viernes, 23 de septiembre de 2011

Preservando el arte: sombreros “extra finos”

***SNN




Solo quedan siete artesanos manabitas que aún tejen sombreros extra finos.


Aquel oficio milenario de moldear la paja toquilla lucha por no desaparecer.


La magia nace en las manos de Simón Espinal y en una habitación donde el sol, que entra por las mañanas, es su único compañero. Él esculpe durante tres meses una obra de arte hecha de paja toquilla, agua y mucha paciencia. Sus sombreros son piezas únicas debido a su textura delicada, con finas hebras de paja similares a las del cabello.


Teje de pie y apoyado sobre un tronco de unos 26 años de existencia, el mismo tiempo que lleva en el oficio. Es uno de los siete tejedores manabitas que aún crean sombreros “extra finos”, los cuales en el mercado local se venden en 620 dólares. Los hechos por Simón alcanzan los 25 mil dólares en el extranjero. La diferencia es que en 1988 un “gringo” llegó a Pile (a media hora de Montecristi) y cambió la vida de Simón y otros 50 artesanos.


El gringo es Brent Black, un estadounidense que visitó Ecuador animado por la historia de Tom Miller, quien predijo en su libro “The Panama Hat Trail” que los sombreros de paja toquilla desaparecerían en 20 años. “La primera vez que toqué un sombrero de Montecristi, él me tocó a mí, tocó mi corazón. Luego de pocos días de examinarlos, supe que debía salvar este arte”, expresa. Para lograrlo, Black incentivó a los artesanos a tejer con mejor calidad incrementando el pago por cada sombrero.


Con varias docenas de sombreros comprados se mudó a Hawái, a fundar The Panama Hat Company of the Pacific donde comercializa sombreros de paja finos y extra finos. Son distintos a los vendidos localmente en Montecristi o los hechos en Cuenca, porque en éstos la hebra de paja es más gruesa y los procesos de calidad son menos exigentes.


Sombreros milenarios

Es casi mediodía y Pile luce frío y nublado. Es la mejor época para tejer. De agosto a noviembre, no hay humedad ni calor y los artesanos pueden dominar las hebras de paja. Eso lo aprendimos de Simón, quien lo aprendió de su padre y éste de su abuelo. En Pile y otras parroquias de Montecristi, el arte de tejer es una tradición milenaria, heredada de la cultura Manteña Norte.


De ahí la importancia de rescatar el oficio, hoy casi perdido. Un censo del Ministerio Coordinador de Patrimonio calcula que hay 461 tejedores artesanales, la mayoría pasan los 60 años. Los más jóvenes han sustituido el tejido por la pesca y el comercio de artesanías. Recientemente este ministerio anunció que propondrá a la Unesco que el sombrero de paja toquilla sea incluido en la lista de “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.


Mientras eso sucede, Simón sigue en lo suyo: hilando cada hebra durante ocho horas diarias. Tiene dos meses tejiendo un sombrero pedido por Black, al cual le falta la falda (parte inferior). Eso implica otro mes más; un tejedor solo puede confeccionar dos o tres sombreros finos al año.


¿Por qué tan costosos?

Seguro se pregunta, ¿cómo es posible que un sombrero hecho de paja pueda llegar a costar 25 mil dólares? Para entenderlo, es preciso sostener una de las obras de Simón. Es suave, similar a un pedazo de seda, tan liviano que su presencia sobre la cabeza es imperceptible. Al ponerlo de frente al sol, los rayos de luz penetran con dificultad cada espacio diminuto entre las hebras de paja.


Cuando Black creó su compañía ideó un sistema para medir la finura de cada hilera del tejido: por cada dos centímetros y medio se cuenta el número de puntadas. A más puntadas, más fino es el sombrero. Los de Simón tienen 50 o más puntadas correctamente alineadas en una sola hilera, sin espacios o nudos entre ellas. “No soy mejor, sino que trato de tener paciencia y confianza en lo que hago”, dice Simón Espinal.


Un comerciante local de Montecristi puede pagar mil dólares por 30 sombreros, la empresa de Black paga entre 300 a 450 por unidad, dependiendo de la calidad del tejido. Además se estableció un método de comisión por cada sombrero “extra fino” que se logre vender. Hace dos años, Black vendió ocho sombreros confeccionados por Simón, “me gané 46 mil dólares y con eso pude parar mi casita”, cuenta el tejedor.


Perfeccionando la magia

A más de la precisión, hay un valor agregado de un Panama Hat: el cuidado a cada detalle en el proceso posterior al tejido. Es ahí donde interviene Gabriel Lucas, un joven manabita de 24 años. Él se encarga de revisar si existe una hebra de paja dañada o quemada por el sol. Corta los excesos de paja, chequea que el remate de las hebras sea uniforme, los blanquea y los plancha con un artefacto de metal del que usaban los abuelos. Es el último filtro antes que un sombrero de Pile se envíe a Hawái.


Una vez allá, la magia de un sombrero se perfecciona. Es Black quien manualmente le da forma, un diseño particular, tamaño y una etiqueta al sombrero. También les da un nombre. Algunos a partir de estilos comunes de sombreros, Optimus, Derby o Homburg. Mientras que los otros 40 estilos son invenciones de Black.


Panama Hat factura alrededor de 500 sombreros anuales y tiene clientes en 65 países del mundo. Celebridades como el actor Charlie Sheen, que ordenó 11 sombreros para regalar a sus invitados en una fiesta. Y que en 2009 compró un sombrero clásico Fedora por 25 mil dólares.


Black también ha creado una fundación en Pile que provee asistencia médica a sus pobladores, sobre todo consultas visuales porque el ojo es el órgano más maltratado en los tejedores.


El sistema de bonos ha favorecido a otros artesanos que también han podido sustituir sus casas de caña por unas de cemento. Y hace poco creó una escuela de tejedores, para que los más jóvenes se interesen en el oficio de sus abuelos.


Un oficio, que a pesar de la falta de tejedores finos, generó el año pasado 10,2 millones de dólares en exportaciones. La gran mayoría de lo exportado sale con la etiqueta de ser un sombrero de paja toquilla de Montecristi, cuando en realidad fue confeccionado en Cuenca. Black aspira no solo a salvar el arte de Montecristi vendiendo más de sus sombreros, sino que las actuales generaciones reconozcan la diferencia del tejido que elabora Simón y atesoren su valor.


Palma sin tronco

Para conseguir la materia prima de la paja toquilla, hay que caminar una hora entre lodo y maleza hasta encontrar las plantaciones de la “Carludovica Palmata”. Esta es una especie de palma sin tronco y cuyas hojas en forma de abanico salen del suelo; cada planta tiene hojas anchas y el centro es de color blanco marfil, de donde se obtiene la paja toquilla. Convertir 70 cogollos o tubos de paja en un sombrero extra fino no es tarea fácil. Hay que desmenuzar la paja, hervirla por cinco minutos, seleccionar las más blancas y de ahí recién a tejer.


¿Y el nombre?

¿Por qué llamar sombreros de Panamá si son hechos en Ecuador? A mediados del siglo XIX, Panamá era punto central del comercio debido a la construcción del canal. Los ingenieros constructores usaban ligeros sombreros de paja, perfectos para el clima húmedo de la zona. Si bien los sombreros venían de Montecristi, los negociantes les ponían etiquetas de hecho en Panamá, porque casi nadie sabía dónde quedaba Ecuador. Incluso el presidente Teodoro Roosevelt fue fotografiado junto al Canal en 1906 usando un sombrero de paja toquilla descrito como “Panama hat”.


Karla Pesantes

Fuente: VISTAZO*

No hay comentarios:

Publicar un comentario