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Pobreza, trauma y desaliento tras consumo de licor metílico
Gloria Llumitaxi, de 31 años, viuda de Luis Guerrero, recibe ahora ayuda económica de sus hermanos y de la familia de su esposo, quien fue la primera víctima por ingerir alcohol contaminado con metanol, en Catarama, Los Ríos. Se quedó a cargo de tres.
A Fondo: Intoxicación a nivel nacional
Eran vecinos, amigos, conocidos, compañeros de trabajo, de alegrías, de tristezas y también de bebidas alcohólicas. En las parroquias Catarama y Ricaurte del cantón Urdaneta, en la provincia de Los Ríos, separadas por el río Catarama, se siente aún desazón por los muertos e intoxicados con licor contaminado con metanol (mortal para los humanos), que el mes pasado dejó 20 fallecidos en esta provincia, donde comenzaron los envenenamientos. Las víctimas tenían entre 22 y 65 años.
La intoxicación se extendió rápidamente a diez provincias del país, en donde hasta el jueves pasado se registró un total de 46 fallecidos y 163 envenenados confirmados por esta causa, según el reporte de las autoridades de salud.
La primera víctima fue Luis Alfredo Guerrero Cortez, de 36 años, quien como todos los lunes, el 11 de julio, se despertó temprano para ir a reparar la maquinaria que tenía pendiente en el Municipio de Urdaneta en donde laboraba por contrato como obrero. Antes de salir de su hogar, acarició y besó a sus hijos, de 15, de 5 años y al más pequeño, que ahora tiene cinco meses. En la tarde regresó a su casa, en Catarama, a pedir ayuda porque se asfixiaba. Su esposa, Gloria Llumitaxi, lo llevó al hospital de Ricaurte. Luego lo derivaron a Babahoyo, en donde murió a las 03:00 del martes 12 de julio. A su familia le alcanzó a decir que había tomado un “poquito de puro” que le regalaron unos amigos en Ricaurte.
El fin de semana previo había ingerido licor con sus conocidos del vecindario La Planta, quienes celebraban las fiestas del barrio y de la patrona del cantón, la Virgen del Carmen. En este acto no se envenenó, según la viuda, porque habían tomado canelazo (preparado de canela y aguardiente), el cual no les hizo daño a los vecinos.
“Él solo tomaba el fin de semana, pero no todos los días”, comenta Llumitaxi, de 31 años. Ella recibe ahora ayuda económica de sus cuñadas (hermanas de su esposo) y de sus hermanos para subsistir con sus hijos. Dice que no puede trabajar aún porque no tiene con quien dejar a su bebé, ni quien le haga las labores domésticas, como cocinar.
“Mi papito está en el cielo”, es la frase que estremece y llena de lágrimas a Llumitaxi cuando su hijo de 5 años la repite al referirse a su padre. La misma sensación experimenta la familia de José Ignacio Leyton Avilés cuando su hija, también de 5 años, habla de su papá, quien murió a las 17:00 del domingo 17 de julio, días después de haber ingerido alcohol contaminado.
Los familiares de Leyton, de 64 años, dicen que solía beber en una cantina, ubicada cerca al retén policial de Ricaurte, con otros ocho amigos “de tragos”, que asimismo murieron por intoxicación con metanol.
“Nosotros (los hijos) le hablábamos con mi mami para que deje de tomar, pero no hacía caso. Era necio. Decía que a él le gustaba tomar, que era así y que así lo conocieron”, cuenta su hija de 17 años, quien resalta que su padre jamás ingería licor en la casa, puesto que para él era una falta de respeto.
Leyton trabajaba de lunes a viernes en tareas de construcción o en la albañilería en Guayaquil (Guayas), en Urdaneta o en cantones cercanos a su hogar, en la provincia de Los Ríos. No tenía trabajo fijo, como la mayoría de jornaleros que perecieron por el consumo de licor. Dejó en la orfandad a cuatro hijos, dos de ellos son menores de edad.
En la pequeña casa de caña que levantó junto con su esposa en el barrio Los Ceibos, cuyas calles son empedradas, solo queda la impresión de una copia de su foto de la cédula, que será enmarcada y colocada en el centro de la estrecha sala.
Su hija, de 17 años y estudiante de Informática del tercer año de bachillerato, lamenta no poder ver –como siempre soñó– a su padre en el día de su graduación como bachiller. Ella intenta ser fuerte para no desconcentrarse en los estudios y seguir obteniendo calificaciones de 19 y 20 en aprovechamiento.
Los problemas emocionales (separación conyugal) y el rechazo de algunos familiares de Ramón Zambrano Valverde (su apellido materno es Cabezas, pero en la cédula se lo cambiaron), de 47 años, acrecentaron el vicio que tenía por el licor, lo cual hacía que tomara sin indagar el origen del alcohol, como le sucedió al resto de envenenados, señala su hermana, Carmen Zambrano Cabezas.
Él y sus amigos, que también fallecieron, no tenían hora de bebida ni lugar fijo. Solían tomar a la salida del trabajo, en días de semana o sábados y domingos. “Mi hermano se nos perdió como quince días. Luego cuando apareció, le dije: ‘La gente anda diciendo que te habías muerto con ese trago envenenado. ¡Vamos para hacerte exámenes!’. Y él contestó: Aquí estoy, vivito y coleando. Yo no tengo nada, estoy bien vivo”, recuerda su hermana, mientras sus ojos se humedecen al enseñar la única foto que su familiar se dejó tomar horas antes de su muerte (viernes 15 de julio), pues no le gustaba tomárselas.
Pero el consumo de licor no solo afectó a quienes bebían frecuentemente. También alcanzó a aquellos que tomaban licor en reuniones sociales, como en la fiesta de graduación del ciclo básico del segundo de los cuatro hijos de la familia Chacha-Díaz. El domingo 17 de julio falleció Pedro Chacha, el jefe de este hogar, tras agonizar cuatro días, al igual que el esposo de una de sus primas, después de consumir el vino Tentador, en Tungurahua.
Este hogar celebró la graduación al mediodía del domingo 10 de julio con más de 23 personas, entre amigos y familiares. Todos tomaron, en distintas cantidades, cuatro cajas (48 unidades) del vino Tentador. Pedro Chacha trabajaba como repartidor de esta bebida, cuenta su esposa, Mercedes Díaz. Por eso confió en “la seguridad” del producto. No obstante, nadie de la distribuidora se quiere hacer responsable de las muertes, señala la viuda, pues su esposo no tenía un contrato firmado con el establecimiento.
“Mi hijo quedó traumado con la muerte de su padre. Él dice que por su culpa murió su papito, por esa fiesta. Y a cada rato dice: ‘¡Regrésate del cielo, papito, regrésate!’. Ya no tengo fuerzas para luchar. Y para las autoridades no hay responsables”, critica –entre lágrimas– Díaz.
En Tungurahua, los vinos o licores conocidos como San Francisco, Papelito, Tentador y Puntas dieron positivo en las pruebas para detectar metanol, al igual que algunas preparaciones con licor en la Costa.
En otros casos, vendedores y bebedores de licor murieron por la misma contaminación, como los esposos Deifilia Saquipay y José Saquipay, y su hijo Manuel Jesús Saquipay, quienes fallecieron el 14 de agosto en Cuenca, tras consumir el “trago de punta”, que expendían desde hace años, al igual que la leche, en la tienda de su casa, la cual luce ahora deshabitada, en el sector Irquis de la parroquia Victoria del Portete. Un día antes, según sus vecinos, los Saquipay estaban bebiendo en la entrada de su vivienda. El vicio por el licor nació cuando el esposo regresó de EE.UU., adonde viajó como migrante.
Entre las víctimas están aquellos que lograron salvarse: Washington Guapulema Arias, de 45 años, habitante de Ricaurte, y William Zambrano, de 32, residente de la cdla. Los Sauces, en Catarama. El primero perdió la visión del ojo izquierdo, además de quedar con secuelas en el riñón e hígado, como el segundo, quien jura que jamás volverá a beber. Los síntomas como el vómito verde, el dolor de cabeza, la debilidad, la sudoración excesiva, las convulsiones y la ceguera los atemorizaron.
Quienes conocen a Guapulema afirman que él vendía puro y que incluso de ahí salió parte del trago contaminado, mientras que su conviviente, Yolanda Haro, menciona que el 15 de julio adquirió una caneca de puro para repartir en la fiesta que le iba a hacer a su hijo por cumplir 18 años, quien padece de retraso mental en el 80%. El envenenamiento, según la mujer, se dio por un trago que habían llevado otros amigos de Guapulema, un día antes de la reunión.
Estas siete víctimas, así como la mayoría, tenía solo estudios primarios. Otros, como Zambrano, solo sabían escribir y leer su nombre. Dejan a niños en la orfandad (la mayoría tenía entre tres y seis hijos) y a sus familiares con deudas por los gastos mortuorios, con traumas psicológicos y con la desilusión de palpar la justicia, puesto que aún no hay responsables. Pese a que ha pasado más de un mes y los intoxicados aumentan.
A las viudas les toca ahora pedir trabajo como empleadas domésticas o aprender nuevos oficios, como a Virginia Molina, de 31 años, viuda de Lenín Picado, quien con cinco hijos y sin casa intenta aprender artesanalmente el oficio de peluquera para darles la alimentación.
Fuente: EL UNIVERSO*
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