domingo, 6 de noviembre de 2011

Arrozales y covachas marcan la ruta del tren a Yaguachi

***SNN





DURÁN-YAGUACHI, GUAYAS

22 kilómetros. El sendero de los arrozales


Cuando los 64 asientos de los dos coches del tren se llenan, a unos 10 metros de distancia sale el autoferro, con capacidad para 32. Los pasajes cuestan $ 10 en el tren y $ 3,50 en autoferro.

Repiquetea insistentemente el badajo de la campana. Es hora de partir. Empiezan a rechinar los engranajes de las maquinarias mezclados con el crujido de las piedras debajo de la vía férrea. Es la ruta más corta y la única rehabilitada del litoral. Unos 22 km de durmientes de madera y rieles conectan a los cantones Durán y Yaguachi.


Un equipo de este Diario recorrió la ruta Sendero de arrozales en ferrocarril, que empezó a funcionar en agosto del 2010 luego de haber estado en desuso durante dos décadas.


Son las trece horas con cinco minutos del domingo 30 de octubre y la sala de espera en la estación del tren de Durán bulle de pasajeros que abordarán los coches rumbo a Yaguachi. Se vive un ambiente distendido que denota que no son usuarios frecuentes del servicio.


Diez minutos después replica la campana que alerta el inicio del paseo. El ferrocarril sale por la avenida Ponce Enríquez de Durán, a un promedio de 25 km/h, velocidad que mantiene durante los sesenta minutos del recorrido. Al mismo tiempo, el guía de uno de los dos coches que partieron junto al autoferro, el del Nº 1580, se encarga de ilustrar algunos hitos históricos del ferrocarril en Ecuador, mientras de fondo se escucha una seguidilla de canciones como El aguacate, Guayaquil de mis amores y Chica linda en la voz de Julio Jaramillo, que unos pasajeros se animan a tararear.


“Levanten la mano las personas que viajan por primera vez en tren”, alentó Fernando Fabre a los turistas. Unos diez la elevaron inmediatamente. “Ahora, las que hace mucho tiempo atrás viajaron”. La mayoría, 22, confirmaron.


22 kilómetros. El sendero de los arrozales


Enseguida se escuchan los murmullos de los que recuerdan las travesías y las comparten con los novatos.


Entre los años 1908 –cuando empezó a funcionar el tren– y 1970 –antes de que se inauguren los puentes Rafael Mendoza Avilés– los guayaquileños debían tomar una barcaza en el malecón Simón Bolívar para trasladarse hasta Durán, donde quedaba la estación.


“Salíamos con mis papás a las cuatro de la mañana desde la casa para subirnos en el tren de las seis. Las ventanas de los vagones eran chiquitas y el freno de las ruedas sobre las rieles se escuchaba a kilómetros de distancia”, rememora Mercedes Hurtado, de los viajes que realizaba con su familia hace 64 años, cuando solo tenía 8.


A esta altura, el tren ya se ha adentrado en zonas densamente pobladas como la ciudadela El Recreo, que se ubica a los costados de la ruta y donde de a poco los asentamientos de viviendas se van haciendo más humildes, del cemento a la madera y luego a la caña o de materiales combinados, construcciones que, en un área, marcan el trazado de los rieles.


Paralelamente, se observan zanjas desde donde se diseminan kilos de basura semienterrada en los matorrales, entre la que emergen tarrinas, fundas y botellas plásticas, que podrían tardar hasta 200 años en biodegradarse. En ciertos tramos la única solución visible es la simple quema de los desechos.


Los lugareños, a través de la ruta, ya sean adultos, niños o ancianos, parecen convocarse ante el inminente paso del ferrocarril, que los visita desde los jueves a domingos, cuando parte de la estación a las 09:00 y 13:15, lo que es visto como símbolo de esperanza ante sus carencias, que retribuyen al dibujárseles una sonrisa mientras agitan una mano en un gesto espontáneo de calidez, correspondido desde las ventanas.


Los perros se escabullen de las lindes de las covachas para desafiar, en una alocada carrera, la envergadura de la locomotora que data de 1992. Pero son sobrepasados en segundos y su fugaz aventura queda reducida a unos cuantos ladridos que se debilitan a lo lejos.


Al culminar las áreas pobladas se divisan vastas extensiones de arrozales que en el Guayas alcanzan unas 175 mil ha. Los terrenos son de suelos aluviales, oscuros y con mala filtración, propicios para el cultivo de banano y caña de azúcar.


Entre los cultivos se congregan bandadas de garzas blancas y bueyeras, entremezcladas con gavilanes y gallaretas, apetecidas por los lugareños. Cuando el arrozal está con agua se observan cigüeñuelas y si está cosechado, chorlito gritón.


Ha transcurrido una hora de viaje y se visualiza el puente –construido en 1886 por la empresa francesa Eiffel– que es la puerta de ingreso a Yaguachi.


Al arribar a la estación, a través de la calle Sucre, los turistas se toman fotos junto al tren.


Durante la hora y cuarenta y cinco minutos que tienen para conocer el poblado –a 15 metros sobre el nivel del mar– algunos optan por visitar la iglesia de San Jacinto, mientras otros van a degustar de platos típicos como el seco de pato, la fritada con tortillas de papa, gallareta asada en los locales del centro, y los dulces de los Reyes, en Alvarado y Sucre.


Son las cuatro y cuarto y vuelve el tañido de la campana avisando el regreso. Los turistas lucen agotados, es hora de desandar el camino y poco a poco se repiten los paisajes bucólicos de la costa ecuatoriana. Ahora hacen un gesto de despedida, todos seducidos por el aura romántica que despierta el tren.






Fuente: EL UNIVERSO*



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