lunes, 20 de junio de 2011

900 días en el INFIERNO

***SNN


VISTAZO | Sébastien Mélieres


El francés Daniel Tibi fue apresado por presunto narcotráfico en 1995. Sin juicio ni sentencia fue torturado en la penitencería de Guayaquil. Después de 12 años lo cuenta en un libro.


El sábado 18 de septiembre de 2010, los lectores del periódico francés Sud- Ouest pudieron observar un espacio contratado de lo más inédito en su diario. Se trataba de un texto emitido por el Ministerio ecuatoriano de la Justicia y de los Derechos Humanos. Su título: “Declaración de reconocimiento de responsabilidad y disculpas públicas del Estado ecuatoriano por la violación de los derechos humanos del señor Daniel Tibi y su familia”. En el texto el gobierno ecuatoriano se responsabilizaba por la violación de los derechos a la libertad personal, la protección judicial, la integridad personal y la propiedad privada del señor Daniel Tibi para concluir con la frase “nuestro organismo está convencido que las instituciones, los funcionarios y la legislación interna deben mejorar tal como el respeto a los derechos humanos” (…). Por lo tanto vamos a reunir toda la voluntad política y jurídica necesaria para asegurar que los hechos que afectaron al señor Tibi no se repitan jamás en el territorio ecuatoriano”.


Para comprender las disculpas hay que leer las 353 páginas del libro “900 días, 900 noches, en el infierno de una prisión ecuatoriana: cómo un hombre hizo doblegar a un Estado” de Daniel Tibi. El francés esperó 12 años para describir su infierno vivido en Ecuador. Hoy Tibi tiene 52, vive en Mérignac (Francia) y cuenta sin odio su increíble historia.


Año 1989. Todo empezó con un deseo de viajar a Latinoamérica para descubrir las civilizaciones precolombinas. Después de pasar por Caracas y Bogotá, Tibi aterrizó en Quito y le gustó inmediatamente, a tal punto que decidió radicarse en Ecuador. Gracias a la embajada francesa donde laboraba su futura esposa empezó a trabajar por el INSEE (organismo estadístico oficial francés). Al poco tiempo ingresó al negocio de piedras, actividad que ya había ejercido en la India y Afganistán.


En Ecuador, el comercio de esmeraldas, diamantes y zafiros estaba en auge. Miércoles 27 de septiembre de 1995. Estaba camino a la casa de la hija de Osvaldo Guayasamín para negociar piedras cuando la Policía interceptó su vehículo. Dos hombres de civil se presentaron como policías y le pidieron seguirlos. Su visa diplomática y título de estadía permanente como investigador estaban en regla.

Verificaron con Interpol y revisaron su maleta que contenía piedras de su propiedad valoradas en un millón de francos franceses. Le confiscaron y le notificaron que estaba citado ante el tribunal de Guayaquil. Al bajar del avión lo esposaron y lo llevaron a un calabozo. Se le prohibió comunicarse con quien era su compañera y con el Consulado de su país. Lo interrogaron y le mostraron fotos. Allí descubrió que había sido involucrado en el caso de narcotráfico denominado “Caso Camarón” por un individuo detenido en un operativo antidroga, que sin embargo luego se retractó. “De esa forma me encontré en una penitenciaría sin orden de detención ni juicio”, explica Tibi. Afirmó que era inocente de los cargos que se le imputaban y fue torturado, quemado y asfixiado para obligarlo a confesar su participación.


El “Loco” sin juicio
Después de haber sido torturado Tibi llegó a la cárcel sin dinero ni celda. “Éramos 2.800 en una cárcel construida para 800. La mayoría de los detenidos tenían armas, como cuchillos y machetes, los guías revólveres. Desde el primer día tuve que pelear para defenderme. Me robaban todo. Pasé tres meses sin celda, dormía en el techo con los reos más peligrosos.


Un día comprendí que tenía que ser más violento que ellos para sobrevivir. Tuve mi primera celda sacando a dos indígenas golpeándolos con un bastón. Me gané el apodo de el “Loco”. En su libro Tibi confiesa que lo peor para él fue olvidarse de su parte humana. “Me obligaron a ser un animal”, anota el preso cuya puerta tenía un cartel que decía: “Si tocas la puerta, te mato”. Para su primera Navidad en la cárcel pudo recibir a su esposa y su hija quien había nacido mientras estaba preso. Ese mismo día hubo una pelea general en la cárcel que dejó un saldo de 16 muertos.


Los recursos, las audiencias con el juez, los testimonios que le daban por inocente no cambiaron nada. Mientras tanto en Francia el ministro de Relaciones Exteriores, Hervé de Charette intentaba presionar al gobierno ecuatoriano. “Resultado: el embajador de Francia tomó posición a mi favor y fue repatriado a París por presionar al Estado ecuatoriano.


En el libro de Tibi pocas personas se salvan. Describe una corrupción a todo nivel dentro y fuera de la cárcel. “Todos que rían sacarme dinero: me pedían la camisa, los zapatos; me tocaba pagar incluso por la comida. Tenía que defenderme de todo, a toda hora”, recuerda. “Cada vez que una personalidad visitaba la cárcel, vociferaba los nombres de los jueces corruptos” (…). “Los medios se interesaron en mi caso porque yo era el único que denunciaba abiertamente la corrupción. El juez me había pedido dinero para liberarme, pero yo no tenía. Poco a poco denuncié todo”. Después de la intervención del embajador de Francia y de numerosos reportajes en los medios, Tibi sufrió más represalias. “Me torturaron para que firmara una confesión. Me quemaron las piernas, me pusieron electricidad en los testículos y me rompieron el rostro con un bate de béisbol. Casi me quedé ciego del ojo izquierdo y me rompieron 10 dientes.

Cuando me llevaron de regreso a mi celda, estaba a punto de morir”.


Finalmente Tibi fue liberado el 23 de enero de 1998. Pesaba 46 kilos. Con un nuevo pasaporte viajó a Francia donde ya lo esperaba su familia. Estuvo internado en un hospital y durante año y medio reconstruyeron su cara. Además tenía una hernia, huecos en el abdomen y una hepatitis C.


Rápidamente Tibi empezó un proceso ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos. Defendió su caso en Washington con 30 abogados benévolos de la ONG Cejil (Centro para la Justicia y el Derecho Internacional). Representaba el primer caso de una persona aún viva después de los abusos. El 7 de septiembre de 2004, su inocencia fue reconocida y el Estado ecuatoriano fue condenado a entregarle 500 mil dólares además de excusas públicas. Hoy Daniel Tibi es un hombre herido. Su divorcio le hizo perder todo el beneficio de su indemnización. Vive del RSA (sueldo de “solidaridad activa”). Los antidepresivos y las consultas a psicólogos alimentan su vida. Sufre de pérdida de memoria, insomnios y de una fobia crónica a los uniformes. Su nueva lucha es la defensa de los derechos humanos.


“Existen 2.600 franceses detenidos en el mundo. Generalmente las embajadas son muy respetuosas del país para actuar eficientemente. Estoy creando una fundación para ayudarlos”, declara el hombre que a pesar de estar libre sigue preso de los recuerdos de los abusos.

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