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El Telégrafo.- Margarita Centeno atiende a una paciente en el Centro de Adolescentes Promoviendo un Futuro Seguro, donde todos los días acuden menores de edad para recibir asesoría sobre planificación familiar o atención médica. FOTO: MARCOS PIN /EL TELÉGRAFO
Análisis
“Educación sexual no promueve libertinaje”
Los adolescentes necesitan espacios para recibir información y dialogar. La sexualidad es una dimensión de vida.
Tiene que ver con la identidad de ser hombre y mujer. Los adolescentes por un lado reciben un discurso religioso que se atreve a decir información que médicamente es falsa, como que los anticonceptivos son abortivos.
Si tienen espacio público para decir esto lo hacen y crean mayor confusión.
Por otro lado, hay un mercado que ofrece sexo como otro objeto de consumo más. Les dicen “todo vale, todo lo puedes, si lo puedes comprar y vender”.
Decir: “Dar educación sexual va a promover el libertinaje” es un discurso engañoso, la educación sexual da a los adolescentes la posibilidad de comprender las reacciones de su cuerpo y aclarar mitos. No dar educación sexual es continuar con las estadísticas que dicen claramente que las adolescentes con menor instrucción son las que más se embarazan. No tienen otros proyectos de vida, solo el de ser madres, situación que dentro de la pobreza no es la mejor para el país ni el desarrollo intelectual de sus jóvenes.
Datos
* 1.070 adolescentes embarazadas acudieron en 2010 a la Maternidad del Guasmo.
* 15-17 años es el rango de edad que presenta mayores índices de embarazos adolescentes afirman que conocen sobre la existencia de anticonceptivos, pero no saben usarlos.
Antecedentes
El último estudio (2004) indica que el 22,1% de las embarazadas cursaba estudios secundarios, en tanto que el 5,4% tenía nivel de instrucción superior, el 1,3% primario, y el 71,2% ningún tipo de instrucción.
De ese total, solo el 16,5% reanudó sus estudios, el 43% no los interrumpió, y el 41,3% los dejó definitivamente.
En 2009, la hemorragia, los problemas tensionales y las infecciones fueron la primera causa de muerte materna en las adolescentes.
En el país uno de cada 5 partos corresponden a menores de 19 años.
El espacio del Centro de Adolescentes Promoviendo un Futuro Seguro (Capfus) es reducido. Está en una zona adyacente a la remodelada Maternidad Matilde Hidalgo de Prócel, ubicada en el Guasmo, uno de los sectores urbano-marginales más poblados de Guayaquil.
Se trata de un área rectangular, con un pasillo profundo y angosto, que con la presencia de unas cuantas personas da la impresión de que estuviese siempre lleno.
Los adolescentes que llegan hasta allí, cuyos rostros evidencian que no pasan de los 17 años, miran hacia el piso o al techo, sin prestar mayor atención a los otros jóvenes que están en los alrededores. Todos visten ropas deportivas o uniformes de colegio.
Los menores de edad (la mayoría mujeres) sin articular palabra caminan o esperan atención en el claroscuro del túnel, en el que están los consultorios de las obstetrices. La sala 2, donde trabaja la doctora Rosa Fernández, abre sus puertas de 12:00 a 16:00, horario en el que se supone que hay menos pacientes.
Los directivos de la casa de salud informan que normalmente la mayor congestión en ese centro público se da en el primer turno, es decir, de 08:00 a 12:00, “pero ahora es igual a toda hora, los adolescentes quieren saber de planificación familiar o hacerse controles de embarazos”.
Apenas Fernández ingresa a su turno de mediodía la esperan tres jóvenes que la ponen al corriente de lo que les pasa.
Kimberly
En una segunda ocasión, por la misma razón que el año anterior, Kimberly llega al consultorio 2. Afrodescendiente, de 1,70 metros de estatura y dientes blanquísimos que asoman después de que le cuenta a la doctora que no ha seguido sus recomendaciones médicas.
“¿Comiste las cinco comidas”, le pregunta Fernández.
“No. Solo tres”, le responde Kimberly, de 16 años y 55 kilos de peso.
“¿Por qué no has comido lo que te mandé? Tienes que alimentarte con pequeñas porciones de verduras, carne y lenteja. Estás muy delgada”, le advierte la obstetriz.
“Es que no tengo hambre. No se me quitan las náuseas y tengo ‘escupidera’ (ganas de escupir con frecuencia)”.
Kimberly está embarazada. Tiene 14 semanas de gestación, es decir, algo más de tres meses. La adolescente, quien ya tiene un bebé de un año, acude sola al consultorio porque está separada de su pareja.
“Él me pegaba, pero seguíamos juntos”, relata, “cuando le empezó a pegar a mi hijo me separé”.
Estudió hasta segundo año de secundaria. En el colegio, cuenta, había obtenido información sobre antinconceptivos, aunque no le explicaron cómo usarlos.
Luego de su primer embarazo empleó inyecciones, pero en un viaje con su pareja, al no hacerlo, concibió a su segundo hijo. “Había pensado en usar la T de cobre, pero no lo hice porque mis tías me dijeron que eso se encarna”.
Kimberly ya no estudia, quiere, pero dice que no le alcanza el tiempo ni el dinero. Ha vuelto a casa de sus padres.
La creencia que escuchan con más frecuencia es que la T de cobre se encrusta y que hace salir llagas
Mitos y tabúes
La obstetriz Mariana Solano, quien en promedio atiende de 8 a 10 adolescentes en 4 horas, concluye que los modelos del hogar se replican en diversos aspectos. Uno de ellos es el desconocimiento de métodos anticonceptivos.
Las creencias que escucha con más frecuencia es que la T de cobre se incrusta y que hace salir llagas, y que se quedarán estériles si usan pastillas anticonceptivas.
La directora de Capfus, Iris Balarezo, confirma que la media de adolescentes que acuden hasta el centro conoce o ha escuchado de la existencia de los métodos, “el problema es que no saben usarlos”.
La galena considera que es necesaria, además de la educación en los planteles, la instalación de dispensadores de preservativos, a pesar de que sectores conservadores se opongan, pues “el despertar sexual de los jóvenes no se puede detener”.
Otro modelo que se replica, dice Fernández, son las historias de las madres. “Hay casos de adolescentes, hijas de madres jóvenes, que también procrean a temprana edad”.
Yolanda
Henry, de 19, años y Yolanda, de 15, son pareja y acuden juntos a la consulta.
Yolanda pide a la doctora que le dé un certificado médico porque tuvo que faltar a sus prácticas colegiales para ir a la revisión.
La quinceañera, que este año va a tercero de bachillerato, le dice que al siguiente día no podrá volver para hacerse el examen de VIH porque el horario de las prácticas profesionales se lo impide. Henry, ataviado con ropa deportiva y gorra, mientras le hacen los chequeos a la futura madre de su hijo, cuenta que a él no le preocupa mucho la preparación académica porque le gusta trabajar.
“Yo me retiré en tercer curso del colegio, le dije a mi mamá que no gastara plata por gusto”, expresa el joven, que la próxima semana recién ingresará a su primer empleo.
Yolanda tiene 26 semanas de embarazo, según los cálculos de ella. La doctora está impresionada por el tamaño de la barriga de la joven y duda que tenga en realidad ese tiempo de gestación.
“¿Estás segura de que esa fue la última vez que menstruaste. Si tienes razón es probable que vayas a tener gemelos?”.
Los jóvenes guardan silencio. Ella solo atina a decir: “¿Cuántos meses son 26 semanas de embarazo?”.
La pareja, que vive en casa de la mamá de Henry, coincide con timidez en que no planearon traer un hijo al mundo.
Pero no coinciden en sus conocimientos sobre educación sexual. Mientras Yolanda expresa que sí había escuchado que existían métodos anticonceptivos, Henry, con un movimiento de cabeza, dice no, para nada.
Tendencia
El programa divide la adolescencia en tres grupos: de 11 a 14, de 15 a 17 y de 18 a 19. Y es en el segundo grupo (de 15 a 17 años), donde se presentan con mayor frecuencia los casos de gestación. El año pasado, en el programa se mantuvo el índice de embarazos adolescentes: 1.070 casos.
En mayor medida, los menores de edad acuden al sitio para que las embarazadas reciban atención médica; la búsqueda de información sobre anticonceptivos queda en segundo plano. “Los chicos vienen más cuando ya existe el problema”, indica Balarezo.
María
Sola y nerviosa llega María al consultorio. Con recelo le cuenta a la doctora que le duele la cabeza y también se señala la parte lateral de la barriga. La experta le pregunta si tiene idea de lo que le pasa, pero la quinceañera le responde que no.
Desde hace un mes mantiene relaciones sexuales con un adulto de 22 años, quien le ha manifestado que quiere ser papá, aunque “yo todavía no quiero ser mamá porque cuando sea grande deseo ser doctora”.
Por eso acepta que ella le enseñe en un libro la variedad de métodos anticonceptivos que existen en el mercado, porque no sabe cómo son ni cómo se llaman.
Al igual que sus padres, María solo ha cursado la primaria. Que su pareja trabaja desde las 07:00 hasta las 23:00 en el patio de comidas de un centro comercial, ero que ya viven juntos, le dice a la doctora.
Además le confiesa que ayer tuvo relaciones sexuales con su conviviente, sin usar ningún anticonceptivo.
La doctora Fernández le explica que para casos de urgencia existe la pastilla del día después. La adolescente, que revela que tampoco sabe qué infecciones de transmisión sexual existen, luce pálida, pero no rechaza ni acepta la ayuda.
Y a quien se le echa la culpa de cosas asi, los padres bien gracias pues son los primeros en botarlos al abismo, solo se espera que esos adolescentes encuentren en algun momento una guia sincera.
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