jueves, 2 de junio de 2011

Caudillos SEDUCTORES DE MASAS Velasco, Febres-Cordero, Bucaram y Correa

***SNN


REVISTA VISTAZO | Simón Espinosa Cordero


Con los votos de la costa, cuatro caudillos: Velasco, Febres-Cordero, Bucaram y Correa, ganaron las elecciones y con el pretexto del bienestar del pueblo, cometieron excesos.


José María Velasco Ibarra. Sedujo a Guayaquil y se acercó a la “chusma divina”, que le permitió ganar cinco elecciones. No obstante, durante sus mandatos Velasco cerró los ojos a la corrupción de su equipo.


León Febres-Cordero. En el Congreso labró fama de implacable con dos célebres interpelaciones a ministros de los gobiernos de Roldós y Hurtado. Gobernó con 26 decretos económicos urgentes: la excepción fue su regla de gobierno para promover el mercado. Liquidó la guerrilla de “Alfaro Vive, ¡Carajo!”, no sin atropellos a los derechos humanos.


Abdalá Bucaram. Ingresó a la política gracias a lazos familiares, fue alcalde de Guayaquil e hizo una administración dinámica, pero abusó del poder. Fundó el Partido Roldosista, aureolado por una doble fuga y la imagen de víctima, convirtió a su partido en la segunda fuerza política al comienzo de los noventa, en que gobernó el país por seis meses.


Rafael Correa. Le ha ayudado la estabilidad monetaria. Empieza a poner las bases de su Revolución con logros que se verán a mediano plazo en educación, salud, producción e infraestructura sobre todo vial. Preocupa a la mitad del país la concentración del poder en la función Ejecutiva y la aplicación discrecional de la ley.


Llamamos caudillos a los presidentes José María Velasco Ibarra, León Febres-Cordero, Abdalá Bucaram y Rafael Correa Delgado. El primero optó por la dictadura. Los otros gobernaron con despotismo. Populistas los cuatro: cometieron excesos so pretexto del bienestar del pueblo, al que ilusionaron con vaporosas promesas. Nos preguntamos por qué estos caudillos ganaron las elecciones preferentemente con los votos de la Costa.


Velasco (1934-1935) triunfó con el 81.4 por ciento del voto total. En su campaña recorrió el país, sedujo a Guayaquil, y se acercó a la “chusma divina”. Era elocuente, apasionado y culto. Luchó contra el fraude electoral. En un apuro político ordenó la clausura del Congreso y fue depuesto. Volvió a gobernar de junio de 1944 a agosto de 1947. La ocupación peruana y el Tratado de Río de Janeiro en que Ecuador perdió 278.000 kilómetros cuadrados volvieron impopular al presidente Carlos Arroyo del Río. En Guayaquil se conformó Alianza Democrática con partidos de derecha, centro e izquierda. Alianza y la guarnición del puerto derrocaron al presidente. Guayaquil llamó a Velasco. El Ecuador entero secundó este llamamiento. Amparado en esta revolución conocida como “La Gloriosa”, gobernó con poderes, de hecho, ilimitados. Convocó a dos asambleas constituyentes, una más de izquierda, otra más de derecha. Y a la postre fue depuesto por su propio ministro de Gobierno. Estableció la libertad de enseñanza. Cerró los ojos a la corrupción de su equipo. Fue la época de poderosos caciques en las cinco provincias de la Costa. Las circunstancias favorables del decenio le permitieron concluir la tercera presidencia entre 1952 y 1956. En ella, cerró por un tiempo los diarios El Comercio y Últimas Noticias, disolvió el sindicato de ferroviarios y tuvo la oposición de los universitarios. En la cuarta, entre 1960 y 1961, ganó en 11 de las 18 provincias de entonces con casi la mitad de los votos válidos, desconoció el Protocolo de Río de Janeiro y propuso sin éxito una reforma agraria a fondo. La crisis del fisco, la agitación social reflejo de la revolución cubana, la corrupción de “hombres enloquecidos por el dinero”, denunciada por el vicepresidente Carlos Julio Arosemena, determinaron la caída de Velasco. La quinta presidencia entre 1968 y 1972 vio a un Velasco dictador al cabo de dos años, víctima de una camarilla de caciques que impidieron la candidatura del populista Assad Bucaram. Comenzada la explotación del petróleo, los militares tomaron el mando.


León Febres-Cordero gobernó entre 1984 y 1988 en plena era del petróleo. Guayaquileño de ascendencia heroica, administró empresas de Luis Noboa Naranjo, primer exportador del país. Presidió la Cámara de Industriales, fue senador a fines de los sesenta, se afilió al Partido Social Cristiano, del que llegó a ser alma y dueño absoluto, lideró una feroz oposición al binomio Roldós-Hurtado y se labró fama de implacable con dos célebres interpelaciones a ministros de ese binomio. Triunfó en una segunda vuelta con 1.381.709 sufragios, votos principalmente de la Costa y Tungurahua. “Desde el principio de su administración la gente se preocupaba de su potencial violencia y autoritarismo, temores engendrados por los métodos agresivos usados en la campaña para atraer votos” (F. Thouni y M.Griddle, economistas). En su primer semestre enfrentó con violencia a un Congreso opositor al que impuso por la fuerza una nueva Corte de Justicia, reprimió con mano dura huelgas sindicales y manifestaciones estudiantiles.
Con medidas de ajuste enderezó la economía. Gobernó con 26 decretos económicos urgentes: la excepción fue su regla de gobierno para promover el mercado. Liquidó la guerrilla de “Alfaro Vive, ¡Carajo!”, no sin atropellos a los derechos humanos. Creció el PIB, resolvió el déficit fiscal y hubo superávit en los dos primeros años de gobierno. Fue considerado un modelo por el presidente Ronald Reagan. Los dos últimos años le fueron amargos: caída del precio del petróleo, ojos ciegos a la corrupción, motivo este de un levantamiento militar seguido después por un secuestro del Presidente, la derrota en un plebiscito para ampliar la participación electoral, y terremotos que ocasionaron seis meses sin exportación de petróleo. En el último año de gobierno gastó a gusto, crecieron la inflación y el déficit fiscal, se volvió negativa la reserva monetaria y devaluó el sucre en tres ocasiones. Hizo numerosa e importante obra pública sobre todo en Guayaquil, y atendió la salud infantil con el esfuerzo de la primera dama, María Eugenia Cordovez.


Un solo toque
Abdalá Bucaram gobernó durante 186 días entre agosto de 1996 y febrero de 1997. Ingresó a la política gracias a lazos familiares, fue alcalde de Guayaquil e hizo una administración dinámica, pero abusó del poder y se corrompió. Convertido en jefe supremo del Partido Roldosista, aureolado por una doble fuga, víctima de la oligarquía, convirtió a su partido en la segunda fuerza política al comienzo de los noventa. Las elecciones ocurrieron en un tiempo de recesión económica, desgaste de las ideologías, desinterés político a causa de la descomposición del Estado y de una creciente desintegración nacional. En sus discursos de campaña, Abdalá repetía: “Yo he sido cuestionado porque mi estómago no tolera el pan amasado con las lágrimas de los huérfanos, porque escucho en mi soledad el llanto perpetuo de los más débiles y necesitados, de los marginados de la nación”.
Su grito de guerra era cambiar el país “De un solo toque”, como si no se tratara de un proyecto a mediano plazo. Ganó la primera vuelta el Partido Social Cristiano con 34 por ciento ciento de los votos. En la segunda ganó Bucaram con un 54 por ciento. Triunfó en todas las provincias excepto la del Guayas, y en todas las ciudades menos en Guayaquil y Quito. Los dos finalistas fueron financiados por poderosos grupos económicos costeños.
Llegó sin plan de gobierno, pero con las metas de un ajuste económico, político y social coherente, la paz con el Perú y la vivienda para los pobres. Sin embargo, la coherencia y radicalidad del plan de ajustes requería de disciplina severa en lo político, social y económico.
El modo cómo el presidente gobernaba volvía muy difíciles esas condiciones de posibilidad. Los políticos, el pueblo de la Sierra y sobre todo de Quito y Cuenca adujeron que no era apto para gobernar. En cuanto trató de poner en práctica los ajustes en servicios básicos como gas doméstico, agua potable y teléfonos comenzó el principio de su caída, que fue rápida y pintoresca.


Dale Correa
Rafael Correa fundó Alianza PAIS (Patria Altiva y Soberana) y empezó la campaña que lo llevaría a un poder absoluto. Elegido en la segunda vuelta de 2006 con 57 por ciento de los votos, prometió “luchar por una revolución ciudadana, consistente en el cambio radical, profundo y rápido del sistema político, económico y social vigente”. Nuevamente elegido en abril de 2009 con el 51.9 por ciento de los votos contables, convocó entre esas dos fechas a una Asamblea Nacional que redactó la Constitución de Montecristi muy avanzada, pero poco práctica. Llamó a dos consultas, una para aprobar esa Constitución y otra para modificarla y poder intervenir en la restructuración de la Justicia y dar más poder, de hecho, al presidente. Le ha ayudado a gobernar un elevado ingreso fiscal proveniente del buen precio del petróleo, de los ahorros de gobiernos anteriores, del cobro de impuestos. Le ha ayudado la estabilidad monetaria. Ha cambiado la estructura de la administración pública, y con una Asamblea Nacional favorable al Presidente y decretos ejecutivos empieza a poner las bases de su revolución con logros que se verán a mediano plazo en educación, salud, producción e infraestructura sobre todo vial, respaldadas por subsidios a los pobres. Preocupa a la mitad del país “la concentración del poder en la función Ejecutiva, la pérdida de independencia de las funciones Legislativa y Judicial, el menoscabo de los órganos de control, las violaciones de la Constitución, la aplicación discrecional de la ley y la utilización de fiscales y jueces para perseguir a quienes el Gobierno considera sus enemigos. Preocupa la voluntad del Gobierno de restringir la libertad de expresión, la multiplicación de medios de comunicación gobiernistas, un ejercicio irreflexivo y prepotente del poder que divide al país y enfrenta a los ecuatorianos, ejemplo de lo cual fue la tragedia del 30 de septiembre de 2010 con su dolorosa secuela de siete compatriotas muertos y 200 heridos” (Cauce Democrático). Triunfante el Sí en la consulta popular, la mayoría del país teme comience un tiempo de represión y sobresalto.


En suma, el populismo de los gobiernos mencionados es señal de que el pueblo quiere cambios, alimenta esperanzas de mejora de vida, ansía seguridad y un futuro sin sobresaltos. Tal vez el apoyo fervoroso de la Costa a estos caudillos se deba a una pobreza mayor del pueblo del litoral. Siglos de abandono en la Sierra han vuelto a la gente más escéptica; pero en ella dio frutos la reforma agraria, hay una tradición de negocios familiares, más hábitos de ahorro, más organizaciones sociales estructuradas que en la Costa y vive la mayor parte de las nacionalidades indígenas. La pobreza sueña más con salvadores. En la Costa, el poder económico suele estar en manos de gente de mentalidad financiera respecto de la política y con más poder sobre sus empleados, obreros y peones. El pueblo costeño es más optimista y tal vez más crédulo. Desde el lejano 1934 en que se sembró la semilla del populismo hasta ahora han trascurrido 77 años. Las estructuras de dominación política y económica algo han cambiado pero no lo suficiente porque el caudillismo y el autoritarismo tienden a conculcar derechos y libertades, afectan la unidad nacional, propician la corrupción e irrogan graves daños a la sociedad y a la democracia.

1 comentario:

  1. Concluir que los votantes de la Costa llevaron al poder a estos cuatro políticos "porque es un pueblo más crédulo" es un simplismo que demerita la calidad del análisis. En los últimos dos casos (Bucaram y Correa), fue la Sierra -a excepción de Quito, en el caso de Bucaram- la que votó mayoritariamente por estos líderes. Sólo hay que revisar las estadísticas y no hablar desde los prejuicios regionalistas.

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