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Jaime Galarza Zavala
jaigal34@yahoo.es
No solo septiembre es el mes de la CIA. De ella son todos los meses y días del año. Pero septiembre tiene un significado muy especial por dos motivos: el 11 de septiembre de 1973 la CIA logró su golpe maestro: derribar y asesinar a Salvador Allende. Ahora mismo Chile busca las tumbas de sus seres amados, y exigiendo justicia para castigar, en la realidad o la memoria, a esa horda de asesinos que le inundaron de luto y sangre.
En fecha similar, el 11 de septiembre de 2001, ocurrió el atentado contra las Torres Gemelas, que si no fue ideado o, al menos, permitido por el Pentágono y la CIA, sirvió de pretexto para desatar guerras monstruosas. Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen son secuelas de las llamadas guerras preventivas instaladas por el imperialismo yanqui so pretexto de combatir al terrorismo, dondequiera se encuentre.
El drama de los prisioneros de Guantánamo, que avergüenza a la humanidad, y los niños árabes muertos en el intento de hallar refugio en Europa, son apenas dos de las múltiples secuelas de la demencia universal desencadenada por los amos del mundo. Y van para adelante nuevas amenazas bélicas contra Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, en fin, contra todos los Estados y gobiernos que defienden su soberanía nacional y su independencia.
En todos estos acontecimientos criminales la estrella de la CIA brilla en lo alto con luz propia.
Ecuador tiene su propio calvario que contar respecto de este infausto mes, en relación con el primero y el último día de septiembre.
El 1 de septiembre de 1975, un hombre de la CIA (identificado como tal por Philip Agee, con quien colaboró siendo jefe de inteligencia militar), el general Raúl González Alvear, encabezó un sangriento golpe de Estado que cosechó 22 muertos, entre soldados y civiles, en el afán de derrocar al gobierno del general Guillermo Rodríguez Lara, “para acabar con su desastrosa política petrolera”, como reconoce abiertamente el militar golpista en sus Memorias, libro que debería leer todo militar ecuatoriano, a riesgo de sufrir un ataque de vergüenza ajena, por la cobardía de dicho protagonista, que dirigió el complot desde la Funeraria Quito y huyó desesperadamente del Palacio de Carondelet cuando ya sus tropas lo habían tomado, y corrió a refugiarse en la casa del embajador norteamericano, quien lo recibió muy fraternalmente, pero no pudo concederle asilo por falta de convenios entre los dos países, facilitándole, eso sí, que escapara a encontrar asilo en la casa del embajador chileno Schauffer, digno enviado de Pinochet.
Un sonado fracaso de la CIA, que de hecho se hallaba tras de la intentona, no solo por la condición de su súbdito, sino porque ella manejó tras bastidores toda la campaña contra el gobierno de ‘Bombita’, como lo exigía Texaco (hoy Chevron), a fin de acabar con la política nacionalista inaugurada por el contralmirante Gustavo Jarrín Ampudia, ministro de Recursos Naturales, la cual determinó la consolidación de CEPE y el ingreso de Ecuador a la OPEP como necesarias medidas soberanas.
El intervencionismo de la CIA vuelve a incendiar el país el último día de ese mes, el 30-S de 2010, en el intento de golpe de Estado y magnicidio del presidente Rafael Correa.
Si alguien lo duda, solo recuerde al coronel Mario Pazmiño, hombre que trabajaba con los oficiales de la CIA acreditados en la embajada. Vale también la pena que los escépticos sepan que en vísperas del fallido golpe volvió al Ecuador discretamente la famosa espía Swat, que durante años manejó a la cúpula policial como si fuera hacienda propia, luego huyó del país, pero estuvo en esos días en Quito, acogida por parlamentarios de Sociedad Patriótica. (O)
Fuente: EL TELÉGRAFO
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