EL UNIVERSO | Gabriela Jiménez
Él se ha destacado como líder de los pueblos amazónicos desde los 18 años. Actualmente tiene 46 y continúa luchando.
Un ceibo gigante se cayó y de él surgió la selva y nacieron los huaorani. Así describe su origen Moi Enomenga, líder indígena recién galardonado con el premio al Liderazgo en la Conservación en América Latina por la sociedad internacional National Geographic.
Desde Washington, vía Skype, Moi, como le dicen los miembros de su comunidad, responde al llamado de este Diario. Luce una camiseta blanca y su cabello está atado en un moño. No lleva plumas en la cabeza ni rayas rojas en el rostro (esa es la vestimenta de gala y, por ahora, todo es trabajo). Desde la oficina de un amigo en la capital de Estados Unidos, él extraña su selva y el sabor de la chicha, dice.
Moi sonríe y advierte que en lengua huaorani podría hablar diez horas, pero en español a veces se le complica. Su español, a ratos fluido y a ratos entrecortado, le ha servido para comunicar a diferentes organismos internacionales la importancia de la conservación de la biodiversidad amazónica.
El último reconocimiento a su labor lo recibió en Washington D.C., el pasado 21 de junio, por el trabajo que realiza junto con las comunidades huaorani que han buscado preservar el área del Parque Nacional Yasuní (PNY).
Yo vi dos opciones, relata Moi Enomenga: extraer petróleo o el turismo. “El petróleo destruye, el turismo promueve el desarrollo sustentable”, dice. Él ha dedicado su vida a defender, a través del ecoturismo, la cultura tradicional del pueblo huaorani y su entorno local, la selva tropical amazónica en el noreste de Ecuador, y, por ello, construyó con sus socios el Huaorani Ecolodge con la finalidad de generar ingresos y un incentivo para que las comunidades involucradas protejan el medio ambiente. Y lo ha conseguido.
Además, Moi trabaja actualmente en la siguiente fase de este proyecto, que cuenta con el apoyo de operadores de ecoturismo, Tropic Journeys in Nature, la fundación Conservation in Action y con socios tales como el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Turismo y la Usaid (siglas en inglés de Agencia de Cooperación de Estados Unidos).
El proyecto protegerá aún más la biodiversidad, el control de la caza y la mitigación del cambio climático, siendo una demostración concreta de cómo la conservación, el apoyo de las culturas locales y el ecoturismo pueden ir de la mano.
Miembros de su comunidad le dicen el luchador. No ha hecho otra cosa desde los 18 años: luchar por la conservación de su pueblo, por la protección de la selva donde viven, por el reconocimiento y respeto de sus costumbres.
Hoy, con 46 años, cuenta que apenas cumplido el primer año de edad, él y su familia fueron sacados de su pedazo de selva hacia un asentamiento llamado Protectorado, donde misioneros evangélicos estadounidenses les enseñaron español e intentaron evangelizarlos. La tía de Moi, Nancy, recuerda que en ese lugar, debido a la sobrepoblación de indígenas, empezó a faltar el alimento, por lo que grupos de familias decidieron buscar otros espacios.
El papá de Moi fue uno de ellos. Varias familias se trasladaron a otro sitio en la inmensidad del verdor amazónico, un lugar donde podían continuar cazando, pescando, trabajando en su tierra y ver a sus hijos aprender sobre la vida tradicional en el bosque.
Delfín, esposo de Nancy, quien también conoce de cerca a Moi, dice que él no se destacó por ser un excelente cazador o por actitudes de guerrero, valoradas en estos clanes, pero que su inteligencia y liderazgo siempre lo mantuvieron al frente del grupo.
Para este hombre, que dice preferir la tranquilidad de la selva a la agitada vida de Quito, adonde acude regularmente para reunirse con representantes de otras organizaciones indígenas, y menos aún las ciudades de Estados Unidos, el río es el principal atractivo de su hogar. “Lo que más extraño de mi comunidad son las cascadas. Ahí donde todo es tan limpio, donde hay comida, donde empieza la vida. En segundo lugar, extraño el bosque; y luego, a los animales, con quienes convivimos en armonía”, relata.
Moi, quien empezó a destacarse como líder desde los 18 años, recuerda el inicio de su lucha de la siguiente manera: Ellos (refiriéndose a las compañías petroleras) llegaron, perforaron, hicieron una carretera, sacaron el petróleo, contaminaron nuestra agua y trajeron muchos problemas. A mí me daba mucha pena y por eso empecé a defender a mi pueblo.
La lucha que enfrenta actualmente es la de proteger el Parque Nacional Yasuní de la extracción petrolera. Esta área alberga bajo sus fértiles tierras 846 millones de barriles de petróleo, según cifras de la Iniciativa Yasuní ITT (una propuesta que el Gobierno actual plantea a la comunidad internacional: aportar económicamente al país bajo la condición de no extraer petróleo de esta zona protegida). Pero a esta iniciativa se le antepone otra, el Plan B (extraer el petróleo, en caso de no recibir apoyo económico).
¿Qué harán los huaorani si el Plan B se concreta? Moi no tiene respuesta porque ni siquiera contempla dicha posibilidad. “Los huaorani no permitiremos que se destruya Yasuní. No lo permitiremos”, enfatiza.
Aquella extensión de 9.820 kilómetros cuadrados, ubicada entre las provincias de Orellana y Pastaza, aquel lugar catalogado como el más biodiverso del planeta, es el hogar de los pueblos no contactados tagaeri y taromenane; una sola hectárea de esa tierra tiene más especies de árboles y arbustos que toda América del Norte.
La misma iniciativa Yasuní ITT reconoce todos estos atributos, reconoce que protegiendo este espacio se evitaría la emisión de 407 millones de toneladas métricas de carbono a la atmósfera, que se producirían por la quema de esos combustibles fósiles, y expone a los huaorani como parte de la riqueza cultural de la zona; pero el Plan B avanza.
Ante esto, Moi sigue firme en su propuesta. “No van a destruir el Yasuní. Todos los pueblos amazónicos estamos unidos para defender nuestras tierras”, repite. Movilizaciones anuncia este huaorani, padre de tres hijos, acostumbrado a vivir en comunidad. “Yo tengo 21 hermanos y 130 sobrinos, pero mi familia es mucho más grande, todos los huaorani somos hermanos”, comenta.
Moi regresará a Ecuador el próximo 10 de julio, después de mantener reuniones con diferentes organismos internacionales, científicos y demás interesados en apoyar su lucha. Regresará con mucha fuerza, asegura, y con la esperanza de encontrar el apoyo de todos los ecuatorianos, resalta.
“Proteger Yasuní no solo beneficia a los pueblos amazónicos, beneficia al mundo entero”, concluye.
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