domingo, 26 de febrero de 2012

Mundial Indígena de Fútbol de Ecuador

***SNN



Toros y alpargatas son la gloria en el Mundial Indígena de Fútbol de Ecuador
AFP | IMBBAURA.- Dos toros encabezan la caravana que festeja al campeón del Mundialito Indígena de fútbol en la localidad ecuatoriana de Peguche, que se premia con ganado y "alpargatas de oro", y es la excusa para el reencuentro con quienes decidieron probar suerte fuera del país.


Guiados por un joven, los astados son seguidos por vehículos atiborrados de hinchas en la vía que une a las vecinas Otavalo y Peguche, que es sede del torneo que se realiza cada año desde 1995 y alrededor del cual gira el Pawkar Raymi (fiesta del florecimiento, en lengua quichua).


"¡Campeón, campeón!", gritan con dejo rioplatense jugadores y aficionados del Ayllus (familia), que logró el bicampeonato, al aplastar por 8-1 al Cotacachi en la final del certamen de diez días, ante unos 15.000 espectadores de trenza, poncho y sombrero.


Los vencedores se dirigen a celebrar en Otavalo, un pueblo de emprendedores artesanos aborígenes de donde es el plantel, cargando además con 2.500 dólares en efectivo, una réplica en bronce de la Copa Mundial de la FIFA fabricada en México y una "alpargata de oro".


Este último resulta ser uno de los galardones más preciados y se otorga al máximo goleador entre los indígenas y al artillero del evento -en el que compiten algunos mestizos y negros-, a la manera del botín de oro de la FIFA y del Trofeo Pichichi en la Liga de España, donde viven varios de los jugadores del Mundialito.


Este año la zapatilla de cabuya, tacos, recubierta con pintura dorada y puesta con reverencia en una urna de cristal, recayó en el cañonero indígena del Ayllus Patricio Muenala, de 14 años, con seis goles.


La jornada pudo ser redonda para los rojinegros de no ser por Édison Arízaga, goleador del equipo Peguche, quien se alzó con la segunda alpargata al inflar la red 14 veces, en partidos que fueron amenizados por bandas musicales y cánticos, y comentados por altavoz en español y quichua.


Hasta último momento estuvieron pujando por esa distinción los refuerzos profesionales del Ayllus Javier Orodio y John Tenorio, éste último oriundo de la provincia amazónica de Sucumbíos, tierra del actual referente del fútbol ecuatoriano, el volante del Manchester United inglés Antonio Valencia.


El subcampeón y sus dos escoltas también recibieron cada uno un toro, trofeos, y en el caso del segundo y el tercero, premios económicos.


En sus inicios el Pawkar Raymi giraba en torno al fútbol, pero luego se incorporaron el baloncesto y el ciclismo, ritos ancestrales y un festival de música que este año tuvo como invitado especial a Robert Mirabal, un nativo estadounidense dos veces ganador del premio Grammy.


Pero en el centro siempre estuvieron los que se fueron a otras tierras en busca de prosperidad, especialmente con la venta de artesanías, y vuelven cada año para reencontrarse con familiares y amigos -


Ese retorno trajo nombres de combinados como Barcelona, Holanda, Necaxa, Metro Stars, Cerro Porteño y de clubes de Perú, Brasil y Chile, referencias que llevaron a denominar el torneo Mundialito Indígena, cuenta Antonio Lema, del comité organizador.


"Es la fiesta del reencuentro", dice Lema, y sostiene que cada año llegan unos 4.000 migrantes -muchos de Peguche-, quienes ayudan a financiar los festejos que este año costaron 110.000 dólares, de los cuales la comunidad aportó un 60%.


"Es un tiempo muy bonito para reencontrarse con los amigos del barrio o la escuela", afirma Sergio Chuquín, de 27 años, y marcador del Ayllus, ante la mirada y los mugidos de sus trofeos.


El certamen lo venían disputando 15 equipos, pero este año la crisis económica de Europa provocó la baja de tres que no pudieron reunir a todos sus integrantes, incluidos dos conformados por 'legionarios' españoles.


"No pudimos tener su presencia por la crisis. No pudieron viajar todos, por eso resolvieron no participar", indicó Lema.


Mientras el panorama mejora para ellos, los jugadores y fanáticos del Ayllus siguen su marcha triunfante hacia Otavalo, donde deben definir lo que harán con sus bovinos: venderlos por unos 1.200 dólares o sacrificarlos para un almuerzo comunitario.

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