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Los moradores de los recintos de Milagro y Yaguachi consideran que el indiscriminado uso de los químicos afectó la salud de niños y adultos de la zona.
El nacimiento de Bryan significó para los esposos Segundo García y Johanna Oquendo la consolidación de su hogar. Sin embargo, la felicidad que los embargaba se convirtió en preocupación tres meses después. El pequeño no gateaba y siempre permanecía inmóvil.
"Su cuerpo se movía como gelatina, era inestable", recordó su progenitora, quien recibió con resignación el diagnóstico médico de que su niño quedaría incapacitado de sus piernas "por una rara enfermedad".
Cuatro años después nació Andy. Al principio su vida fue normal, pero, al igual que su hermano, el menor también presentó ciertas anormalidades a los cuatro meses.
En el niño, los galenos detectaron leucoencefalopatía, que es un trastorno que ocasiona daño al material (mielina) que cubre y protege los nervios en la sustancia blanda del cerebro.
Esta familia habita en el recinto Santa Rosa 1, de la parroquia Cone (Yaguachi).
Los habitantes de este sector agrícola responsabilizan de esto al abuso de las fumigaciones en los sembríos, que incluso se realizan por vía aérea.
No es el único caso. En Santa Rosa 2, a dos kilómetros, vive Pedro Vera, de 7 años, cuyo brazo derecho dejó de crecer y cuya mano carece de huellas dactilares.
Mientras en el recinto La Cepa, cerca de Milagro, Lucy Gamboa está consternada por lo que sucede con su hijo, Carlos. El pequeño de 2 años sufre del síndrome de Apert, que restringe el crecimiento del cerebro y aumenta la presión en él. También tiene pegados los dedos de pies y manos. A cien metros vive la familia de Elkin Ruiz, un menor de diez meses a quien le diagnosticaron hidrocefalia.
Gracias a la colaboración ciudadana se logró adquirir una válvula que esta semana le fue colocada a Elkin en el hospital Abel Gilbert Pontón.
Los menores no son los únicos afectados. Desde hace una década permanece postrado en cama Leonardo Lavayen. Tiene 34 años y los síntomas que recuerda fueron dolores de cabeza y fiebre, y después sus piernas se debilitaron.
Lavayen cree que se debe a los químicos que inhaló, pues su trabajo consistía en fumigar una bananera cercana.
"Esos malos olores (de plaguicidas) dejaron inválido a mi hijo", se lamentó su madre Francisca Peñafiel, con quien vive en el recinto San Antonio.
Según la Asociación de Discapacitados 8 de Noviembre, de los dos mil habitantes que hay en Cone y sus alrededores al menos unas 500 personas, entre niños y adultos, tienen algún grado de discapacidad.
Para el presidente de la organización, Humberto Torres, los casos se han presentado por el uso excesivo de plaguicidas.
"Cuando realizan la tarea de fumigación, las avionetas no toman precaución y esparcen el líquido a las casas", enfatizó.
Sus declaraciones son reforzadas por Nolina Zambrano, habitante de La Cepa, cuyo nieto de tres años padece de retardo mental.
En el recinto Cuatro de Mayo (Milagro), Édgar Medina, de 12 años, recorre las plantaciones mientras lo vigila su abuela Reina Gamboa. El niño también sufre de retardo mental.
"A mi nieto lo retiré de la escuela porque los profesores no tenían paciencia", dijo.
El galeno Cristian Castro indicó que las principales sustancias implicadas en los plaguicidas son los carbamatos y organofosforados, que producen tanto intoxicación aguda como otros trastornos, cuyas consecuencias se aprecian con el paso de los años.
El nefrólogo y vicepresidente del Colegio Médico Provincial del Guayas, Luis Serrano, señaló que por consecuencia de los químicos podría presentarse nefrotoxicidad, o daños en el riñón, que pueden llevar a la persona hasta la insuficiencia renal terminal.
Otro de los riesgos, añadió el especialista, es la genotoxicidad o daño en los genes, que acarrea trastornos en los hijos de las personas afectadas, como las conocidas malformaciones congénitas.
Fuente: EXPRESO*
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