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El templo, se construyó en 160 años, fue levantado por la orden de los sacerdotes jesuitas.
Los tallados recubiertos con pan de oro de los retablos, paredes y pilares son el rasgo más llamativo de la iglesia de La Compañía de Jesús, en el Centro Histórico. Elegida la segunda de las Siete Maravillas de Quito.
El dorado de las láminas de oro, de 23 quilates cada una, cubre cada centímetro de la iglesia, considerada cumbre del arte barroco en Latinoamérica.
Su diseño y estilo se inspiró en dos iglesias: Del Gesú y San Ignacio, de Roma. Al ingresar, los visitantes se encuentran con una mampara de madera. Su función era evitar el ruido de los exteriores. Además, servía como barrera para los indios que no eran bautizados. “Ellos escuchaban la misa detrás de la pared”, cuenta Dennys Sánchez, uno de los guías.
Adentro, llaman la atención dos cuadros grandes ubicados al final de las naves laterales. El uno muestra el juicio final y el otro, el sufrimiento de 25 almas condenadas al infierno. La tonalidad rojiza crea un halo de miedo. Según Sánchez, hasta ahora algunas abuelitas se valen de esta pintura para advertir a sus nietos lo que puede pasarles si no obedecen.
Las obras datan de 1879 y son de la autoría de Alejandro Salas.
La iglesia de La Compañía, en sus 246 años, ha resistido a tres terremotos. Dos de ellos afectaron la torre del campanario, que en su época fue la más grande de Quito. Las campanas se exhiben en una sala contigua a la Sacristía.
El ir y venir de turistas es constante. Los 20 guías de la Unidad de Turismo no se dan abasto. La Compañía es el segundo lugar turístico más visitado del país. Según Diego Santander, director ejecutivo de la Fundación Iglesia de La Compañía, el año pasado recibieron 150 000 visitantes. A escala nacional la superó las islas Galápagos, con 175 000.
En el templo no hay un solo espacio vacío, todo está ocupado con pinturas, esculturas, flores en altorrelieve y retablos. Así es el barroco, a través de él se trataba de acercar al hombre con Dios y de llegar a la gente por medio de los sentidos. Para el sacerdote Francisco Espinoza, uno de los 100 jesuitas en Ecuador, la iglesia no fue concebida para lucir como un monumento excepcional, fue el producto de la tendencia arquitectónica de la época.
La decoración no es desordenada ni desentona. Al contrario, una de sus características es la simetría. Por ejemplo, en las dos naves laterales hay seis retablos de madera colocados tres a cada lado y a la misma altura.
Frente al altar hay un espejo redondo, para mirar el interior de la cúpula mayor. Está adornada por un cordón de querubines y arcángeles. Uno de ellos tiene una coloración oscura, se lo dejó así como testimonio del incendio que afectó al templo en 1996.
En el altar mayor, en una urna de bronce, reposan los restos de Mariana de Jesús, la primera santa del país. Ella ofrendó su vida en este templo a cambio del cese de los terremotos y pestes. En este mismo sitio se venera a la imagen de la Virgen Dolorosa.
Todos los días hay misas y novenas. El 20 de cada mes se reza el rosario de la aurora, a las 04:00.
Por: Mayra Capón Vázquez
EL COMERCIO*
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