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EL COMERCIO*
En lo profundo de la selva subtropical de la parroquia Chugchilán, en Cotopaxi, las ruinas del último reducto de los incas quiteños desafía a los investigadores.
Allí se conserva un sitio que se supone que hace más de cinco siglos albergó a los protagonistas de la resistencia indígena en contra de los conquistadores españoles. El inca Atahualpa y su más fiel servidor, Rumiñahui, habrían interactuado en ese sitio antes de la derrota. El lugar se llama Malqui Machay, que en quichua significa ‘sepultura del cuerpo del progenitor del ayllu’. Y se trata de una edificación cargada de simbolismos que no llegaría a la categoría de fortaleza ni de templo.
La mayoría de los vestigios está sepultada en un área de tres hectáreas de la hacienda Machay. Se requiere voluntad y buen equipamiento para afrontar más de 12 horas de viaje, de ida y vuelta, ya sea desde Ambato o desde Quito, para llegar al sitio.
Hasta hace dos semanas, esa hacienda y su entorno, preferido por turistas extranjeros, era conocida solo por los dueños y los pocos vecinos que residen en las pequeñas casas dispersas en la zona. Pero desde que la historiadora Tamara Estupiñán alertara sobre el hallazgo de ruinas incas en el sector de Malqui Machay, cantón Sigchos, alcanzó notoriedad.
El 16 julio de 2004, Jaime Pástor Morris, la arqueóloga Tamara L. Bray y Tamara Estupiñán, ecuatoriana becaria del Instituto Francés de Estudios Andinos, llegaron a la hacienda llamada Malqui (momia del inca en quichua). Entonces, hallaron pocos vestigios arqueológicos incas, pero fue la punta del iceberg.
En el 2010, Estupiñán organizó una segunda expedición con el arqueólogo Eduardo Almeida Reyes. Y el 26 de junio, a pocos kilómetros de la hacienda Malqui, descubrieron lo que Estupiñán ha identificado como un sitio arqueológico inca en una pequeña colina llamada Machay.
Esa evidencia fue suficiente para Estupiñán, quien ha dedicado 10 años a desentrañar las acciones de los incas quiteños en la guerra contra el Cusco. Posteriormente, la lucha de Rumiñahui y sus colaboradores desde Sigchos, la región más segura para la resistencia, no solo por su población incondicional y combatiente, sino también porque tenía una extensa red de construcciones militares o pucarás que servían para la defensa y el ataque.
Cerca al volcán Cotopaxi y contiguo al camino real o Cápac Ñan se edificó en el Callo un tambo real que servía para albergar a la élite inca y sus huestes.
Una zona de difícil acceso
Francisco Moncayo, ingeniero agrozootecnista de 38 años, está emocionado con todo este revuelo. Es uno de los propietarios de la hacienda Machay, un paraje tranquilo rodeado por ríos y montañas donde crecen árboles de plátano, lima, naranja, limón y una generosa variedad de plantas ornamentales. La hacienda se levanta a tres horas del centro parroquial de Chugchilán.
El camino principal que se conecta con esa propiedad es estrecho, zigzagueante y cubierto con piedras filosas y mal encajadas. Esta vía desciende por laderas pronunciadas y taludes débiles que en algunos tramos se desploman por la acción erosiva de las fuertes y constantes lluvias.
El curso apresurado y torrentoso del río Quindigua acompaña a los viajeros, que cruzan lentamente por los puentes resbalosos construidos con troncos tumbados y amarrados con sogas verdosas y empapadas.
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