domingo, 11 de septiembre de 2011

El sentido del humor

***SNN



Historias del ayer


Creo que existirán muy pocas fotos del presidente Velasco Ibarra sonriente.


Su rostro adusto, serio, su porte distinguido, alto de estatura, delgado, nos representaba mentalmente la figura del Quijote moderno. Unos brazos muy largos y sus manos y dedos casi desproporcionados le servían de lanza para arrojarse con su verbo contra los molinos de viento que eran sus adversarios. Su diversión consistía en hacer política, conversar, leer, estudiar, servir.


Le gustaba celebrar su cumpleaños y el fin de año para ver divertirse a sus invitados. En estas reuniones se preocupaba de que todos sean bien atendidos, que bailen mucho, pero él se negaba a hacerlo pese a que diversas damas se acercaban a invitarlo. Él con mucha cortesía y un poco sonrojado se excusaba delicadamente. Este tema fue motivo de alguna conversación que tuvimos. Le pregunté el motivo de su negativa y me contó la razón.


En una de las primeras campañas, estando en la ciudad de Loja, acompañado por su querido amigo y quien fuera ministro de Obras Públicas, Cristóbal Montero Vela, asistió a una fiesta y el candidato no dejó de bailar. Al terminar la reunión, Montero Vela en un aparte le dijo: "José María, usted no debe bailar, lo hace muy mal, hace el ridículo". Fue suficiente para un individuo que cuidaba al detalle su forma de comportarse en público y en privado. Me expresó que desde ese día nunca más volvió a bailar.


El doctor Velasco hacía muy poca vida social, casi nada. Una que otra vez aceptaba una invitación a cenar. Muy poco amigo de los cocteles, asistía a los que se organizaban en su honor, pero permanecía muy corto tiempo y prácticamente no probaba bocado.


Recuerdo que ya elegido presidente, su partidario Gastón Fernández y su esposa Yolanda Menéndez le prepararon una magnífica recepción en la casa de ellos, ubicada en el barrio Centenario. Acompañamos a la pareja presidencial y, en verdad, se sintieron a gusto, pues se encontraba un grupo muy distinguido de amigos; además, los Fernández Menéndez eran magníficos anfitriones.


Mientras se desarrollaba la reunión, se acercó al grupo Fanny Robles Plaza, una señora muy agradable y con un gran sentido del humor. Famosa por tener una memoria privilegiada, empezó a contar un chiste tras otro. El doctor Velasco sonrió, una y otra vez, pero cuando exageró la nota se sintió molesto y se despidió de los anfitriones. Ya calcularán cómo se sintieron Gastón y Yolanda, porque prácticamente la fiesta se había dañado.


Broma en momento adecuado


Así serio como era, el doctor Velasco Ibarra lanzaba una que otra ocurrencia para calmar los ánimos o romper el hielo en una conversación. No se le escapaba ni el más mínimo detalle, observándolo todo para después comentarlo.


Alguna vez, en un almuerzo presidencial, estaba invitado el doctor Gil Barragán Romero, notable jurista, quien desempeñó con mucho éxito el Ministerio de Previsión Social y Trabajo, del cual se retiró voluntariamente.


En la mesa se encontraba también quien era en ese tiempo el capitán Vicente Mata Yerovi, miembro de la escolta presidencial. El presidente Velasco, quien presidía el almuerzo, notó que Mata Yerovi al referirse al ministro le decía "paisano, paisano". Enseguida le preguntó al capitán Mata a qué se debía esa reiterada expresión. Él le contestó que el doctor Gil Barragán había nacido como él en la población de Salcedo. Decía Mata que él pertenecía a las primeras familias del cantón porque vivía en la primera casa pasando el puente de ingreso, a mano izquierda: "¡Así que usted, señor ministro, es de Salcedo y ha sido paisano del capitán Mata!", le dijo sonriente el presidente. Por supuesto que no existía el ánimo de desmerecer al lugar de nacimiento, pero los asistentes lo tomaron como una broma dicha en un momento muy adecuado.


En otra ocasión yo también fui objeto de una simpática observación. El doctor Velasco Ibarra se quejaba constantemente de la mala atención de los saloneros de la casa presidencial. Encontrándose ya en ejercicio de la presidencia, alojado en mi casa, nos preparábamos para asistir a un acto protocolario. La señora Corina nos pidió cenar antes de salir sabiendo que su esposo tenía que alimentarse porque, de lo contrario, esa noche no probaría bocado. Las dos parejas nos sentamos a la mesa y noté que el salonero se había olvidado de colocar las servilletas. Disimuladamente yo le hacía señas, pero él no me entendía. El presidente se dio cuenta de mi preocupación y dijo: "Parece que se han traído un empleado de la casa presidencial". Nos reímos y y ordené que coloque las servilletas: allí se acabó el problema.


Un ser humano


En todo caso, en ese hombre que había ejercido el poder en tantas ocasiones, que despertó una verdadera mística en el pueblo, que era respetado por sus conocimientos entre los colegas presidentes y que, en igual forma, frustró por lo menos a dos generaciones de políticos que no pudieron alcanzar el poder por no lograr vencerlo en las contiendas electorales, existía un ser humano con sus virtudes y defectos, pero que dejó muchas lecciones a las generaciones que lo siguieron.


Juan Carlos Faidutti Faidutti/juancarlosfaidutti@hotmail.com

Fuente: EXPRESO*

1 comentario:

  1. Excelente artículo, poco se escribe del perfil humano del gran estadista Velasco Ibarra.

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