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Las cifras del INEC son distintas a las que ellos calcularon
Los asentamientos ubicados en las inmediaciones de la vía a Daule se han convertido en “miniciudades” de estos ecuatorianos.
Las localidades del Abel Jiménez Parra se repletaron el sábado 27 de agosto con motivo de un acto religioso. Se observó que la mayoría de los indígenas residentes en la ciudad, varones y mujeres, ya no usa sus atuendos autóctonos. Foto: Francisco Ipanaqué
Sara Yupanqui, su esposo Enrique Malán y la pequeña Génesis de 5 años son una familia de chimboracenses que habitan en La Florida, al norte de Guayaquil.
La pareja llegó al puerto principal hace cerca de una década en busca de mejores días. No les ha ido tan mal durante este tiempo, pues instalaron un negocio de venta de legumbres y frutas en La Atarazana que regularmente está lleno.
Ambos son evangélicos, educan a la inquieta niña en una escuela fiscal a pocas cuadras de su establecimiento y diariamente empiezan sus labores entre las 04:00 y 05:00.
Viajan a Colta, de donde son originarios, una o dos veces al año, especialmente en el carnaval. Esa festividad y el fin de año son casi infaltables para ellos. Pues son las únicas veces en que se reencuentran con sus familiares.
Cuando se les pregunta si tienen previsto volver algún día a su tierra natal para quedarse, la respuesta inmediata es un rotundo no. Su principal argumento es que deben mantener el trabajo o negocio al que se dedican y que Génesis necesita de una educación que solo la puede obtener en Guayaquil.
A ellos la inseguridad local no los espanta, más bien la ven como un problema que forma parte de la vida de todos los ecuatorianos.
El encontrar un sitio donde vivir o las limitaciones en el acceso a algunos de los servicios básicos tampoco les preocupa demasiado. Acoplarse a una pequeña vivienda arrendada o a una casa nueva en un barrio marginal es casi normal para esta familia.
Los Malán-Yupanqui forman parte de un conglomerado repartido en Guayaquil que tiene, según el Instituto Ecuatorianos de Estadística y Censos (INEC), solo 31.548 personas, las cuales se autoidentifican como indígenas.
Esta cifra corresponde al 2010 y frente al 2001, en que se contabilizaron 28.081 ciudadanos establece una diferencia de apenas 3.467 personas.
Esta cantidad es abismalmente distinta a la que estimaban dirigentes indígenas evangélicos y de otros movimientos sociales que viven en la urbe. Para ellos sus coterráneos superan en 300.000 personas su presencia en Guayaquil.
La calcularon sobre la base de la información proporcionada por los comuneros de las parroquias y poblaciones respecto a las personas que dejaron las localidades para migrar hacia las grandes ciudades. Pedro Chango, presidente del Movimiento Indígena del Pueblo Quichua de la Costa, no está de acuerdo con las cifras oficiales.
Afirma que es imposible que sean menos que los afroecuatorianos. Prefiere desconocer las cantidades y afirma que basta con mirar en las calles para ver la realidad. Al nivel nacional, en el reciente censo, el 7% de la población se autoidentificó como indígena. Mientras que en el 2001, lo hicieron solo el 6,8%.
En el análisis de hace aproximadamente una década, se contabilizó la presencia en el puerto principal de 27.986 personas procedentes, en su mayoría, de la región Sierra. De ese total, 15.081 pertenecían al sexo masculino y 12.620 al femenino.
El mayor aporte de migrantes en ese entonces fue de la provincia de Chimborazo, con 11.249 personas. Le siguen Tungurahua (428), Bolívar (425), Pichincha (290), Azuay (275), Loja (235), Cañar (196) e Imbabura (166). En esa época, la población total en la urbe entre guayaquileños y las personas del resto del país era de 1’985.379 habitantes.
Al consultarle a Luis Yaucán, presidente del Consejo de los Pueblos Indígenas y Evangélicos del Litoral, sobre los números presentados por el organismo encargado de las estadísticas de la nación también expresó su inconformidad.
Sostiene que son más de 31.000 personas. “Mucha gente se confundió en su autodefinición. Por ahí está el error”, insiste.
En medio de las diferencias de números, los coterráneos de Yaucán son mayoría desde hace 10 años frente a las personas que migran de otras provincias de la Sierra. Atribuye el hecho a la corta distancia que hay entre Chimborazo y Guayaquil como una causa.
El dirigente nacido en la misma tierra que los Malán-Yupanqui explica que la cantidad de parientes colteños que ya viven en la ciudad es otro factor que los atrae. “Se les hace más fácil llegar acá por lo rápido del viaje y porque la mayoría tiene un familiar residiendo aquí”, precisa.
A pesar de las dudas numéricas de los dirigentes, la masiva presencia de serranos los ha motivado a organizarse en distintas estructuras sociales y religiosas, la principal es la Iglesia Evangélica. Para citar ejemplos, el consejo que preside Yaucán agrupa a 34 templos, un sinnúmero de asociaciones de comerciantes minoristas y cooperativas. Solo aquí están vinculadas unas 3.000 personas y sus familias.
En cambio, el movimiento que dirige Chango congrega a los estudiantes, profesionales y decenas de pequeñas organizaciones que, en total, suman 40.000 personas. Todo ello sin contabilizar a los menores, jóvenes o adultos que forman parte de otras confederaciones y gremios a nivel local.
Chango, quien además es fiscal indígena, señala en defensa de los números que tiene que solo en la red de los 32 mercados municipales el 90% de los comerciantes es de ascendencia aborigen. Además, como dato referente cita que hay una cooperativa de taxi-amigo llamada Los Andes que tiene 90 socios, todos son oriundos de Chimborazo.
Trabajo y solidaridad
La falta de un empleo formal no representa un problema para la mayoría de indígenas que vive en la ciudad. Betuneros, cigarrilleros, fruteros, choferes de buses, taxistas, cargadores, moteras, legumbreros, fleteros, vendedores de lotería, de CD, de ropa, de calzado, de aguas aromáticas, de artesanías, de comida preparada, de periódicos, de flores y de un sinnúmero de artículos, son algunas de las actividades en las que se desenvuelven, ya sea en las calles o en locales cerrados.
También hay profesionales en distintas ramas, microempresarios y hasta autoridades, como el fiscal Chango. Pero ¿cómo hacen para desarrollarse en cualquiera de estas funciones si son de escasos recursos?. Yaucán, que vino cuando tenía 19 años (ahora tiene 43) y se desempeñó inicialmente como maletero, señala que entre sus paisanos hay mucha solidaridad.
“Nos ayudamos unos a otros, regularmente ocurre entre nuestros propios familiares o amigos. Lo que hacemos es que cuando llega un “nuevo” y no tiene nada, le damos fiadas las legumbres, las frutas o cualquier cosa que necesite para que empiece a producir para él, de inmediato”, afirma.
Añade que esa actitud es ancestral y que aún la conservan en las comunidades y ciudades donde residen, pero lo más importante es que la transmiten a las nuevas generaciones para que sigan ese ejemplo.
Discriminación persiste
A pesar de los cambios constitucionales y la creación de leyes para sancionar a quienes discriminen a las personas, entre otras cosas, por asuntos raciales esto se mantiene. Hugo Chango, universitario y dirigente de movimientos indígenas juveniles, lo confirma.
Incluso en el centro de educación al cual asiste ha sido objeto de comentarios burlescos alusivos al origen de su raza. Cuenta que en una ocasión un catedrático le “preguntó” el porqué no llevaba la vestimenta habitual de sus ancestros.
“Le respondí que no era el lugar adecuado y además le recordé que las leyes actuales, así como la Constitución, reconocen nuestros derechos y que se nos respete”, acota.
Chango aclara que al momento hay una visión diferente de quiénes son, pues, asegura, se los debe reconocer como los nuevos habitantes quichuas de la Costa.
De su parte, el fiscal indígena coincide con el dirigente juvenil y va más allá al aseverar que en la calle sus coterráneos han sido agredidos y perseguidos por la Policía Metropolitana.
“Nos dicen que nos vayamos a nuestra tierra o que no vengamos a ensuciar la ciudad. Hay gente que tiene más de 20 años aquí y se ha ganado su derecho a vivir por el trabajo y esfuerzo que realiza. La ciudad y otras personas también se benefician de lo que hacemos”, subraya el principal del Movimiento Quichua de la Costa.
Sus asentamientos
El censo realizado en 2001 permitió determinar que la población indígena en la ciudad se concentraba en varias parroquias.
Las tres principales eran Tarqui (norte) albergaba a 12.359, seguida de Ximena (sur) con 6.278 y Febres Cordero (Suburbio) con 2.866 personas. Las inmediaciones de las calles Pedro Pablo Gómez o Alcedo, desde la avenida Machala hasta 6 de Marzo también fueron sitios tradicionales en los que se asentaban los emigrantes de la Sierra.
En la actualidad de acuerdo a los dirigentes indígenas su presencia ha aumentado en el norte, concretamente en los asentamientos ubicados en las inmediaciones de la vía a Daule.
Según los dirigentes Yaucán y Chango, la presencia de sus paisanos se ha multiplicado por 5 ó 6 en estas áreas. Sectores como Bastión Popular (todo el bloque 1), Balerio Estacio, Monte Sinaí, Sergio Toral y Paraíso de la Flor se han constituido en verdaderas comunas o “ciudades serranas” dentro de la misma urbe.
En el sur también hay una mayor presencia en la Isla Trinitaria, Fertisa y Santa Mónica. “Por lo menos existen unas 90.000 familias en estos lugares”, sentencia.
Fuente: EL TELÉGRAFO*
Henry Andrade J.
henry.andrade@telegrafo.com.ec
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