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EL COMERCIO*
Facundo Cabral, la palabra que resonó tras la guitarra
“Me gusta volver al Ecuador para sentarme frente al Cotopaxi, el volcán sagrado, principalmente en sábado”. Y un sábado viajó a la eternidad.
Sabía, como los budistas, que la palabra no es el hecho. “Si digo manzana no es la maravilla innombrable que enamora el verano, si digo árbol apenas me acerco a lo que saben las aves, el caballo siempre fue y será lo que es sin saber que así lo nombro”, dejó escrito Facundo Cabral en ‘Ayer soñé que podía y hoy puedo’.
El libro compone la obra literaria del cantautor argentino recientemente asesinado; una obra que caminó junto a los discos y los conciertos. En ella, además del ya mencionado, están los títulos ‘Paraíso a la deriva’, ‘Conversaciones con Facundo Cabral’, ‘Mi Abuela y yo’, ‘Salmos’, ‘Borges y yo’, ‘Cuaderno de Facundo’, ‘No estás deprimido, estás distraído’, ‘Terriblemente solo, maravillosamente libre’ y ‘Los papeles de Cabral’,
Además, la aventura discográfica y de giras que emprendió con su amigo, el cantautor Alberto Cortez se resume en un breve libro ‘Lo Cortez no quita lo Cabral’, una compilación de canciones, historias, complicidades.
En los escritos de Cabral prima lo coloquial, desde la memoria y la sabiduría popular, desde la reflexión filosófica o el humor. (“El conquistador, por cuidar su conquista, se convierte en esclavo de lo que conquistó, es decir que jodiendo se jodió”).
Se extrae de los títulos de sus publicaciones y de las referencias en sus canciones, el fuerte influjo que tuvo en el cantautor la escritura de Jorge Luis Borges (“me gusta el tigre de Bengala que era el dilecto de Borges que sigue siendo mi dilecto”); también los escritos de Walt Whitman y García Márquez. Lecturas que compensaron la imposibilidad de recibir una educación formal.
Claro, en sus modos de ver el mundo, de describirlo, pensarlo y escribirlo, fue importante la presencia vital que fue su abuela, que fue su madre, que fueron sus tíos, los amigos...
En su mente se pintaban los cuadros de Klee y Matisse, las mujeres de Picasso y Modigliani... Y junto a ese arte y el disfrute estético navegaban también los saberes del indígena, las preocupaciones sociales, los viajes... (“En la sierra Tarahumara / a una niña le escuché / ‘¿pa’qué voy a tener hambre / si no tengo qué comer?”.
Eso, mientras que su pensamiento y su espiritualidad se armaron de las enseñanzas de Jesucristo, Buda, Gandhi, la madre Teresa de Calcuta. Abogaba por el pacifismo y se inclinaba hacia el anarquismo; creía en el hombre planetario. Siempre hubo en él un tono de buena noticia, de asombro y maravilla, de optimismo. En uno de sus relatos hablaba de un dictador quien ordenó que en su pueblo nada valga tanto como la vida... Y, qué paradójico fue el final de Cabral.
Como si su poesía naciera en el instante que fue dicha, las canciones por él compuestas se acompañaban de textos varios, a manera de fábulas, en tono narrativo o contemplativo, con palabras sencillas para levantar emociones.
Y con el fraseo no del erudito pero sí de la experiencia y de las lecturas, levantó su voz y en dos líneas dijo del país: “Me gusta volver al Ecuador para sentarme frente al Cotopaxi, el volcán sagrado, principalmente en sábado”. Y hoy, sábado, desde algún lugar, acaso Cabral mira al Cotopaxi y lo nombra... ¿la palabra capta la maravilla del volcán?
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