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Se abre paso entre el monte que alcanza el metro de altura en su propiedad, a la que se ingresa justo en el kilómetro 22 de la vía a la costa desde Guayaquil por un camino agreste que lleva a la comuna Casas Viejas.
Lo hace para llegar a una parcela de espesa vegetación donde las ramas de los pijíos, árboles que en su madurez sobrepasan los 40 metros de altura y su tronco más de un metro de diámetro, se bambolean en medio del cántico de aves.
Arnoldo Alencastro, un ingeniero civil, trata de refugiarse al menos un momento cada semana bajo la sombra de estos pijíos (Cavallinesia platanifolia), considerado como el árbol más alto del bosque seco. Lo hace desde hace quince años cuando adquirió esta propiedad rural.
Sus cuatro hijos lo conocen como el “papá de los pijíos”. Alencastro compró estas tierras sin mayores expectativas.
Dice que tenía la percepción de que este era un ecosistema con poca vida. Pero se equivocó. Vio que era el hábitat de un sinnúmero de especies de flora y fauna adaptadas a vivir en condiciones adversas.
Se percató de que se trata de un bosque con cauces secos en el verano, de los que brota agua cristalina con el inicio de las lluvias. En el invierno se forman cascadas en las que sus hijos jugueteaban. “Con suerte aparecían monos, venados, fauna que ahora es difícil de ver por los incendios provocados para la siembra de cultivos o la cacería”, según Alencastro.
Su hija Belén recuerda interminables horas de caminata en las que observaban hongos de vívidos colores. “El cansancio valía la pena. Nos resbalábamos por las cascadas”, dice, pero un árbol del bosque siempre captaba su atención.
Alencastro afirma que se enamoró de los pijíos una mañana de noviembre cuando alrededor de uno de estos árboles casi sin hojas (se quedan sin ellas en la temporada seca) observó cómo sus semillas (que parecen bombas gelatinosas de color tierra) se esparcían en el ambiente al son del viento.
Con la llegada del invierno y bajo la sombra de otras especies de flora más grandes, de estas semillas brotaban hojas: eran los futuros pijíos.
Desde allí le hace seguimiento al estado de estos árboles que crecen en su propiedad. Hace dos años contó 750 pijíos en su terreno, ahora estima que hay el 10% menos.
“Veo que han perdido su capacidad de reproducción natural. El crecimiento se queda truncado, los diminutos pijíos quedan expuestos y no alcanzan su desarrollo, por lo que decidí coger las semillas para formar un vivero y ofrecer las plantas a la gente”, dice.
Alencastro y técnicos de Fundación Natura coinciden en que la semilla del pijío requiere de la sombra de otras especies de flora ya desarrolladas en el bosque seco, para que la planta quede protegida durante la temporada seca y pueda crecer en estado silvestre.
Así lo que comenzó como una tarea familiar que incluía recoger las semillas para sembrarlas en las áreas verdes de la Hormigonera Guayaquil, donde Alencastro labora, germinó en un proceso de dos meses que empezó en diciembre pasado y que conllevó a acumular unas siete mil semillas de pijíos, listas para ser reforestadas. Él las entrega gratis a quien se comprometa a cuidar este árbol. Los interesados pueden contactarse con él al (09) 379-7213.
La idea es repoblar de pijíos la cordillera Chongón Colonche, que se extiende en las provincias de Guayas, Santa Elena y Manabí.
A Alencastro le preocupa cómo se pierden extensiones de bosque. La cacería es uno de los problemas. Camionetas con halógenos ingresan a la zona para cazar por las noches. Cuenta que previamente queman una porción de bosque para que los animales salgan de sus escondites. “No hay control, acá lidiamos todos los años con los incendios provocados. Muchos de los que cazan son personas con un poder adquisitivo elevado, lo hacen por deporte y llegan en sus camionetas en las que ponen sillas sobre la cabina”, agrega Alencastro.
En su propiedad hay secuelas de estos incendios. Hace dos años perdió un guayacán “de esos de tronco grueso que casi ya no hay”. Los comerciantes de madera lo cortaron y se lo llevaron. Los pijíos no son especies comerciales, pero son frágiles ante los incendios por su estructura leñosa.
Kennedy Gaibor, ambientalista de Fundación Natura, recalca que los pijíos tienen una función ecológica dentro del ecosistema. En sus troncos se refugian aves como el papagayo de Guayaquil (Ara ambigua guayaquilensis). “Es el sitio de anidación de aves”, argumenta Gaibor, quien agrega que la cordillera Chongón Colonche tiene distintos niveles de protección.
“Hay bosques protectores, centros de recreación y áreas protegidas. Existe una normativa de bosque seco (normas para manejo forestal sustentable del bosque seco) en la que se detalla un diámetro mínimo de corte. En el caso del pijío, este debe tener como mínimo un metro de diámetro a la altura del pecho para ser aprovechado; si alguien lo tala sin tener ese diámetro, comete una ilegalidad. Aunque el pijío no es una especie maderable, lo cortan para hacer cutlivos o extraer otros árboles de uso comercial como el guayacán”, agrega.
Pero Elba Fiallo, coordinadora del proyecto Enfrentando el cambio climático en la cordillera costera, que ejecuta Fundación Natura, afirma que la normativa en torno al bosque seco es “muy ligera y permisiva”.
Un proyecto que ejecutó Fundación Natura con el apoyo del gobierno de Alemania, a través de la KFW, y bajo la vigilancia del Ministerio del Ambiente durante diez años hasta inicios del 2010, ayudó a reducir la deforestación en el bosque protector Chongón Colonche, según Fiallo. “Había incentivos. Se pagaba entre $ 0,80 y $ 1,20 por hectárea que las comunidades conservaban. Eran 74 mil hectáreas de 17 comunas que se cuidaban”, dice Fiallo.
Pero con la ejecución del programa gubernamental Socio Bosque se suspendió el proyecto en mención. “El problema es que algunas de las comunidades no están en capacidad de ingresar a Socio Bosque porque no tienen sus títulos de propiedad. Solo unas 18 mil hectáreas han logrado entrar. Ahora se ha retomado la deforestación”, agrega Fiallo.
Mientras, Alencastro desea entregar las semillas a personas o entes que en realidad se comprometan al cuidado de la especie. Dice que ha recibido llamadas de los consejos provinciales de Manabí y Guayas.
Ambas entidades quieren sembrar 2.000 y 500 árboles de pijío, respectivamente. “El Municipio de Guayaquil me ha pedido 500 plantas y unas 50 personas particulares quieren 20 o menos”, concluye.
Lo hace para llegar a una parcela de espesa vegetación donde las ramas de los pijíos, árboles que en su madurez sobrepasan los 40 metros de altura y su tronco más de un metro de diámetro, se bambolean en medio del cántico de aves.
Arnoldo Alencastro, un ingeniero civil, trata de refugiarse al menos un momento cada semana bajo la sombra de estos pijíos (Cavallinesia platanifolia), considerado como el árbol más alto del bosque seco. Lo hace desde hace quince años cuando adquirió esta propiedad rural.
Sus cuatro hijos lo conocen como el “papá de los pijíos”. Alencastro compró estas tierras sin mayores expectativas.
Dice que tenía la percepción de que este era un ecosistema con poca vida. Pero se equivocó. Vio que era el hábitat de un sinnúmero de especies de flora y fauna adaptadas a vivir en condiciones adversas.
Se percató de que se trata de un bosque con cauces secos en el verano, de los que brota agua cristalina con el inicio de las lluvias. En el invierno se forman cascadas en las que sus hijos jugueteaban. “Con suerte aparecían monos, venados, fauna que ahora es difícil de ver por los incendios provocados para la siembra de cultivos o la cacería”, según Alencastro.
Su hija Belén recuerda interminables horas de caminata en las que observaban hongos de vívidos colores. “El cansancio valía la pena. Nos resbalábamos por las cascadas”, dice, pero un árbol del bosque siempre captaba su atención.
Alencastro afirma que se enamoró de los pijíos una mañana de noviembre cuando alrededor de uno de estos árboles casi sin hojas (se quedan sin ellas en la temporada seca) observó cómo sus semillas (que parecen bombas gelatinosas de color tierra) se esparcían en el ambiente al son del viento.
Con la llegada del invierno y bajo la sombra de otras especies de flora más grandes, de estas semillas brotaban hojas: eran los futuros pijíos.
Desde allí le hace seguimiento al estado de estos árboles que crecen en su propiedad. Hace dos años contó 750 pijíos en su terreno, ahora estima que hay el 10% menos.
“Veo que han perdido su capacidad de reproducción natural. El crecimiento se queda truncado, los diminutos pijíos quedan expuestos y no alcanzan su desarrollo, por lo que decidí coger las semillas para formar un vivero y ofrecer las plantas a la gente”, dice.
Alencastro y técnicos de Fundación Natura coinciden en que la semilla del pijío requiere de la sombra de otras especies de flora ya desarrolladas en el bosque seco, para que la planta quede protegida durante la temporada seca y pueda crecer en estado silvestre.
Así lo que comenzó como una tarea familiar que incluía recoger las semillas para sembrarlas en las áreas verdes de la Hormigonera Guayaquil, donde Alencastro labora, germinó en un proceso de dos meses que empezó en diciembre pasado y que conllevó a acumular unas siete mil semillas de pijíos, listas para ser reforestadas. Él las entrega gratis a quien se comprometa a cuidar este árbol. Los interesados pueden contactarse con él al (09) 379-7213.
La idea es repoblar de pijíos la cordillera Chongón Colonche, que se extiende en las provincias de Guayas, Santa Elena y Manabí.
A Alencastro le preocupa cómo se pierden extensiones de bosque. La cacería es uno de los problemas. Camionetas con halógenos ingresan a la zona para cazar por las noches. Cuenta que previamente queman una porción de bosque para que los animales salgan de sus escondites. “No hay control, acá lidiamos todos los años con los incendios provocados. Muchos de los que cazan son personas con un poder adquisitivo elevado, lo hacen por deporte y llegan en sus camionetas en las que ponen sillas sobre la cabina”, agrega Alencastro.
En su propiedad hay secuelas de estos incendios. Hace dos años perdió un guayacán “de esos de tronco grueso que casi ya no hay”. Los comerciantes de madera lo cortaron y se lo llevaron. Los pijíos no son especies comerciales, pero son frágiles ante los incendios por su estructura leñosa.
Kennedy Gaibor, ambientalista de Fundación Natura, recalca que los pijíos tienen una función ecológica dentro del ecosistema. En sus troncos se refugian aves como el papagayo de Guayaquil (Ara ambigua guayaquilensis). “Es el sitio de anidación de aves”, argumenta Gaibor, quien agrega que la cordillera Chongón Colonche tiene distintos niveles de protección.
“Hay bosques protectores, centros de recreación y áreas protegidas. Existe una normativa de bosque seco (normas para manejo forestal sustentable del bosque seco) en la que se detalla un diámetro mínimo de corte. En el caso del pijío, este debe tener como mínimo un metro de diámetro a la altura del pecho para ser aprovechado; si alguien lo tala sin tener ese diámetro, comete una ilegalidad. Aunque el pijío no es una especie maderable, lo cortan para hacer cutlivos o extraer otros árboles de uso comercial como el guayacán”, agrega.
Pero Elba Fiallo, coordinadora del proyecto Enfrentando el cambio climático en la cordillera costera, que ejecuta Fundación Natura, afirma que la normativa en torno al bosque seco es “muy ligera y permisiva”.
Un proyecto que ejecutó Fundación Natura con el apoyo del gobierno de Alemania, a través de la KFW, y bajo la vigilancia del Ministerio del Ambiente durante diez años hasta inicios del 2010, ayudó a reducir la deforestación en el bosque protector Chongón Colonche, según Fiallo. “Había incentivos. Se pagaba entre $ 0,80 y $ 1,20 por hectárea que las comunidades conservaban. Eran 74 mil hectáreas de 17 comunas que se cuidaban”, dice Fiallo.
Pero con la ejecución del programa gubernamental Socio Bosque se suspendió el proyecto en mención. “El problema es que algunas de las comunidades no están en capacidad de ingresar a Socio Bosque porque no tienen sus títulos de propiedad. Solo unas 18 mil hectáreas han logrado entrar. Ahora se ha retomado la deforestación”, agrega Fiallo.
Mientras, Alencastro desea entregar las semillas a personas o entes que en realidad se comprometan al cuidado de la especie. Dice que ha recibido llamadas de los consejos provinciales de Manabí y Guayas.
Ambas entidades quieren sembrar 2.000 y 500 árboles de pijío, respectivamente. “El Municipio de Guayaquil me ha pedido 500 plantas y unas 50 personas particulares quieren 20 o menos”, concluye.
Fuente: EL UNIVERSO*
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