Fuente: blog esmeraldasnews
REPORTAJE: EL PAÍS

En este paraíso natural, y en la desembocadura del río Cayapas, está la pequeña comunidad de Olmedo, compuesta por unas 200 familias. En su área se encuentra el manglar más alto del mundo: el Bosque de Majagual, con especies que pueden sobrepasar los 60 metros de altura. La población negra es mayoritaria.

Es en esa zona donde se ha instalado una empresa especializada en la cría de langostinos llamada Puro Congo, SA, que pertenece a una acaudalada familia del Ecuador. Esta industria está provocando la muerte del manglar. Se talan los árboles para construir las grandes piscinas donde criar el langostino, y se construyen diques de hormigón en las playas que desvían el agua de las mareas provocando la caída masiva de los árboles. El agua de las piscinas se toma con grandes bombas de los ríos cercanos, provocando la muerte de multitud de peces en estado juvenil y larvario, y se ha desviado un río para que haga de canal de desagüe. En él se vierte el agua usada de los criaderos, saturadas de productos químicos y plaguicidas que envenenan las aguas del manglar. El resultado es la muerte masiva de árboles y la pérdida de más del 70% de los recursos pesqueros, vitales para el sustento de la población.

Nuestro mundo está lleno de historias como esta. Historias de industrias poderosas que, en su afán de capitalizar en el menor tiempo posible sus beneficios, destruyen mares, bosques, lagunas y reservas naturales, sumiendo en la pobreza a sus habitantes. ¿A esto llamamos desarrollo? Hace unos días Soledad Gallego Díaz protestaba en uno de sus luminosos artículos sobre el predominio absoluto en el presente de lo que ella llamaba el pensamiento económico.
Gran parte de las intervenciones de periodistas, tertulianos y políticos en los medios de comunicación, tienen que ver con la economía. Hace unos días, el máximo representante de uno de los grandes partidos políticos de nuestro país declaraba sin ningún empacho: "Menos ideología y más economía, eso es lo que necesitamos". Pero ¿se puede vivir sin ideas? Aún más, ¿acaso la historia del dinero, de sus avatares y sus múltiples disfraces, es la única historia que merece la pena contar? Es esto lo que nos dicen cada día nuestros políticos y comentaristas, sin embargo, hace solo unos años no era así y los hombres tenían otras historias que contar acerca de sus deseos y sueños, y disponían de ideas y relatos que les permitían hacerlo.
La novelista nigeriana Chimanda Adichie ha escrito sobre el peligro de conocer una sola historia de lo que son las cosas. Los habitantes de las costas de Esmeraldas son pescadores artesanales, que llevan siglos viviendo con dignidad de su trabajo, y que mantienen con el manglar una relación compleja y llena de belleza. La historia única que los transforma en seres primitivos, incapaces de prosperar por sí mismos y adaptarse al progreso, es un estereotipo que nada tienen que ver con lo que son. "Nos robaron el nombre,pero no los Manglares ni la Dignidad", decían en un escrito hace unos años, refiriéndose a la empresa camaronera Puro Congo, SA, pues el congo es una madera noble, por lo que el nombre de esa empresa viene a significar paradójicamente, "lo más sagrado".
Chimanda Adichie dice que hay una palabra en su país, kali, que significa ser más grande que el otro. Los defensores de este pensamiento económico se sienten más grandes y razonables que los pueblos que explotan impunemente, por lo que no tienen problema alguno en disponer de sus tierras y vidas para contar la única historia de lo que les obligan a ser, porque "el poder es la capacidad no solo de contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la definitiva". Nuestro mundo, escribió Walter Benjamin, es rico en información pero pobre en historias memorables.
Las historias de estos pescadores ecuatorianos lo son. Hablan de los altos manglares, de las ballenas jorobadas, de los cangrejos azules y de los atardeceres poblados de garzas, pelícanos y fragatas, pero también de sus deseos de bienestar.

Los poetas persas, llamaban flores celestes a los meteoritos y a las estrellas fugaces; y en la mística china se hablaba a menudo de la flor de oro, que era el símbolo de la realización absoluta. En Oriente, el árbol del dulce rocío se confunde con el árbol que canta en las leyendas y cuentos folklóricos.
En la provincia de Esmeraldas ese árbol eterno es el gran manglar. Si desaparece, con él lo harán los sueños, las leyendas y las canciones del pueblo que lo ha cuidado hasta hoy. En un mundo como el nuestro, en el que solo reinan las leyes del capitalismo más feroz, es preciso luchar para que esas otras historias de los hombres se sigan escuchando en el mundo. Compartir algo, sentir al otro como un igual, comprender que ninguna vida cabe en una sola historia, ese es el único paraíso a que podemos aspirar como seres humanos.
Gustavo Martín Garzo escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario