inmediato el Plan Más Regeneración Urbana que se concentraría inicialmente en el casco bancario y comercial situado en el centro de la ciudad, para luego extenderse a otras zonas de la urbe.


El embellecimiento del casco central, aparentemente le devolvería la identidad y autoestima a los guayaquileños. ¿Pero a qué precio? Al costo del proceso civilizatorio impartido desde la Municipalidad, y con una indiscutible inspiración de clase ante los grupos más vulnerables de la urbe; aquellos que sirven solamente para desemplearse como choferes de las notables familias, servidoras domésticas o niñeras, a quienes una palmada, la ropita usada y las sobras de la comida bastan para tenerlos contentos.


Entonces, la dedicación edilicia para lograr las satisfacciones made in Miami, se consiguió a costa de la obligación que tenían los ediles de mirar hacia los sectores que su mala fe y conveniencia utilizaban como fuerza de choque del Partido Social Cristiano; es decir, de sus líderes.


Los sectores suburbanos solo se merecen programas que los mantengan alejados de los sitios de diversión y esparcimiento de la ciudad y sus playas: Barrios de Excelencia, Puerto Hondo, Parque Viernes Santo, Playita del Guasmo y Mi Mejor Cuadra.


Mientras tanto, el apetito por las veleidades de los sectores acomodados de la ciudad y el deseo de tener antes que ser, se multiplican en inseguridad. Es como si la ciudadanía estuviera pagando una culpa cometida por quienes se beneficiaron con el acorralamiento de grandes masas en sectores carentes de las más elementales normas de convivencia y salud mental. ¿Será la inseguridad el precio que estamos pagando todos por la inequidad de unos cuantos?

Fuente: EL TELÉGRAFO

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