La Simón Plata Torres es bullanguera. Volquetas, buses de pasajeros, mototaxis, autos particulares, camiones cargados con los racimos o plantas de palma africana, motos, bicicletas y triciclos transitan ruidosamente por esta angosta calle.

Es la arteria principal de La Concordia, el octavo cantón de Esmeraldas, reclamado por la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas. La consulta popular del 5 de febrero definirá cuál de las dos lo administrará.

El cantón se levanta a los dos lados de la vía de asfalto.

Aparecen las casas de cemento y de zinc, agencias bancarias en edificios de dos y tres pisos, gasolineras, comedores, conocidos como ‘agachaditos’, escuelas y negocios de toda índole (víveres, repuestos, banano, agroquímicos, ropa, electrodomésticos, teléfonos celulares, relojeros…). Por allí se va y se viene hacia Esmeraldas y Santo Domingo o viceversa.

En la Simón Plata Torres, que lleva el nombre de un ilustre esmeraldeño (militar de las huestes de Alfaro), aparece una de las primeras escuelas del cantón: Provincia de Esmeraldas.

Al ingresar al centro de paredes de verde y blanco, los colores de Esmeraldas, se escucha el son de la marimba que sale de un aula. Los niños aprenden por las tardes a tocar los instrumentos y a bailar este ritmo típico y ancestral.

El profesor Hugo Quiñónez, enviado por la Casa de la Cultura de Esmeraldas, los entrena y viaja desde la capital provincial.

En otra aula, la profesora Teresa Sotomayor, nieta de una de las fundadoras del lugar -Rosa Bolaños-, rememora el nacimiento de La Concordia. “Mi abuela llegó de Tulcán en 1947. Me contaba que era pura montaña, un caserío. No había transporte.

 Cuando tenía cinco o seis años vine en un camión que traía productos de la Sierra, por la vía Chiriboga, sur de Quito”.
Prosigue: “Salíamos de Quito a las siete de la mañana y llegábamos a La Concordia a las siete de la noche. En la zona donde hoy están los taxis había una casa pequeña, de pilares”.

En esa casa que ya no existe, bajo la luz de los mecheros, nació La Concordia. “Mucha gente se atribuye el nombre. Mi abuela contaba que en una reunión discrepaban sobre el nombre y mi abuelo (el poeta ambateño Sergio Núñez) dijo que como todos se llevaban bien sugería La Concordia. Nunca se pensó que iba a ser la discordia”. Una ironía...

La marimba repica entre el estruendo de la lluvia sobre los techos de zinc de las aulas. El Director de la escuela, Jorge Loor, da su relato. “La Concordia nació con el ‘boom’ bananero y se exportaba por el puerto de Esmeraldas”.

Esa fruta y las sequías de Loja y de Manabí atrajeron más a los primeros colonos. Lojanos, manabitas, esmeraldeños, quiteños, bolivarenses, carchenses y de todos lados llegaron a las fincas y se quedaron. Encontraron la ‘tierra prometida’. “Hay de todos los lados”, dicen Loor y Sotomayor.

Tres cuadras arriba, yendo hacia Esmeraldas, está la parada de los taxis -donde estuvo la casa de reuniones de los fundadores- y el parque central.

Ahí, en la esquina, sobre la Simón Plata Torres, nace la calle Primero de Mayo, el corazón comercial de La Concordia.
El reggaetón de Don Omar sale de los locales de CD piratas. Los controladores gritan a los pasajeros para llevarlos. Las flotas Kennedy, Gilberto Zambrano, Occidental, Alóag, … se parquean en ambas veredas.

Hay caos. Los tricicleros ofrecen de todo: mango pelado de temporada, frutas picadas, pan de yuca, morocho con pan, huevos de codorniz... Los peatones caminan con prisa. Los alumnos del Colegio La Concordia van relajados, están a punto de salir de clases.

De los ‘agachaditos’ llega el sabor a seco de gallina criolla, pescado frito o una empanada de verde, ardiendo en el aceite.

 Maritza Esmeraldas, del Comedor Manabí, de Rosita Vélez, cuenta que lleva 18 años ofreciendo los platos típicos. Es manabita. Seis puestos más se levantan en esa vereda.


Contrastes y discordia

Entre los comedores aparece la puerta de la primera escuela fiscal del cantón: la Sergio Núñez, creada en 1955 de la mano de los pichinchanos. La otra escuela nacida a la par es la Luis Vargas Torres (esmeraldeño y alfarista).

Los 700 niños de la Sergio Núñez, dice la directora encargada, Fabiola Calva, aprenden historia de Esmeraldas, “pero los padres de familia conversan que la escuela fue creada por Pichincha”.

Esa dicotomía se refleja en los maestros: hay 17 pagados por Pichincha y 4 por Esmeraldas.

La discordia se expresa en la Primero de Mayo, parecida a una pequeña Ipiales. Hay chimboracenses, bolivarenses, cotopaxenses, manabitas… El quiteño Enrique Hidalgo, quien vive 40 años allí, dice que en ese ‘pulmón económico’ del cantón hay más emigrantes serranos.

Lupe Mateus es una guarandeña que vende todo tipo de artículos. Ella susurra (por recelo) que se inclina por Santo Domingo.

Su vecino Jorge Mora, un manabita, dice que Esmeraldas es su provincia. “Vivo 45 años aquí. Quinindé ayudó con el mercado, escuelas, vías… Quieren llevarnos; Santo Domingo no ha puesto un quintal de cemento. Es un capricho del Gobierno, aquí no hay emepedistas”.

Los concordenses viven cada día el conflicto.
Nadie sabe cuándo ni cómo empezó. Unos dicen que en los ochenta cuando un Prefecto de Pichincha llegó a La Concordia y se enfrentó con su par de Esmeraldas.

El aguacero aumenta; pequeño, dice Loor, para nuestros diluvios tropicales. La Simón Plata Torres se inunda. Motos, camiones, mototaxis... se cruzan en el cantón de incertidumbres, bañado por la lluvia que lo torna gris y difuso.


La palma africana es el sustento

La economía del cantón La Concordia gira alrededor del comercio y de la agroindustria de la palma africana. También hay importantes plantaciones de la fibra de abacá y de cacao.

Alejandro Figari, gerente de la empresa Teobroma -dedicada a la extracción de aceite de palma-, dice que casi todas las actividades se mueven alrededor de este cultivo. “Es un motor de la economía”. Los transportistas, los comerciantes de víveres, de agroquímicos, abonos, ropa... Estos negocios se desarrollan por el cultivo de la palma africana.

Una muestra de esa fuerza es la presencia de cinco agencias bancarias y de dos cooperativas de ahorros.

Las plantaciones y las extractoras asentadas en el cantón son fuentes importantes de trabajo. Solo en Teobroma laboran 70 personas. “El 90% de ellos vive en La Concordia, pero no nacieron allí, son migrantes que han llegado en busca de trabajo”.

Cerca de Teobroma, en el kilómetro 34 de la vía La Concordia-Quinindé, nacieron en la década de los 60 las primeras plantaciones de palma africana.



Los servicios son insuficientes

En el cantón esmeraldeño de La Concordia viven 42 924 personas, según el último Censo de Población y Vivienda. De esos, 29 000 son electores, es decir, votarán en la próxima consulta popular del 5 de febrero.

El crecimiento poblacional ha sido acelerado, debido a la llegada de habitantes de muchas ciudades que buscan trabajo en esta zona agroindustrial y comercial.

Por esa causa, no todos los habitantes cuentan con todos los servicios básicos, como agua potable y alcantarillado sanitario y pluvial. El suministro de agua llega desde un pozo profundo.

Por eso, muchos habitantes tienen este tipo de pozos.

En el servicio de transporte, las mototaxis (alrededor de 500) hacen las veces de buses y trasladan a los concordenses dentro de la ciudad, por 25 ó 50 centavos de pasaje, dependiendo de las distancias.

En el aspecto vial, la construcción de la carretera Monterrey-Pedernales mejoró el acceso de los campesinos de las zonas aledañas hacia la ciudad.

La venta de productos agrícolas mejoró, porque hay servicio de transporte.



Fuente: EL COMERCIO*