viernes, 31 de julio de 2015

A la calle no se la calienta, se la escucha

***SNN




POR: Pablo Salgado Jácome
psalgadoj@hotmail.com


Hay que decirlo claro y fuerte: no a la violencia como expresión política. Ningún signo de violencia, y menos de acciones terroristas, pueden prosperar en nuestro país. La violencia y los atentados, vengan de donde vengan, no caben en una democracia como la nuestra. ¿Acaso no vemos las consecuencias de la violencia y el terrorismo en nuestros vecinos Perú y Colombia? Y peor, en otros continentes en donde la violencia política y religiosa ha generado un mundo de muerte, desolación y destrucción constante.     

No a la violencia como expresión ideológica. Ya no es hora de recurrir a la lucha armada o a los actos violentos para la toma del poder y la reivindicación social. Vivimos en un mundo globalizado, en donde el poder ya no se concentra en un palacio o un cuartel. Ya no son los tiempos de los barbudos de Sierra Maestra. Ni los idealistas dispuestos a entregar su vida en cualquier lugar del mundo en donde persista la injusticia. No, la violencia no es un camino y peor una opción. 

La calle -y todo espacio público- es sin duda un lugar de expresión ciudadana. La calle nos revela el modo de ser y sentir de un barrio o de una ciudad. En la calle, y las plazas, identificamos los olores, los sabores, los colores de una ciudad. Sus sonidos; sus gritos, sus cantos, su habla, sus ruidos (el modo de tocar el pito de un auto o el modo de ‘vocear’ sus productos en venta) identifican a una ciudad y la diferencia -con absoluta precisión- de otras.

Y en la calle se dice lo que se piensa; en ella sabemos si los ciudadanos que la habitan están contentos y alegres, o, por el contrario, están molestos e insatisfechos. Y a esa calle debemos escucharla. Porque nos dirá lo que piensa y cree esa ciudad. Por eso debemos aprender a leerla, pero sobre todo a escucharla. La calle no miente, no disimula, no engaña.

Y es por eso que ahora la oposición quiere tomarse esa calle y ‘calentarla’. Es decir, manipularla, torcerla a sus intereses y propósitos. Volverla servil, útil a sus objetivos. Y no importa cómo ni el costo que represente. Se trata de ‘calentarla’.  Pero la calle no es boba. Podrá caer engañada una vez, pero no más.       
Por esto, es cada vez más necesario el diálogo; plural, abierto, honesto. Hay que sentarse y dialogar, es decir, escuchar. Dialogar no es socializar y peor convencer o imponer. Y hay que dialogar, no con los militantes y simpatizantes (para ellos existen otras instancias y mecanismos que deben generarse desde el movimiento político y no desde el Ejecutivo), sino con los en desacuerdo, con los distintos, con los descontentos. 

Hay que dialogar con los que estaban y se fueron. Hay que dialogar con los aliados naturales; los jóvenes, las mujeres, los artistas, los ciudadanos sencillos y que, con su trabajo cotidiano, sostienen y construyen el Ecuador de hoy.

El Gobierno debe volver a escuchar a esa calle -no manipulada- porque en ella habitan los ciudadanos a los que el Gobierno se debe; son sus mandantes. Y prometió -juró- escucharlos. Y no debemos confundirnos; una cosa es la oposición, agresiva, violenta, sin ideas ni propuestas. Y otra son los ciudadanos; descontentos unos y cabreados otros. Y así sean minoría, debemos escucharlos. A lo mejor son ellos los que tienen la razón y la verdad. (O)


Fuente: EL TELÉGRAFO



No hay comentarios:

Publicar un comentario