jueves, 21 de julio de 2011

Sal quiteña; para no tomarse la vida muy en serio

***SNN


LAREPÚBLICA*
Por Bernardo Tobar Carrión


¿De dónde sale esa facilidad para divertir que se asocia a la cultura quiteña? Porque el humor no forma parte del programa de ninguna escuela, y si existiera, nadie se la tomaría en serio. Nos enseñan de todo, matemáticas, historia, física, literatura, música, pero no a reír, como si hallarle la gracia a lo cotidiano no fuera un arte que debe perfeccionarse. Se dirá que es natural, tanto como llorar, pero lo cierto es que lloramos mucho y reímos poco, porque sufrir es bueno, nos enseñaron, la mortificación es indispensable para purificar el espíritu, cuidado nos tomamos lo del infierno a broma. Los quiteños, san franciscanos y religiosos, quizá para balancear el alma tan atenazada por el temor de ir a parar a las pailas candentes u olvidar tan terrorífica predestinación provocada por la bromita de Adán y Eva, han institucionalizado la cultura de la risa con sencillos expedientes, que van desde la celebración anual de una temporada dedicada oficialmente a burlarse de los inocentes, tertulias en las que el duelo de cachos se roba el protagonismo, hasta el registro del arte de la chanza en el glosario de quiteñismos.


Es que reírse en toda ley debería ser una obligación diaria, tan rutinaria como el angelus y el rosario, pero la educación formal -ya entiendo de dónde sale el nombre- castiga la hilaridad y premia a los niños, vaya ironía, con caritas felices en un papel por mantener la compostura en carne y hueso. Al muchacho que se deja ir en una carcajada deberían hacerle compartir el motivo de tan sonoro desorden mandibular para solaz de todos los presentes y comprobación de la inteligencia emocional que seguramente posee quien se atreve a romper la rigidez del salón de clases, exponiéndose a la ira del maestro. No son de fiar quienes se ríen poco o padecen de estreñimiento humoral, esos meapilas que apenas sonríen sin digerir la broma ni cagarse de risa; quien no le encuentra o le inventa la gracia a las cosas que no la tienen, tampoco la lleva adentro.


Así que deberían incluir el humor en la educación formal; podría ser una profesión muy aprovechada. No hablo de los humoristas en plan teatrero, oficiantes de casas de la risa, que como la mayoría de los comediantes se las ve y se las desea, unas moneditas en el sombrero que le sobran a un transeúnte que no les toma en serio; me refiero a terapeutas que te reciban previa cita como los médicos, cobrándote por hora como los abogados, y ofreciéndote, como los loqueros, cómodo diván donde, en lugar de contarle tus problemas a un desconocido con pinta de pocos amigos -los psiquiatras deben aparentar circunspección, poner cara de que entienden las profundidades insondables de tu alma-, te mueras de la risa de sus chistes y aprendas a tomarte menos en serio a ti mismo, que con seguridad evitará que tu hígado enferme de odio, tu corazón, de tristeza, tus riñones, de miedo, y termines muriéndote de un infarto, de insuficiencia renal, de un cáncer, luego de haberte dosificado el veneno de media botica y despachado los ahorros de la generación futura, desenlace, claro, que no estaría para broma.

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