viernes, 13 de diciembre de 2013

¡Ojo! La pirotecnia resulta peligrosa

***SNN




En Cotacachi. El uso de pirotecnia está prohibido desde que Peter Ubidia perdió su mano izquierda al intentar prender un explosivo llamado trueno. José Mafla / EL COMERCIO
Los daños irreparables que dejan los juegos pirotécnicos


En Cotacachi. El uso de pirotecnia está prohibido desde que Peter Ubidia perdió su mano izquierda al intentar prender un explosivo llamado trueno.


Tres personas cuentan su historia, tras la pérdida de sus extremidades y bienes. En diciembre aumenta la oferta y demanda de artefactos explosivos.


Cuando despertó vio una nube de humo. Sus amigos estaban dispersos a su alrededor, cubiertos de sangre. Un penetrante olor a pólvora los envolvía. 


Ese 31 de diciembre del 2011, como de costumbre, un grupo del barrio reunió decenas de camaretas para recibir al 2012. "Siempre lo hacíamos. Juntábamos muchas para formar una más grande", cuenta Guisseppe Escandón. 


Pero antes de que él terminara de dar forma al artefacto, una gran explosión detuvo el juego. "Cuando reaccioné y quise ver mis manos, ya no estaban. Habían desaparecido… no quedó rastro de ellas… Solo corrí a mi casa gritando ¡mis manos, mis manos!".


 En el hospital no pudieron hacer más que solo cerrar la herida. Estuvo 16 días internado y ayer, con la ayuda de sus prótesis, sostuvo con fuerza un micrófono para compartir su testimonio. 


Este joven de 23 años se sumó a la campaña que dirige el Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil para evitar más accidentes por la manipulación de pirotecnia. "Yo pasé por esto y aprendí la lección. Ahora comparto mi historia para prevenir otros casos, en especial en niños". 


Más casos 

Para Ana Soria, jefa de la Unidad de Quemados del Hospital Roberto Gilbert, el 75% de las quemaduras son prevenibles. Desde el 2011, esta sala ha atendido a 68 menores heridos por camaretas, silbadores y chispeadores. 


La primera víctima del 2013 fue una niña de 9 años. Un cohete impactó en su espalda y detonó, sin ocasionar heridas graves. Algo similar ocurrió con un pequeño de 3 años, quien perdió parte de la piel de su espalda por el impacto de una bengala. Uno de sus riñones quedó prácticamente expuesto por la fuerza de la explosión.


 "Todos podemos ser víctimas, incluso como espectadores (…). Ningún artículo de pirotecnia es inofensivo. Si contiene pólvora, puede ocasionar quemaduras, amputaciones, sordera y hasta ceguera", explica Soria. 


La recuperación es larga y costosa. 

La hospitalización dura de tres a 10 semanas y todas las lesiones por pirotecnia son consideradas de tercer grado, muy profundas, como explica Jaime Romero, director de la Unidad de Quemados del Hospital Pediátrico Francisco de Ycaza Bustamante. 


Pero las cicatrices que quedan no solo marcan la piel. La cirujana plástica Priscila Alcócer, quien dirige la Fundación Ecuatoriana de Quemaduras, asegura que las huellas psicológicas son más difíciles de tratar. "Son secuelas que se llevan toda la vida". 


Guayaquil y Quito son las ciudades que reportan más casos como los citados, según Alcócer. "Lastimosamente, como cirujanos plásticos tenemos que prepararnos para que nos llamen de las emergencias de los hospitales cada 31 de diciembre y 1 de enero". 


La especialista considera pertinente que en el país se aplique un sistema que impida la importación de estos artefactos. "En Chile, por ejemplo, se dio esa ley". En el país no hay una estadística nacional, son solo parciales (ver gráfico). 


La Organización Mundial de la Salud también lo recomienda. El Informe mundial sobre prevención de las lesiones en niños resume entre sus estrategias "prohibir la fabricación y la venta de artículos pirotécnicos". 


Aunque perdió sus manos, Guisseppe no se dejó vencer por la adversidad. "Nunca me deprimí (…) Hace poco me gradué de tecnólogo, conduzco mi auto, salgo con mis amigos. Esto no ha sido un impedimento para salir adelante". 


Él es tecnólogo en electrónica. Está cursando una ingeniería y su meta inmediata es conseguir apoyo para diseñar prótesis eléctricas, que reaccionen y se muevan automáticamente y de forma natural, a través de sensores conectados a los músculos. Y a bajo costo, pues algunas pueden superar los USD 40 000. "Quiero hacer mis propias prótesis y quiero ayudar a otras personas que viven mi realidad". 


Melania Escandón, su madre, lleva atada en la mano una cinta con la frase "todos somos tus manos". El brazalete fue parte de una campaña que lideró para dar ánimo a su hijo. Su apoyo es incondicional. "Siempre le digo: tú eres la mente y yo soy tus manos". 


Un accidente cambió su vida 

En Imbabura no hay registros de personas, víctimas de juegos pirotécnicos. Sin embargo, Luisa Villalba, comandante de Bomberos de Otavalo, rememora que hace siete años hubo una explosión en cadena en el barrio Monserrate Alto. 


Los artesanos que fabrican estos productos los habrían colocado sobre techos de metal. La lluvia había mojado los explosivos por lo que querían secarlos al sol, sin imaginar lo que ocurriría. 


Desde el 23 de diciembre del 2010 está prohibido el uso de artefactos pirotécnicos en el cantón Cotacachi. Ese día, un explosivo llamado trueno destrozó la mano izquierda del periodista Peter Ubidia. La tragedia ocurrió durante el pase del Niño, desde la Iglesia Matriz hasta el barrio Cachipugro. 


Esa fue la razón para que se erradicara el uso de estos aparatos considerados peligrosos en esta jurisdicción. "En Cotacachi es casi imposible encontrar camaretas y voladores como sucede en otras urbes", asegura Óscar Morales, funcionario del Cuerpo de Bomberos. Esta institución, junto a la Comisaría Nacional, el Municipio y planteles educativos realizan campañas educativas para prevenir la venta y el uso de explosivos. A la iniciativa se unió el párroco Nelson García, quien prohibió el uso de explosivos en fiestas religiosas. 


Ubidia, quien ahora utiliza una prótesis, empezó en el 2011 una campaña para advertir sobre los riesgos de usar estos artefactos que proliferan en diciembre. 


Con fotografías y testimonios, contaba a través de las redes sociales el dolor que sintió tras el estallido del artefacto pirotécnico y como quedó desgarrada su mano luego de intentar encender la mecha de un trueno, con un cigarrillo. 


Recuerda que utilizaban truenos y camaretas en las fiestas populares, como una histórica mala costumbre. El día de la tragedia no había quién encendiera los explosivos. Como era presidente del barrio, colaboró. Uno de los explosivos no se encendía y acercó el cigarrillo a la mecha hasta que ocurrió la explosión.


 Sintió una luz penetrante en sus ojos. Luego de unos segundos, Peter Ubidia reaccionó y vio su mano destrozada. Ahí se dio cuenta que la perdería. El dolor era tan intenso, que estuvo a punto de sufrir un paro cardíaco mientras era movilizado en ambulancia hacia Quito. El apoyo de su esposa Tania y de sus hermanos Tania y Danilo le permitieron resistir. 


Ahora se ha acostumbrado totalmente a la prótesis, aunque siente una limitación en actividades cotidianas como cortar carne usando cuchillo y tenedor, cuando almuerza en algún restaurante. Pero su condición no ha influido en su eficiente desempeño como director de Comunicación de la Universidad de Otavalo. 


Él perdió su casa y negocio 

En Manta, el Cuerpo de Bomberos no ha cuantificado los casos de personas y bienes afectados por incendios. Sin embargo, entre los desastres más recordados está el que consumió el centro comercial Plasti López en el 2007. 


Sofonías Rezavala, excomandante del Cuerpo de Bomberos, recuerda que en el 2008 tres niños sufrieron quemaduras de segundo grado, después que un explosivo desató un incendio que consumió la casa de caña guadúa en la que vivían. 


Fue en el sector La Revancha, en el noreste de Manta. En Jaramijó, un voluntario de la Cruz Roja perdió un dedo cuando sostenía en su mano un petardo y su celular. Al parecer, cuando el voluntario recibió una llamada se activó el celular y estalló el petardo. 


Fue a medianoche del 31 de diciembre del 2009. Marcelo Zurita estaba junto a su esposa y su hija en Portoviejo, en la casa de unos amigos, que les invitaron a una cena. Todo iba bien. Se dieron el abrazo de Año Nuevo. A las 00:35 sonó su celular. 


Un familiar le daba la noticia de que su ferretería, ubicada en la avenida 14 y calle 12, ubicada a tres cuadras de Plasti López, estaba ardiendo en llamas. 


En ese momento, regresaron a Manta. "Mi ferretería, esfuerzo de 25 años, que empezó con el trabajo de mi padre y de mi madre, ardía en llamas. No lo podía creer. Mientras las llamas consumían el almacén, por los productos inflamables del negocio, mi pensamiento era: ¿y ahora qué vamos a hacer?". 


Ese día, en la puerta cercana a la bodega aún se quemaban varios monigotes. Testigos les contaron que una camareta salió desde los muñecos y terminó en el almacén. 


Los bomberos llegaron y no podían hacer mucho, relata Zurita: "El agua, ante los productos químicos, no era suficiente". El alcalde Jaime Estrada llegó al sitio y gestionó la ayuda de las autobombas de la Dirección de Aviación Civil. Utilizaron espuma que permitió apagar finalmente las llamas. 


Todo acabó tres horas después. 

La madrugada del 1 de enero del 2010, Zurita permaneció en vigilia. Su mayor tormento era cómo responder a los proveedores. "A las 05:00, me di cuenta de que también mi departamento se quemó, porque vivíamos en el piso alto de la ferretería". 


El negocio estaba asegurado, sin embargo tardó más de siete meses en cobrarlo, "fue una dura pelea". Después se dedicó a reconstruir su patrimonio.

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Fuente: http://www.elcomercio.com/. 



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