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LOS MARISCOS Y EL MANÍ SON BÁSICOS EN LA ALIMENTACIÓN DE LA LOCALIDAD
El orgullo de ser manabita no se cambia por nada. Los habitantes de cada zona tienen sus particularidades, dependiendo del entorno, pero todas encerradas dentro de un gran todo.
En la zona centro, las personas guardan sus raíces del campo, del montuvio que gusta de montar a caballo y comer caldo de gallina o cuajada con plátano asado. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
Por Joselías Sánchez Ramos
La identidad manabita es una conciencia compartida, conciencia de pertenencia a la región provincial, resultado de un largo proceso que se inicia en la prehistoria de América, se condiciona y refuerza durante la conquista y la colonia, se vigoriza durante las luchas de la independencia, explosiona en la República como revolución alfarista y, es hoy, una ideología desarrollada sobre la territorialidad y la etnicidad.
Manabí es una tierra diversa. Su gente es única. De mis experiencias y observaciones a lo largo de varios años recorriendo Manabí, he sacado algunas conclusiones que justifican las diversidades locales, siendo al mismo tiempo fuente y fortaleza del modo de ser y del modo de pensar del habitante provincial. Este arraigo, esta querencia, este modo de pensar, de sentir y de obrar como manabita, a lo largo del tiempo en este espacio geográfico ha ido configurando esta identidad cultural y esta ideología manabita.
En esta urdimbre regional, objetivamente, las características del entorno geográfico influyen para que el manabita tenga su propio modo de ser, producir y sentir.
El manabita de la zona sur
Continúa manteniendo los rasgos étnicos característicos de sus ascendientes de los pueblos aborígenes quienes “declararon ser hombres libres y no querer cautivarse, y no pagarían tributos aunque les corten el pescuezo, porque el Rey les había dado su libertad”.
Pequeño, delgado, enjuto, ojos rasgados, nariz aguileña, como ningún otro ha debido soportar los engaños de los gobernantes de la República, prolongadas sequías y falta de agua para el consumo que lo volvieron desconfiado y alentaron las migraciones hacia Guayaquil y la Península de Santa Elena.
Sin embargo, identificados profundamente con sus ancestros y herederos de una casta de insurgentes, hicieron de la solidaridad una cualidad para sacarle provecho a las inclemencias de la naturaleza.
Tiene en el chivo de castilla a su principal proveedor de leche y carne dado que es animal que no requiere de pastos para sobrevivir, se alimenta de raíces y vegetación seca. Su generosidad la caracteriza con un seco de chivo, el greñoso o sus ceviches con maní o brindar su aromático café pasado, acompañado de tortillas de maíz o yuca.
El manabita de la zona central
Es de mediana estatura, piel clara con matices de amarillo, más comunicativo, menos introvertido. Aprovechó la presencia de sus pocos ríos para explotar la tierra con sembríos de ciclo corto, manteniendo una economía familiar, que durante muchos años aportó poco al mercado de consumo.
Dependiente y conservador, este manabita es más religioso debido a la marcada influencia de la Iglesia en sus costumbres y educación. Apegado a la tierra se mantiene en ella a pesar de sequías o inundaciones volviendo a reconstruir sus campos después de cada tragedia.
Conversador mitológico, tiene en la música y en la guitarra 2 poderosos instrumentos de convalidación de su yo personal y grupal. Educado a su manera y ufanándose de su generosidad agarra la gallina más gorda para brindar su característico caldo de gallina criolla pata amarilla, salprieta, plátanos y maduros asados con maní quebrado.
La connotación de tierra y dignidad le configuran una visión muy característica en las relaciones de pertenencia. Las defiende hasta con la vida y no teme en esperar tras la piñuela para cumplir su venganza o practicar un “aquí me quedo” cumpliendo la muerte prefijada de sus enemigos.
El manabita de la zona norte
Es de mayor estatura que los 2 anteriores, es más robusto y un poco más extrovertido. Se identifica con la vastedad de sus campos, donde abunda el agua y el pasto que alientan la ganadería y la agricultura para el gran mercado como las frutas, cacao y plátano.
En su composición étnica, han confluido migraciones humanas de diferentes vertientes, impregnando rasgos culturales muy propios y definidos. Igual que los otros, aprendió el valor inmanente de la libertad y reprodujo su insurgencia en un 5 de mayo de 1895, proclamando libertad y autonomía bajo la égida del general Eloy Alfaro.
Igual que los manabitas del centro o sur de la región, su generosidad en la comida es proverbial y sus mesas, siempre repletas de carne de res, de chancho, chames, cuajadas, empanadas, bollos, etc.
Rasgos propios del mulato se encuentran en el manabita de la costa norte, migrante permanente, alegre y trabajador; su actividad económica la comparte entre la agricultura y la pesca. Por naturaleza mantiene sus principios de libertad y autonomía, cualidades demostradas a lo largo de la historia manabita.
Con un concepto claro de su derecho personal y comunitario reclamó cantonización y autonomía (Jama, Pedernales), proceso que se fue fortaleciendo desde fines del siglo XVI, cuando bajo el liderazgo del mulato Juan Mangache fue reconocido como territorio autónomo dentro de la Real Audiencia de Quito.
Estos afanes se han actualizado para superar el aislamiento y la desatención de las autoridades gubernamentales por décadas. Como todos los manabitas, derrocha generosidad con sus comidas como ceviches, viche, cangrejos o camarones.
Las características propias del manabita de ser libres, insurgentes, trabajadores y generosos, les vienen desde sus ancestros.
Compartimos con Émile Durkheim (sociólogo francés) que, cuando hablamos de “cultura”, debemos entender las “maneras de pensar, de sentir y de obrar” de un pueblo. Y, en el caso de Manabí, la cultura manabita se refleja en esta trilogía sociológica que cotidianamente percibimos como resultado de los procesos subjetivos y objetivos de la identificación manabita.
Estas maneras de pensar, de sentir y de obrar que implican los valores, modelos y símbolos culturales de un pueblo incluyen también sus modelos, valores y símbolos así como sus conocimientos, ideas, pensamientos, formas de expresión, sentimiento e incluso las acciones objetivas observables.
El arte manabita
Enfatizo en el sombrero manabita porque el 5 de diciembre de 2012, la Unesco declaró como patrimonio inmaterial de la humanidad al tejido de la paja toquilla.
Los orígenes de este tejido se ubican en 4.500 años A.C., como lo demuestra Libertad Regalado en su obra Hebras que tejieron nuestra historia (2010), que sirvió de sustento para la resolución del organismo mundial.
En el arte culinario, la cocina manabita ratifica su personificación provincial.
En otras ciudades, el marketing utilizado enfatiza aquello de “comida manabita”.
El viche, corviche, ceviche, troliche, dulce de pechiche, greñoso, bollos, empanadas de plátano, tortillas de maíz o yuca, torta de pescado, menestra de haba tierna, cuajada, la tonga o la característica “salprieta”, comida distintiva, mezcla de maíz tostado y molido con maní y especerías que, a decir de Universi Zambrano Romero, “es como el gentilicio de los manabas”. (O)
Fuente: EL TELÉGRAFO
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