lunes, 29 de agosto de 2011

‘Hay gobiernos que necesitan construir enemigos’

***SNN


Hay que cambiar ese chip para dar menos espacio a los políticos y mucho más a la gente común.


"El objetivo de varios regímenes es controlar el imaginario social y contar la realidad según les parece", dice el cronista argentino Martín Caparrós.


¿Hay una guerra a muerte entre gobiernos y medios en algunos países de la región?

No se puede generalizar. Me parece que varían mucho las situaciones según los países.


Existen conflictos en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, por ejemplo...

Hay gobiernos que quieren llevar adelante ciertos cambios y les parece que la prensa pudiera impedir esos cambios. Y existen otros países donde sus gobiernos quieren dar la impresión de que están cambiando la realidad y temen que la prensa pueda revelar la verdadera situación.


¿Por eso aquellos gobiernos pretenden evitar la influencia de los medios de comunicación no oficialistas?

No caigamos en lugares comunes. Insisto en que no se puede comparar una situación con otra como si fueran idénticas.


De acuerdo. Sin embargo, existe una corriente ideológica que sitúa a la prensa privada como un “poder fáctico” o una “enemiga” de los cambios sociales...

Me centro en el caso de Argentina. Los gobiernos de los Kirchner decidieron que una de sus armas políticas sería promover ciertos enfrentamientos y crearse enemigos para que su razón de ser fuera un duro confrontamiento con esos enemigos.


¿Son enemigos reales?

Son enemigos muy poco verosímiles. De hecho, acá, el principal grupo mediático con el que se enfrenta el Gobierno es el Grupo Clarín, que hasta 2008 fue su aliado más cercano. Durante cinco años el Gobierno les daba buenos negocios y Clarín los aceptaba y trataba bien al Régimen. Pero hace tres años descubrieron que eran enemigos irreconciliables.


¿Una enemistad demasiado fácil, dice usted?

Es muy difícil entender que alguien se vuelva enemigo irreconciliable de un día para el otro. Puede ser que se hayan peleado por negocios, pero no puede ser que tengan diferencias de principios quienes venían cómodamente haciendo negocios.


¿Para qué le sirve al Gobierno argentino construir ese tipo de enemigos?

Al Gobierno le sirve para desviar la atención de lo que hace, para crearse un aura épica, para convertir su acción en una gesta guerrera y para establecer su propio relato sobre la realidad.


El trasfondo, entonces, es controlar la opinión...

De una manera u otra, todos los gobiernos quieren controlar la opinión. Algunos lo hacen de forma taimada y otros lo hacen de manera directa. Unos lo hacen comprando y otros lo hacen enfrentando.


¿El Gobierno entendió que la enemistad con Clarín era rentable electoralmente?

Rentable en términos políticos.


¿Y para eso, como ocurre con los gobiernos de los otros países citados, necesitan medios propios?

Claro. Necesitan medios propios y para eso -por lo menos en Argentina- los organiza, se apodera de los medios del Estado y los usa en su propio beneficio.


¿Confunden entre lo público y lo gubernamental?

Exacto. Televisiones y radios públicas son tribunas desde las cuales el gobierno ataca a la oposición con bastante violencia.


¿Y usa el poder económico estatal también?

Usa el poder económico para dar grandes cantidades de publicidad a medios privados y convertirlos en amigos incondicionales. Es un sistema de medios, pagado con publicidad oficial, que defiende cada medida que el Gobierno considera fundamental.


¿Eso quiere decir, además, que necesitan contar con periodistas propios?

Sí, por supuesto. Pero lo que pasa es que, en este caso, habría que hacer un juicio de intenciones que me parece arriesgado.


¿Arriesgado? ¿Por qué?

Es que hay periodistas oficialistas que lo son porque reciben beneficios, dinero, figuración, etcétera, pero hay otros que son gobiernistas por convicción y creen que hay que apoyar al Régimen.


¿No todos los periodistas que trabajan en el oficialismo son iguales?

No, claro que no. Muchos de ellos lo hacen porque están convencidos de que deben apoyar esas políticas oficiales.


A propósito de los países de los cuales estamos hablando, ¿usted considera que en ellos está en peligro la libertad de expresión?

Es difícil hablar en general. En Argentina, la libertad de expresión no está en peligro, pero sí está aminorada por las presiones del Gobierno.


¿Qué quiere decir exactamente “aminorada”?

Que los grandes medios siguen diciendo lo que quieren decir, que no hay acciones directas contra esos medios, del estilo que sí hay y con mucha más fuerza en Ecuador o Venezuela. Pero acá sí existe un clima de agresión no física sino verbal, en el cual muchos periodistas piensan dos veces antes de decir ciertas cosas.


¿Cómo influye aquello en la cotidianidad ciudadana?

Influye en el debate nacional y produce un nivel de enfrentamiento que hace muy difícil conversar con ideas.


¿Así llegan los periodistas a la autocensura?

En algunos casos, sí.


¿Y eso impide hacer un periodismo de calidad?

No, no lo creo. Uno de los mejores momentos del periodismo argentino fue durante el gobierno de Carlos Menem, en los años noventa. El periodismo descubrió muchas cosas y lo hizo con excelencia y rigor. Lo distinto fue que, entonces, el poder político no se preocupaba demasiado por ese tipo de informaciones.


¿Qué periodismo es el que más afecta al poder político?

Sin duda, el periodismo de opinión, no el de información.


¿Por qué o para qué?

Porque hay una pelea muy fuerte acerca de quién controla el relato de lo que está pasando. El Gobierno asume que la batalla está en cuál relato logra más fuerza y, por lo tanto, es más creíble y es más aceptado por una mayor cantidad de ciudadanos.


¿Qué pasa cuando el poder político argumenta que lo que dice la prensa es ilegítimo pues “nunca ha ganado una elección en las urnas”?

Eso es lo que los españoles llaman comparar turras con repollitos... Los gobiernos se legitiman con elecciones, pero los medios se legitiman con sus lectores y con su público.


Es decir, ¿no caben ese tipo de comparaciones?

Son formas de legitimación diferentes y no es necesario compararlas. Son formas distintas de legitimar a cada cual.


La batalla, entonces, ¿no es mediática sino política?

Por lo menos en Argentina esa batalla es tan grande que no se limita a la prensa. Hace cuatro años, el Gobierno intervino el Instituto Nacional de Estadísticas y desde entonces las cifras de la inflación oficial se disminuyen para que haya la sensación de que hay menos inflación, cosa que ya nadie cree.


¿A pesar de los medios oficiales y la fuerza con la que comunica el Gobierno?

El Gobierno intenta controlar esa forma del relato, que para su credibilidad es importante. Pero que diga, por ejemplo, este año hubo 10% de inflación es algo que se le cae cuando la gente va al mercado y paga dos veces más por los productos que supuestamente están baratos.


¿Ese es un ejemplo de cómo el poder político intenta controlar el “estado de opinión”?

Exactamente. Muchas veces más que la información lo que un Gobierno ataca es la forma en que se interpreta esa información que, en otras palabras, se convierte en opinión.


¿Hay medios o periodistas que confunden la opinión con la información? Si es así, ¿la prensa se vuelve más frágil frente al poder político?

No sé si se vuelve más frágil, esto necesitaría un largo debate. Pero lo que sí puedo decir es que en algunos medios se percibe que al priorizar determinada información en una portada o en una página tres, se está opinando de una manera muy fuerte.


¿No es una manera de dar un orden a los hechos?

Sí, pero tienes una cantidad de noticias sobre el mundo y sin embargo hay un señor que dice: “Bueno, la noticia que más importa hoy es esta y no todas las otras”.


¿Eso es opinar?

Al hacer eso, quienes arman las agendas están opinando y poniendo en escena una idea del mundo. Me pregunto, por ejemplo, si es más importante la cifra que da el Gobierno sobre el comercio de exportaciones de este mes o la muerte de tres empleados petroleros.


¿El papel de los medios privados y de los gubernamentales en ningún caso es imponer una forma de pensar sino provocar una reflexión al ciudadano, para que este tome sus propias decisiones?

Cada cual cuenta el mundo según le parece que debe ser contado, pero haciendo la aclaración de que es una de las tantas formas de contar el mundo.


¿Y si el poder político quiere imponer su verdad?

Deja de ser democracia cuando alguien dice “no, así no es el mundo, el mundo es esto que yo te digo”. Democracia es la convivencia de las tantas formas que se puede mirar y contar el mundo.


¿Democracia es tolerar la diversidad de pensamientos y visiones del mundo?

Mientras se acepte esa diversidad, mientras se acepte que no hay una verdad sino infinitas miradas sobre la verdad, estamos dentro de un debate que permite la pluralidad, la discusión, el libre juego de ideas. Lo esencial es que las distintas opiniones se enfrenten para que el público las escuche y se haga su propio concepto.


¿Hay una responsabilidad social, no solo del poder político sino de los medios, que a veces no se cumple?

La forma de categorizar el mundo crea en los lectores una idea clara de que lo que importa es la gente que tiene poder, los que tienen dinero, los políticos, los futbolistas o los artistas. Nadie más.


¿Cuál es la consecuencia de esa forma de categorizar?

Es grave, porque el ciudadano común llega a imaginar que en ese orden del mundo él es inferior, él no importa a los medios ni al poder político.


¿Significa que cuando nos quejamos de que el poder político tiene demasiada presencia mediática, quizá nosotros mismos somos culpables por ponerlo en escena excesivamente?

Nosotros reproducimos el discurso del poder y lo difundimos. Si uno se fija en el ejemplar de hoy de un periódico, sea privado o gubernamental, verá que el espacio para los políticos es infinitamente mayor al resto. Solo irán a la par las noticias deportivas y talvez la noticia con la opinión de dos empresarios. De esa manera, el medio de comunicación está diciendo: “Lo importante es esto que decimos. El resto, no”.


Usted comparte la máxima de algunos maestros acerca de que el periodismo debe estar más cerca de la gente y más lejos del poder?

Sí, claro. Me impresiona mucho que los medios y los periodistas hablemos tan poco de nosotros mismos como ciudadanos, como gente, como personas.


¿Para eso sirven otros géneros periodísticos?

En mi caso, siempre trato de escribir historias que hablen más de nosotros mismos, de las personas y de las cosas que nos suceden a nosotros, no de las cosas que le sucede a la gente de poder.


En su caso, la crónica es la mejor herramienta...

Una crónica bien trabajada postula otra forma de pensar el mundo, en la cual importan otras cosas, otras personas, otros ángulos olvidados o ignorados por la monotonía periodística. Hay que cambiar ese chip para dar menos espacio a los políticos y mucho más a la gente común.


HOJA DE VIDA

Martín Caparrós


Su oficio. Nació en Buenos Aires, Argentina. Es un maestro de la crónica. Lleva 35 años en el periodismo y ha escrito 20 libros. No estudió


Comunicación y no cree que se deba exigir título a quien ejerce el oficio.


Su punto de vista. "El periodismo tradicional de América Latina está anquilosado y muy politizado. En las calles hay muchas cosas por contar, pero ningún periodista las cuenta".


Rubén Darío Buitrón | EL COMERCIO*







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