domingo, 5 de diciembre de 2010

Amenazas, plagio y bombas, la presión cuando hay mora

***SNN

Una cobradora registra el pago de los intereses por un préstamo dado a una vendedora de encebollados en el sector de la avenida Portete, en el suburbio oeste. A la mujer la visitan dos prestamistas por día, uno acude al mediodía y otro en la tarde.


Una mujer denunció a chulqueros que se llevaron a su hija y que la utilizan para abrir una nueva ruta de chulco en Pedro Carbo.


Zoila le debía $ 2 mil a un ecuatoriano comerciante de celulares en la Bahía de Guayaquil. A él le había pagado $ 400 mensuales de intereses durante dos años ($ 9.600), pero aun así el hombre le exigía que le cancelara todo el capital prestado.


Un día de febrero pasado, cuando ella llegaba a la escuela en la que trabajaba, en la ciudadela Alborada, un carro negro le cerró el paso. Dos tipos altos y de contextura gruesa, con corte militar, se bajaron del auto para amenazarla. Ella corrió a la escuela para protegerse y desde adentro escuchó cuando los hombres le gritaron que si no pagaba, la matarían.


Los mismos hombres llegaron hasta su casa en la Alborada, entraron a la fuerza, les tomaron fotos a sus sobrinos y advirtieron que si no pagaba, secuestrarían a uno de los niños.


“Un tipo fue el que le dio la plata, pero era otro el que la perseguía, decía que era militar, policía, pero no parece nada; había otro tipo más, tenían fotos de toda la familia”, recuerda Ernesto, esposo de Zoila.


“Endeudándose con medio mundo”, Zoila reunió los $ 2 mil del capital pedido para pagarle al chulquero y así evitar que él cumpla con las intimidaciones, un método que aplica la mayoría de prestamistas para cobrar las deudas grandes.


En el chulco, las amenazas funcionan como la garantía de pago, una especie de letra de cambio que se llega a ejecutar cuando hay mora. Según un informe de Inteligencia policial de septiembre pasado, las intimidaciones ocurren en vista de que la mayoría de chulqueros da el dinero sin prenda o documento. Solo les basta conocer el domicilio del deudor, los nombres de familiares o las escuelas donde estudian los hijos.


Acostumbran a llegar a las ciudades en grupos de 20 y comienzan prestando $ 100. Si la persona tiene un negocio o es cumplida, la cantidad del préstamo puede superar los $ 200, $ 500 y $ 1.000.


Hasta hace unos meses, los cobradores de los prestamistas llevaban sus cuentas en cartillas membretadas con nombres de falsos locales comerciales que venden a crédito; hoy lo hacen de memoria y las tarjetas las guardan los deudores; así, si algún policía los detiene, no les encuentran pruebas de la actividad que realizan.


Los prestadiarios. como se los conoce, se movilizan de a dos. La mayoría lo hace en motos de marca Suzuki roja o azul, según el perfil del delito que maneja la Policía Judicial. Se cobra a diario, en la tarde o noche.


Las intimidaciones no tienen horario. A Freddy, un comerciante de artículos de plástico, le pusieron una bomba afuera de su negocio ubicado en las calles Coronel y Manabí, a las 01:30 del 16 de septiembre del año pasado. “La bomba fue por una deuda que tenía, de $ 15 mil, me intimidaron para que pagara más rápido”, dice él, pero su esposa Kathy atribuye el atentado a otro chulquero colombiano a quien ella le había pedido mil dólares que los tenía que pagar a razón de $ 40 diarios hasta completar $ 1.200 al final del mes.


“Un día que yo no estaba, el colombiano llegó en la moto y Freddy le preguntó: Dime, ¿cuánto te debe mi mujer?, entonces el hombre le contó que ya le debía $ 700, y ahí fue que se dieron de puñetes y mi esposo le dijo que por ladrón ahora le iba a pagar como le diera la gana”, cuenta Kathy, aún con miedo y recelo por el problema en que metió a su familia. “He llorado lágrimas de sangre cada vez que me acuerdo”, dice.


Lo que no recuerda es el nombre del cobrador del préstamo, de quien solo recibió el dinero. Lo mismo ocurre con la mayoría de deudores, quienes solo identifican de vista a sus prestamistas. Ni siquiera quienes los recomiendan saben en realidad sus nombres, pero sí advierten: “Cuidado, no vayas a quedar mal”.

En zonas marginales de la ciudad como Guasmos, suburbio, Perimetral, Bastiones, los chulqueros tienen defensores y detractores.


Quienes han sufrido amenazas hablan mal de ellos, pero quienes han logrado salir de apuros con los préstamos que han obtenido, los defienden. Dueños de peluquerías, ferreterías, panaderías o cabinas telefónicas aseguran que son ellos los únicos que no les piden requisitos para un crédito.


Guillermina Elizalde, de 64 años y dueña de un bazar en el barrio Cruzchero, en Machala, dice que gracias a ellos pudo incrementar su negocio, pero en cambio Paola, del barrio Patria Nueva, de la misma ciudad, denunció a una chulquera a quien le debía $ 750.


“Me dijo que empeñara mis cosas para pagarle, le contesté que no, que en la tarde le pagaría, pero se molestó y me agarró del brazo, del cabello, me aruñó, me pegó en la cara y me dijo que me cuidara, que iba a morir arrastrada”, señaló.


Algunos prestadiarios o sus cobradores se niegan a hablar. Una pareja de colombianos que recién había llenado una tarjeta con los pagos de un préstamo prefirió el silencio cuando se le preguntó por su actividad.


Ellos le cobraban los intereses a una vendedora de encebollados endeudada con dos chulqueros: uno le cobra al mediodía y otro ya caída la tarde.

Fuente: EL UNIVERSO

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