Largas faenas a más de 600 millas de la costa
Los pescadores de San Mateo narran sus encuentros con gigantescos tiburones y las maniobras que hacen frente a las tempestades en mar abierto. Es un trabajo que ejercita la paciencia y templa los nervios como pocos.
A puro brazo o con la ayuda de un jeep, las fibras son llevadas hasta la playa para, luego, adentrarse al océano junto con los palangres o nodrizas. Fotos: José Morán | El Telégrafo
Mediodía en la playa de San Mateo y la brisa que sopla a lo largo de la costa apenas refresca. Pelícanos, gaviotas y otras aves marinas se esfuerzan por atravesar el viento. Vuelan bajo y de vez en cuando se sumergen para capturar alguna presa, aunque no siempre tienen suerte.
Desde la loma en que se asienta esta comuna de Manta, con más de 3 mil habitantes, decenas de hombres empiezan a bajar. Otros lo hicieron más temprano, esperanzados en el adagio aquel de que Dios asiste a los madrugadores.
Son manabitas muy parecidos: la piel curtida; el apellido Conforme aglutinando a varias familias; sus cabellos lacios, negrísimos... Pero si hay un denominador común en ellos, es que todos son pescadores. Hombres que viven y han vivido en el mar, desde hace décadas.
Nunca acudieron a una escuela o colegio que les enseñara el oficio, por supuesto. Todo lo aprendieron observando a sus padres y abuelos; pero principalmente metidos en el mar, desde “chamacos”. Valga aquí una imagen, quizás un tanto cansina y trillada pero ilustrativa: El inmenso océano Pacífico es su amigo; claro, es uno de esos compadres irascibles e intensos a los que hay que tratar con cautela y respeto.
Estos hombres se adentran a más de 600 millas del perfil costero y navegan durante 20 o 25 días en busca de los cardúmenes, especialmente de dorado.
El biólogo Jimmy Martínez, de la subsecretaría de Recursos Pesqueros, calificó a estos sujetos como “artesanos oceánicos”. También les dice los “grandes conquistadores del Pacífico”. Esos apelativos obedecen a esos cientos de millas que deben navegar para llegar a los sitios ideales de captura. Se trata, sin duda, de un oficio temerario.
No lo hacen a bordo de barcos fuertes construidos con hierro naval, no. Sus naves están hechas a base de fibra de vidrio. Miden aproximadamente 5 metros y son el único medio que tienen para entrar y salir del océano, pero también para traer todo lo que recolectan.
Además, en la frágil nave les toca cocinar y descansar por lo menos dos o cuatro horas por día. Estas fibras, en grupos de 5 o 6, se adhieren a otras embarcaciones un poco más grandes llamadas palangres o nodrizas.
Junto a una de estas últimas es que hacen viajes que a veces los llevan muy cerca de las islas Galápagos. “Allá adentro”, (frase usada por ellos para referirse a sitios extremadamente lejanos de la Costa) se viven días difíciles, a veces de mucha tensión.
Gonzalo Conforme tiene cerca de 36 años en esta actividad. Así como ha tenido jornadas de pesca muy productivas, también le ha tocado vivir horas de mucho nerviosismo.
Hace aproximadamente una década tuvo dos encuentros que le marcaron la vida y que le hicieron desistir de la pesca de palangre.
Del primero recuerda que se encontraban a unas 400 millas de la costa y, de repente, observaron un enorme animal a pocos metros de la endeble fibra.
Se trataba de un tiburón gata, como lo denominan ellos, conocido por los científicos como tiburón ballena o Rhincodon typus. “El animal medía casi 10 metros y junto a otros compañeros nos quedamos atónitos, mudos. No sabíamos qué hacer y solo rogábamos que no nos ataque”.
El enorme escualo -considerado como el pez más grande del mundo, llegando a medir hasta 12 metros- siguió su camino sin tomar en cuenta a los pescadores.
Reportes científicos señalan que habita en aguas cálidas tropicales y subtropicales. Además, que es observado muy a menudo por buceadores y turistas a bordo de lanchas en las islas de la Bahía de Honduras, en las islas Maldivas, las Galápagos y otras zonas del planeta.
Pero el dato que seguramente resulta más tranquilizador para los pescadores es que el tiburón ballena no es carnívoro... Sin embargo, su tamaño sigue siendo intimidante; bastaría apenas un golpe en una endeble embarcación para que toda la jornada se complique gravemente.
Cuando Gonzalo regresó a tierra, contó de su experiencia a amigos y familiares, quienes rogaron por no encontrarse nunca con ese “monstruo”.
Pero el destino le tenía preparado otro encuentro a este marino de 48 años dedicado ahora solo a labores de “pata pata” (se llama así a quienes se adentran solo entre 8 y 10 millas y hacen jornadas de ida y vuelta en un mismo día). Un encuentro, esta vez, más peligroso.
Era una incursión como tantas otras, cuenta Conforme. Estaba con sus compañeros mar adentro y de pronto un animal de unos 6 metros (su fibra mide 5) empezó a nadar alrededor de la embarcación.
Al notar la gran aleta dorsal comprendieron que se trataba de un escualo. Lo que no sabían, y que descubrieron después, era que se encontraban en presencia del temible tiburón tigre, que mordisqueó la nave en varias ocasiones, agitando el agua poderosamente.
“Parecía que iba a hundir la fibra y a la nodriza. Nos agarramos de los extremos más seguros. El ataque duró varios minutos. Pensamos lo peor y solo nos encomendamos a Dios.
Cuando se fue, optamos por regresar al pueblo”. Esta especie es propia de las aguas templadas y cálidas de todos los océanos. Es un depredador solitario que ataca a todo tipo de presas, atenaza -y casi siempre engulle- cualquier objeto que le llame la atención.
El biólogo y observador de la Subsecretaría de Pesca, Rubén Caiche, confirma que estos animales suelen morder a las embarcaciones “accidentalmente o si se sienten irritados.
A veces, cuando se está en faenas de pesca, se captura un atún o un dorado y se echan las visceras al mar”. Eso es como llamar al tiburón -cuyo olfato es hipersensible a la sangre- por teléfono.
Este mismo científico también ha pasado sustos, pero no precisamente con grandes escualos. Indicó que cuando cumplía las funciones de Inspector de Pesca y le tocaba entrar al océano, en una ocasión hubo un episodio de “pescadores sobresaltados” al ser interceptados por un barco de la Marina de los Estados Unidos.
Grandes olas y fuertes vientos
Pedro Conforme tiene 52 años, de los cuales 38 los ha dedicado a navegar. Es el capitán de una nave nodriza y también tiene experiencia en lo que pasa “allá adentro”.
No se ha encontrado con tiburones enormes ni con patrullas norteamericanas, pero sí le ha tocado enfrentar, en numerosas ocasiones, el mal tiempo, las enormes y alebrestadas olas que castigan todo a su paso.
Con un acento muy marcado -en su boca, las palabras que llevan las consonantes ‘s’ o ‘z’ chasquean ruidosamente- dice que muchas veces creyó que se “iba a pique” (hundirse). “Los vientos y el mar son poderosos en varias zonas de pesca. Hay que tener experiencia para mantener a flote a la nodriza”.
Recuerda que anteriormente las faenas se realizaban en canoas de madera y que era más complicado maniobrarlas. Comenta que aunque nunca vio escualos en todos estos años, cuando entraban estas embarcaciones hasta la arena, encontraba dientes adheridos.
Los dos Conforme, Gonzalo y Pedro (no son parientes), e incluso el biólogo Caiche, se encomiendan a Dios antes de entrar al mar, ese amigo que los recibe pero que, así mismo, les exige sudor y riesgo para permitirles sus ofrendas. Cuando se despiden de sus familias solo piensan, sencillamente, en que van a regresar sanos y salvos.
Los tres coinciden en que la mayor alegría que produce esta labor es, evidentemente, cuando la pesca es buena (los botes o barcos nodrizas pueden traer, con sus respectivas fibras a remolque, entre 60.000 y 90.000 libras de dorado por viaje de pesca, siendo que cada viaje dura de 15 a 20 días). “Es un espectáculo al momento de subir los pescados a las fibras. Solo ahí te das cuenta de que valió la pena meterte, desafiar al Pacífico”.
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